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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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La escuela Beckham

Lejos de considerar un espectáculo bochornoso el que representaban aquellos boys con el torso desnudo a las puertas de los Abercrombie & Fitch del mundo entero, los consumidores ávidos de performance lo encontraban un reclamo simpático. Ni las jovencitas ni sus madres que se fotografiaban con ellos, medio avergonzadas o tan ufanas, se plantearon el sexismo que escenificaba la utilización de los cuerpos de esos hombres obligados a sonreír, contonearse, y quitarse la camisa de cuadros a dos grados bajo cero en la Quinta Avenida. En la castellana plaza del Marqués de Salamanca, cuando irrumpieron con su gracejo teen, no hubo manifestaciones de feministas solidarias contra la cosificación de sus hermanos hombres, ni estos parecieron sentirse ofendidos. “Peor es tener que disfrazarse de Bob Esponja o Dora Exploradora”, razonaban algunos señalando al negocio infantil -por llamarlo de alguna manera- de las chiquifiestas. La cadena de tiendas de ropa casual made in USA le añadió un punto de show al intercambio comercial: ambiente de discoteca, dependientes vigoréxicos y una fragancia penetrante que invade violentamente la memoria olfativa (una especie de Varon Dandy sofisticado)… los boys de Abercrombie fueron educados en la máxima de que más allá de vender productos, había que vender experiencias. Formaban parte de esa moral hedonista tan de nuestro tiempo: primero disfruta y luego piensa de qué forma has disfrutado. Un mandato universal que convierte al placer en el principal objetivo vital, aunque se trate de una promesa infausta que acabará arrastrando calamidades. Los chicos Abercrombie tienen nuevo jefe y este les ha pedido que de nuevo se pongan la camisa. No obstante, son fruto de la escuela que hace unos veinte años inauguró un futbolista con talento y belleza. En lugar de esconderla bajo la camiseta del Manchester United, la evidenció con bíceps torneados, tatuajes y peinados a cada cual más osado. Beckham -que este fin de semana cumplirá 40 años en Marrakech sin crisis y con su cuadrilla de vips- encarnó la liberación del metrosexual, un hombre gustoso de conocerse y ávido por exhibirse, sin que por ello se cuestionara su orientación sexual. Sex-appeal y visión de juego, buen toque con los dos pies, coquetas poses, además de una mujer superestrella y cuatro hijos. Su estilo hizo estragos y se convirtió en una marca logrando que el fútbol pasara a ser un deporte sexy. ¿Trajo algo positivo la metrosexualidad a la equiparación de sexos? A las mujeres les complació que ellos se introdujeran en el hábito del cuidado de sí i abandonaran su tosquedad. Que además de compartir la pasta de dientes, usaran la crema para las patas de gallo acercó a algunas parejas, mientras que otras empezaron a acentuar su conflicto al competir en vestuario. Desde entonces los Cristiano y Neymar, los Johnny Depp, e incluso los Albert Rivera, han utilizado sus cuerpos como un plus para sus carreras, y curiosamente, lejos de restarles credibilidad -como les ocurre a ellas-, han ascendido al trono contando con el favor del público. La guardaespaldas / Danae Varufakis Mucha testosterona y cilindrada aparcada frente al BCE, pero, como suele suceder, tuvo que ser Danae Varufakis, la mujer del ministro de finanzas griego, artista conceptual y propietaria de bellas mansiones en las islas de las ninfas, quien evitara que la sangre llegase al río. Hace unos días, en un restaurante del rojo barrio ateniense de Exarchia, un grupo de jóvenes descritos como “anarquistas” increpó a la pareja y les arrojaron vasos y otros objetos de cristal. Yanis, escorado y amortizado por Tsipras, no ha podido convencer a Merkel de la fiabilidad de Grecia, ni a sus votantes de la amnistía fiscal, ni pudo disuadir a sus agresores. Danae lo abrazó, exponiéndose como escudo. Ahora se entiende que Varufakis no quiere guardaespaldas. Vida de célibe / Colin Farrell Estuvo tan breve como felizmente casado, aunque la ceremonia -celebrada en una playa en Tahití- no fuese más que una gamberrada de vacaciones; tiene dos hijos con dos parejas distintas y se le ha relacionado con mujeres tan polémicas como espectaculares, desde Angelina Jolie a Paris Hilton, Lindsay Lohan o Demi Moore. Ahora confiesa a la revista Style: “No hay ninguna mujer en mi vida. Hace ya cuatro años que no tengo una cita”, y pone las excusas de siempre: el trabajo, los niños… Su renuncia al amor resulta puro exotismo en la era de la monogamia sucesiva. El actor irlandés olvida las palabras de Thomas Love Peacock, más recordado por su amistad con Shelley que por sus obras. Llanero solitario / Ángel Gabilondo Es sin duda el candidato más socrático al que los ciudadanos podrán votar en mayo, y se le distingue a leguas de tantos de sus colegas. “Las convicciones no son estados de ánimo”, dijo en televisión, preciso en sus sofismas. Aunque asuma que este es un compromiso de recorrido, pocos le ven como Presidente de la Comunidad de Madrid. Probablemente, lleva su paradoja a cuestas: ¿la rectitud y la capacidad no cotizan al alza? Puede que no. Pero, por mucho que uno quiera evitar el barro del lodazal sin tomar “partido hasta mancharse”, como diría Celaya, no se hace sino política de salón. Eso sí, arropado no ya por los de la ceja sino por los del seso, de Emilio Lledó y Fernando Vallespín a Núria Espert, Caballero Bonald o Manuel Vicent.

(La Vanguardia)

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2 de mayo de 2015
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La era del cargador

Sus movimientos son toscos, su obsesión frenética, hasta que uno exclama aliviado: “¡Por fin!”. Y tras enchufar el móvil su semblante se relaja, igual que si le hubieran quitado un gran peso de encima y sintiera que la vida es chula, no tanto por lo que le depara el instante real sino porque se está cargando la central de datos de su existencia virtual, el verdadero mundo, el que aglutina mensajes personales, noticias, correos electrónicos, fotos y vanidades servidas en la palma de la mano. La promesa de vida no teu coração que cantaban Elis Regina y Jobim, la llegada de una señal que entretenga las horas hasta el punto de hacerte olvidar que las horas pasan. En los baños de los aeropuertos, en el supermercado, en los vagones de los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya -que incluso han redactado unas normas de uso en las que se recomienda cederlos amablemente al usuario siguiente-, se repite la escena. En algunos restaurantes disponen ya de cargadores para iPhone 4 y 5, Samsung Galaxy o Sony Xperia. Se cuentan entre aquellos objetos cotidianos de los que nos evadimos en un rapto de autonomía y con los que luego nos obsequian como muestra de atención al cliente: un tampax, kleenex, cerillas, unas gafas para ver de cerca, una corbata incluso. ¡Ah de los establecimientos que no sólo no ponen pegas sino que están bien surtidos de conectores! Su pedigrí se subraya porque vivimos en la era del cargador. A pesar de la inteligencia domótica, la mecánica cuántica y las redes wifi, aún dependemos desesperadamente de un cable. La levedad de un mundo hiperconectado al Gran Hermano universal, capaz de llegar donde tu índice desee con la yema del dedo, se espesa igual que la sangre con colesterol si se acaba la batería. Un fundido en negro que estremece, galvanizado por una impaciencia tan propia de nuestra época como la dependencia del enchufe, y más entre aquellos que pertenecemos a la generación de las pilas y no necesitábamos trajinar con frecuencia frente a los oscuros agujeros por los que transita la energía. Si el cobalto y el litio revolucionaron nuestras vidas, ahora la Universidad de Stanford anuncia una nueva batería de aluminio, más barata y segura, capaz de ­recargarse en apenas un minuto, que nos permitiría liberarnos de esa corriente que recorre montañas y ­carreteras en forma de sutiles cableados sobre los que se posan ruiseñores y cuervos. Los mismos que parten el cielo con sus carriles de sombras, y de los que vivimos esqui­nados, como a menudo de la familia, aunque nos alimente.

(La Vanguardia)

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29 de abril de 2015
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Muertos de segunda

Hay muertos que no valen una portada, eclipsados por su propio asesino. Qué va importar la vida de un treintañero de provincias, un chico que los fines de semana paseaba el perro por el barrio leridano de Cap Pont, frente a la de un menor provisto de armas mortales y aquejado, según parece, de un brote psicótico. La ejemplaridad es por naturaleza silenciosa, sobria en imágenes y símbolos, poco vendedora pues no contempla el morbo. Se trata de vidas doblegadas de forma cuidadosa, igual que la ropa en la maleta de viaje; de una colección de pequeñas y grandes atenciones con el vecino, los alumnos, los afectos; de una mirada limpia para transmitir conocimientos, y de la fortaleza necesaria para seguir buscando el casillero del sueño. Abel era un hombre solidario y atento, según informaba Javier Ricou en el único perfil completo que he leído de él, exceptuando la prensa local. Llevaba años de trashumancia docente, encajando en institutos de secundaria donde se necesitaba cubrir una plaza temporal. Licenciado en Historia, asumía la temporalidad, buen conocedor de que a menudo somos poco más que nuestras circunstancias. Puede que aparcara sus metas para más adelante mientras aceptaba sustituciones y ­sueldos desmayados. Nada en su hoja de ruta hacía presentir riesgo o excepcionalidad. Pero a veces la muerte se cierne sobre la vida ordinaria con la ­espectacularidad de la ficción. El ase­sinato de Abel Martínez no ha recibido la atención mediática que, en cambio, ha copado el nuevo niño de la ballesta, quien en su habitación, según revelan varias fuentes, tenía todo un arsenal. Hace unos días escribía acerca de los cuartos-sótano de los adolescentes, de sus cuevas existenciales amenizadas por pantallas pero también por una colección de fantasmas. Hay que husmear de vez en cuando en la siembra de los muchachos, en las inquietudes que van creciendo en sus territorios privados, y también en los restos que dejan por la mañana, cuando salen apresurados con la mochila y el sándwich. Los padres no podemos dimitir de la tutela aunque sea incómoda, desagradecida y sus­ceptible de abrir el conflicto con el adolescente celoso de sus secretos. El infortunio acostumbra a exorcizarse con la siguiente expresión: “Es un caso ex­traordinario”, pero la estadística es una ciencia formal, nunca un chaleco antibalas. Mal asunto el de plantearse si una muerte ha servido para algo, pero al ser humano le empuja siempre la perpetuación de la especie, tan primaria como pujante. El caso de Abel -además de evidenciar la precariedad de los jóve-nes licenciados que deambulan por centros de secundaria sin acabar de enraizar ni de poder concluir un objetivo- destaca por su coraje y su instinto. Fue el primero que acudió a ayudar. Sin los héroes anónimos y de proximidad, este mundo, en el que, a la manera de los poetas, cielo e infierno están en nosotros, sería un lugar aún más podrido.

(La Vanguardia)

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27 de abril de 2015
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Lapsus en el diván

Urge una terapia colectiva entre nuestra clase política. Más psicólogos de refuerzo en lugar de tantos chóferes (aunque estos se vean obligados a ejercer de los primeros en los trayectos de ida sin retorno). Qué fantasías traen esas escenas de atardecer en el coche donde debe estirar las piernas Rato, o en los Audi y Jaguar que aún disfruta la colección de imputados e investigados que recostarán la cabeza junto a la ventanilla y recordarán cuando sentían miedo de niños. Entonces le preguntarán bajito al conductor: “Manuel, ¿usted, de niño, tenía muchas pesadillas?”. A lo que el bueno de Manuel responderá: “No muchas, señor”. Tampoco habría que descartar lo que en Londres ya se practica, social dreams: terapias en grupo para soñar socialmente, bajo la creencia de que es bueno compartir con otros aquello que no se cuenta a nadie. Sueños tontos que recogen migas difusas de la vigilia, fuera de lugar y de tiempo. En lugar de a nuestro Rey -que le dio una beca para Cambridge a un Pablo Iglesias con goma azul en la coleta allá por el 2007-, el líder de Podemos hubiera tenido que regalar Juego de tronos a las Secretarías de todos los partidos, incluido el suyo, que asisten hoy a luchas de poder, disidencias y garrafales actos fallidos. Vean sino la tensión que debe de lacerar al subconsciente de María Dolores de Cospedal por la forma en que se desbordó en Guadalajara. Con voz ronca y determinada, acompasándose con el brazo afirmó: “Hemos trabajado mucho para saquear nuestro país”. Según Freud los lapsus, que él denominaba “actos fallidos”, no son producto del azar ni del descuido, sino expresiones de conflicto interno. Un impulso inconsciente burla la censura de nuestro cerebro y produce un efecto revelador. ¿Qué quería decir Cospedal, que mientras ella trabajaba desaforadamente otros se dedicaban a saquear España? O quizá tiene muy interiorizada la idea de que el saqueo es congénito a la política, pues en el 2012 ya habló de saquear Castilla-La Mancha. Analizado al calor de las últimas noticias de buques insignia del PP -Rato, Trillo y Martínez Pujalte son los últimos en unirse al concurrido club- investigados por Hacienda por defraudar y limpiar dinero negro o cobrar comisiones, el suyo tiene un precioso color freudiano. Pedro Sánchez también padece intrigas tipo Juego de tronos. Y ya sólo le faltaba patinar en Twitter: “Soria, cuna de Antonio Machado”. ¡Ay Susana Díaz, cómo debió de arrancarse por bulerías en la Sevilla natal del poeta y de su tronío socialista! No han sido los únicos, la lengua a veces se espesa: aún recordamos el “para follar” (en lugar de apoyar) de Zapatero en una cumbre bilateral. Y aquel risible “¡Viva Honduras!” en El Salvador de Trillo, que los soldados -acostumbrados a responder al mando sin cuestión- respondieron a coro antes de advertirle dónde estaban. ¿No sería preferible que aquellos que todavía deben de administrar y gestionar los intereses comunes se rebajaran las dietas y pagarán un diván? Aún y así así… Cavaliere agarrado / Silvio Berlusconi Le hemos visto lanzarse a entonar melodías napolitanas con fruición, atarse una bandana a la cabeza como si verdaderamente fuera un pirata, entrar y salir una y otra vez de quirófanos, juzgados y el parlamento, de bunga bunga con menores y poderosos amigos… Anciano, pero siempre vigoroso y maquillado, dueño y señor, cavaliere. Ahora, en cambio, se nos ha mostrado como un agarrado al pedirle al juez que instruye su divorcio de Veronica Lario, tras 19 años y tres hijos en común, que rebaje la pensión que deberá pasarle a la mitad (de 500 millones de euros a 250) porque sólo “me quedan 10 o 15 años”. Cierto es que en septiembre cumplirá 79, pero ¿qué se apuestan a que los celebra con una de sus fiestas? Caballero oscuro / Ben Affleck Su elección para meterse en el traje de Batman tras la renuncia del carismático Christian Bale encendió la rabia de los fans del murciélago justiciero en las redes sociales. Lo consideraban, como mínimo, blando y sin carisma. El caso es que, a pesar de la campaña mediática contra él, Batman contra Superman: el ocaso de la justicia está en postproducción y se estrenará mundialmente en marzo del año que viene. Pero quizá el asunto no termina ahí: los hackers que aterrorizan Hollywood han desvelado estos días correos electrónicos en los que la estrella censura que un programa televisivo sobre su familia hable de un antepasado esclavista. Eso si que es, sin debate posible, un caballero oscuro. Con templanza / María Dueñas María Dueñas sigue siendo la mujer cercana, la profesora tenaz, la amante de las Brontë y Jane Austen, Coetzee o Kureishi que un día decidió sentarse a escribir una historia de costureras, protectorados y espías y reeditó cifras estratosféricas de libros. Hija de familia numerosa y educada en la sobriedad, no se reviste de un relato de niña que soñaba con ser escritora. “Siempre fui una buena lectora”, dice con humildad y una elegante camisa de Zara. En su última novela, una de las más vendidas este Sant Jordi, vuelve a tejer el hilo histórico vestido de ficción: Jérez, México y Cuba; un indiano lleno de urgencias, una distinguida jerezana envuelta en claroscuros y una viña con nombre de virtud, la templanza: el verdadero ADN de Dueñas. (La Vanguardia)

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25 de abril de 2015
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?Millennials? en el sótano

La generación del milenio parecía destinada a cambiar el mundo, hasta que la economía se despeñó y aquellos prometedores jóvenes corrieron a refugiarse en el sótano. Sus habitaciones fueron cobrando un aspecto cada vez más subterráneo, aunque tuvieran la ventana de siempre. Allí se repliegan hoy, tumbados sobre sus edredones de pluma de Ikea, los que fueron apodados ?niños de cristal?, principitos consentidos y malcriados por la generación de baby boomers que conoció una nueva belle époque enjoyada con la pantera de Cartier y empeñada en comprar calzoncillos de Calvin Klein en Nueva York. En los sótanos adolescentes, cuando se entreabre su puerta del cuarto ?casi siempre cerrada con pestillo?, asoma una oscuridad con luz de plasma, sea la hora que sea. El estereotipo del joven barrido de esperanza, el ni-ni a quien le han desbaratado los sueños sin contratos ni contemplaciones, causa auténtica pesadumbre a los adultos que cuentan con los dedos de la mano los años que les faltan para jubilarse. En escena entra una vez más la quiebra del principio de retribución: a pesar de los títulos, los idiomas y los ideales, hay escasas posibilidades de proyectar una idea de futuro, de imaginarse siendo mayor; un trabajo, una familia, una hipoteca, una noche en Venecia. Los adultos apenas podemos modular el sentido del tiempo de los adolescentes, que declina una sensación entre la omnipotencia y la infinitud, como cuando uno piensa que regresará muchas veces a los lugares viajados o que se reencontrará con la gente que azarosamente ha conocido. En EEUU, en 2012, 21,6 millones de adultos de entre 18 y 31 vivían con sus padres, la mayoría de ellos saltando de un trabajo a otro, incómodos con el sistema y acariciando la utopía de llegar a ser ?trabajadores del conocimiento?. Tan solo que, por el momento, su futuro dependía del de sus padres. En un análisis sobre ellos publicado por la revista online n+1 hallo una clave extrañamente ignorada hasta ahora: se trata de la primera generación socializada en la desigualdad. En un estudio llevado a cabo por la profesora Anna Caballé, conocido como “VitaStudens”, se les pedía a jóvenes estudiantes que escribieran su autobiografía y que hablaran de sus expectativas de futuro. Caballé describe a los autores de dichos relatos como ensimismados, abrumados por la gestión continua que deben hacer del ocio y dueños de un sorprendente sentimiento de autoestima. La crisis económica los ha endurecido emocionalmente y a la vez los ha encerrado en un mundo de pantallas. Sus series, sus amigos, sus mensajes, sus Facebook, sus copas, sus porros, conforman su pequeño mundo entendido como una burbuja. Solo que ésta no explota, tan sólo aísla. (La Vanguardia)

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22 de abril de 2015
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I Congreso de periodismo cultural

Santander. Los outsiders siempre tendemos a justificar nuestra presencia para no sentirnos además de outsiders, impostores. Y más si nos persigue un pasado mundano.  Recuerdo que en una ocasión llamé a la Chispa, la viuda de Camarón, porque hacíamos una historia larga con motivo de un aniversario ?las efemérides, un recurso tan lustroso que a menudo nos sirve de percha para soltar mitos y demonios?, y ella me dijo: “ay, cómo me acuerdo cada día de ustedes?”. Yo estaba perpleja porque apenas nos conocíamos, y ella añadió: ?no sabes lo de medias Marie Claire que vendo al día en mi mercería”. Era tal su emoción que me costó deshacer el malentendido. Del mismo modo una se acostumbra a que el equívoco forme parte de ti? en aquel momento hubiera querido vender medias. Hace pocos días, el director de la Fundación Santillana, Basilio Baltasar me confesó que años atrás, cuando leyó mi nombre propuesto por Vicente Verdú para venir a comentar su obra aquí, a Santander, dio un saltó de la silla: ?¡una directora de revista de moda!?, exclamó para sus adentros y sus afueras, herejía; y el bueno de Verdú tuvo que darle explicaciones. Desde entonces, me invita a todo lo que organiza. Por supuesto, no voy a ahondar en pedanterías tales como que la moda es una expresión cultural de las sociedades; o que Cocteau le escribía poesía costurera a Coco Chanel y ésta,  gracias a las ganancias del Nº 5, le pagaba sus rehabilitaciones; ni tan siquiera que la vuelta al mundo a través de sus peluquerías resulta una narración diáfana de sus habitantes, siempre que se haya sabido contar, no solo con datos sino con experiencias. La palabra “periodismo” invoca, en cualquier de sus adjetivaciones, una conversación. Interpreta el mundo en que vivimos, decía ayer Borja Casani; ?la cultura tiene un poder transformador?, afirmó Pepe Ribas. Dichoso del artículo o la entrevista, de la foto, el video, el post o la crónica que consigue moverte una idea, proporcionarte una dentellada de hallazgo. Ayer asistimos a la disección del periodismo cultural como un todo, y como parte del todo, también del periodista cultural. Hay periodistas culturales infiltrados en la sección de deportes o en la crónica parlamentaria,  en los dominicales, en la crítica taurina… individuos con cultura, conocimiento, y talento en la escritura,  cuyas sus narraciones se convierten en crónicas de nuestro tiempo. Creo, como mantenía ayer Eva Díez, que el periodismo cultural tiene que ser transversal, más que periférico, no permanecer en un compartimento estanco ?lejos de tratar la cultura como un nicho?. Debe de ser creativo, buscar formatos diferentes, repetir los clásicos y producir ideas. ¿Tiene buena foto el periodismo cultural? ¿Por qué cuesta tanto ilustrar la portada de un suplemento literario? Recursos: retrato autor, ilustración abstracta, fotitos? ¿No es la imagen un estímulo narrativo que no solo acompaña sino que tiene que dialogar con el texto? Hay que entender como periodismo cultural los ensayos fotográficos, pero también el arte hecho con iPhone? ¿Por qué no han invitado aquí a periodistas culturales gráficos?, ¿acaso no los hay? Y, ¿por qué la prensa española no publica ensayos fotográficos? Para los jóvenes estudiantes que ayer pedían consejos: un breve resumen de lo sostenía Paul Johnson: el buen articulista debe de llevar una biblioteca en la cabeza ?la mejor referencia literaria es la que insta al lector a comprar el libro de inmediato?,debe  conocer mundo, viajar, morder testimonios sin utilizar a taxistas y camareros, tener instinto para las noticias, y producir ideas, abstenerse de promover causas personales y amiguismos, tampoco ser adulador, confiado o extremadamente bonachón. Todo ello es aplicable al llamado periodismo de tendencias, que pretende capturar el aire de los tiempos, contar qué está pasando en la sociedad, detectar su pulso. Los magazines y las revistas de los 60 y 70 influyeron en grandes periodistas como Mailer o Didion: Esquire, Rolling Stone, más tarde Interview? Se cuestionaba la noción de objetividad, convertida en mito y dogma, y se exigía inspiración literaria, investigación y tendencia. El llamado periodismo cultural, más allá de la especialización, se ha extendido por las secciones de internacional, sociedad o deportes. Culturas reza el suplemento de mi periódico, que dirige mi querido Sergio Vila Sanjuan. En plural, decidido a no excluir la fenomenología, que en lugar de ser transcendente como la de Husserl es cotidiana.  Pasear y observar?la observación de los fenómenos que despuntan en la sociedad, a la manera de Gaston Bachelard, poniendo en juego la intuición intelectual. En este sentido, en mi opinión, debemos plantearnos el periodismo cultural, desde el punto de vista de (perfecta) ?perspectiva de una relación?, como decía Bachelard: topografiar las nacientes relaciones del hombre con el mundo cambiante que habitamos. Y así, nos permite cuestionarnos por el relativo fracaso del libro digital en una sociedad absolutamente pantallizada, por qué Beyoncé y Rihanna abanderan el nuevo feminismo, o por qué se ha acumulado tanta literatura del duelo de los hijos de los hijos de la gauche divine. Y esa inmediatez y ese cambio continúo nos apelan a poner entre paréntesis lo accidental, lo fáctico y lo contingente, para enfocar el espejo en la realidad de esas tendencias sociales nacientes. No las tendencias en sí, sino a las fuerzas que las crean y las transforman permanentemente. Existe menos tradición en la práctica de la poética de lo cotidiano, que atrapa todo aquello que tiene que ver con la flecha del tiempo, la forja de nuevas rutinas y la influencia del cambio en los gestos corrientes. El tan traído y llevado zeitgeist a fin de captar el verdadero pulso de la sociedad, su latido subterráneo. Qué buena cita   de Josep Mª Esquirol que trajo Borja Casani: ?no hay profundidad, la profundidad está en las grietas de la superficie?puedes encontrar profundidad de la forma más extraña?. Hay una imagen que hoy me persigue: los fantasmas de Thomas Mann y Luchino Visconti deambulando por el recién clausurado Grand Hôtel des Bains en el Lido. Las arañas de cristal ciegas, el esplendor que antaño simbolizó la más gloriosa decadencia consumido por las goteras y las termitas. El mítico hotel cerró hace unos veranos, en silencio, como se hacen estas cosas. Un complejo de apartamentos de lujo se levantará sobre el porche donde la alta cultura se vio desvanecerse la tarde veneciana. El fin de una época y el inicio de otra lleno de tantos alicientes y conflictos. Hoy el periodismo debe empaparse de la frescura para desarrollar contenidos visuales atractivos y que sean exportables. Nuevas narrativas, viralidad, aplicaciones con hambre de contenido además de información. A mí, más que de periodismo cultural, me gustaría hablar de periodismo de calidad. Damos por hecho el rigor, la buena escritura, la mirada atenta, sin forjar tópicos ni acusar pereza ante los prejuicios. La subjetividad del periodista cultural es su valor diferencial: desde que posición moral, desde que  visión del mundo afronta el ejercicio de descubrir, contar, reconstruir una obra de Lepage o una novela de Salter? sobre todo si a través de ellas entendemos algo nuevo acerca del desamor y la adicción, como en “Agujas y opio” de Lepage, o de lo cambiantes que somos los individuos y la laxitud que nos invade cuando nos hacemos viejos, tal y como ilustra la obra de Salter. La cultura es sobre todo una fuente de conocimiento sobre el misterio de la condición humana. En este congreso, de entrada, parece obvio que existe una tendencia alcohólica, porque ni el pesimismo ni la euforia se podrían entender si la botella ?medio llena o media vacía? no es de alcohol. Ha sido una trampa, la del lugar común, la que nos ha tendido, deseosos de ver cómo la manejábamos en las mesas el tópico del pesimismo y del optimismo. . Se sucedió el ingenio. unos vieron dos botellas, otros  descorcharon la segunda. Yo no veo ni botella, ni petaca ni porrón, sino que solo espero que la cultura, las culturas, me sigan llenando la copa.

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21 de abril de 2015
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Los cojines de Rato

El joven Rato tuvo un seiscientos tuneado, un detalle que entonces no significaba una expresión macarra sino un signo de privilegio. Cuando llegó al Partido Popular, cuentan que lo hizo al volante de un descapotable rojo. Ro­drigo Rato representó de tal forma el vértice de la pirámide que el allure en su porte disminuía la talla de sus adver­sarios. Recuerdo cuando nos pregun­tábamos con tanto ahínco por qué el dedo de Aznar no había coronado al cosmopolita Rato en lugar de a un señor de provincias llamado Mariano Rajoy. ­Dicen que Aznar nunca se fío de él, que mandaba espiarle por poco obediente, soberbio y osado, a pesar de ser el artífice del llamado “milagro económico ­español”. Nuestra sociedad se ha habituado a no separar la vida privada y la vida pública de quienes ejercen el poder cuando quedan atrapados en sus propias leyes. El Rato abogado vive a 300 metros de distancia del ciudadano Rato, y el Rato que viajaba mucho a Suiza tiene los dos mismos brazos y la misma cabeza que el Rato que dirigió la economía del país y del mundo desde el FMI; los mismos que el que fuera aupado por Zapatero y Rajoy para presidir Bankia y también los de aquel cliente que dejó dos cojines voluminosos en la puerta de un pequeño establecimiento, Entrecosturas, en Gijón, sin mediar palabra, y que la dueña, transcurridos unos meses sin que nadie se interesara por ellos, los regaló a una oenegé. Rato le reclamó una indemnización de 380 euros y se declaró “engañado”. Acaso sus cojines simbolizaban una pérdida mayor, pero se forjó una caricatura delirante. En Madrid mucho se especula acerca de la lista de los 705 vips que, tras regularizar sus capitales en el extranjero, no pudieron aclarar su origen y presentan indicios de blanqueo, suponiendo que el nombre de Rato será el primero que aflore. Por ello se rubrica la sobreactuación de la mano en la nuca al entrar en el coche policial, una grosera humillación para un hombre de andares erguidos. El exceso de confianza es cosa de tontos, aunque se venda todo lo contrario. De igual forma que no se pueden despreciar los nubarrones en la mente de quienes tienen una elevada capacidad intelectual que les permite sortear peligros y anticipar problemas. “Tiene mucho poder pero es relajado”, se dice en señal de aprobación. Según investigadores de la universidad canadiense de Lakehead, las personas “centinelas” actúan con prevención, preocupación e incluso angustia, pero se evitan infiernos. Los participantes en la investigación que se mostraban más en guardia eran las personas que tenían un elevado coeficiente intelectual. Es probable que en el último año Rato haya sido un ser preocupado, pero en el caso de darse por probados los indicios delictivos que se han difundido, la ceguera de la codicia mostraría de nuevo la brecha entre el yo público y el yo privado. El Rato tranquilo y relajado debió de creerse un hombre con dos almas. O un impostor de sí mismo. (La Vanguardia)

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20 de abril de 2015
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La ideología del ritmo

Michelle ha iniciado su retirada de la Casa Blanca bailando, dispuesta a demostrar que en ritmo difícilmente alguien supera a los Obama. Del funky al soul, o al rap, de la entrega de aquel Oscar a la mejor película a Argo -protesta de Irán incluida- a su amistad con el diablo vestido de Prada, Anna Wintour, han ejercido de demócratas tan concienciados como mundanos. Ni los Happy birthday Mr. President de Kennedy, los vals de Ronald y Nancy, el saxo de Clinton o Bush jr. bailando la Macarena pueden compararse con las glorias del Apollo Theatre que viajaron de Harlem a la Casa Blanca. El acta de libertad que Michelle firmará dentro de pocos meses no podría ser más gráfica: “¿Qué es lo primero que hará al abandonar la Casa blanca?”, le preguntó la show woman más cómplice del matrimonio, Ellen DeGeneres. “Abrir la ventanilla del coche”, respondió la aún primera dama, y añadió casi con dolor que añoraba sentir la brisa en el rostro, aventándose con la mano como hacen algunas mujeres víctimas de sofocos, no necesariamente hormonales. Hija de un operador de bombas del Departamento Hidráulico de Chicago aquejado de esclerosis múltiple, salió de los ladrillos rojos de su South Side con un cum laude de Princeton (que luego completó con otro título de Harvard). Fue moldeando sus hombros, basculando sus caderas y demostrando que aunque supiera fruncir el ceño era mucho más que una angry black woman. A pesar de su brillante formación, durante sus años en la Casa Blanca nunca ha ejercido de abogada de los ricos -ni de los pobres-, a diferencia de Hillary Clinton, que, con sus collares de fantasía, ha pasado de first lady a lady first. Michelle, en cambio, prefiere las perlas y juega con la ventaja de su piel de ébano, pues las perlas en señoras blanquísimas y rubias producen una gran desconfianza. Michelle ha reinado con más esplendor que Barack Obama, y su popularidad no ha mermado, humanizando más de una vez al presidente de EE.UU., pero también solemnizándolo. Obama, probablemente el presidente global más deseado de todos los tiempos, va a pasar a la historia de acuerdo con aquella vieja fórmula de los críticos perezosos: “Mejor planteado que resuelto”. De ningún modo ha sido un bluf, pero es cierto que su política no ha sido capaz de cumplir las homéricas expectativas que el “Yes, we can” engendró. Aquel premio Nobel tan coyuntural más bien lo inhibió, visto que en política exterior su liderazgo ha sido demasiado discreto. Sus mandatos se han caracterizado por gestos justos, oportunos, incluso valientes. Pero gestos al fin y al cabo. Como Cuba: cerrar simbólica y definitivamente la guerra fría 26 años después de la caída del muro va a ser su mediática despedida. El gran Eduardo Galeano aseguraba que nunca había confundido a Cuba con el paraíso, “¿por qué iba a confundirla, pues, con el infierno? Yo soy uno más entre los que creemos que se puede quererla sin mentir ni callar”. Michelle y Barack, ungidos por el son y el filin, en su recta final, están dispuestos a demostrar que el ritmo también es una ideología. La máquina trendy / Kendall Jenner

En Coachella la música es lo de menos. La pasarela, digamos alternativa, ha ido subiendo el caché para epatar vía Instagram con sus outfits festivaleros, a lo Kendall Jenner y sus looks de 4.000 dólares. Se trata de exhibir actitudes provocadoras, como en su día se hizo en Woodstock o Canet, aunque tan intrascendentes como estrenar tatuaje acompañado por tu guardaespaldas (Brooklyn Beckham), besuconas como el inesperado lengüetazo a un rapero de moda sobre el escenario (Madonna a Drake), o poco ejemplares: Rihanna esnifando cocaína a la vista de todos en el backstage. Paradójico lugar de encuentro de la música alternativa, gigantes de la moda del tamaño de H&M o ASOS y la simple y llana memez. Cañas y barro / Rodrigo Rato Con la nuca doblada, “protegida” es el eufemismo, hemos visto al que sacaba pecho cimbreado por el halo de la droite divine y se fundió con la burbuja inmobiliaria; el que participó del hundimiento de la caja de ahorros más antigua de España y toleró los millones de euros expoliados con tarjetas black en alcohol, huevos estrellados de Lucio y spas urbanos. El que representó la pura esfinge de la derecha “civilizada”, ahora auto-humillado por el entramado que presuntamente levantó. Es el cierre de la barra libre para los que convirtieron la ley en trampa. Hace poco, volviendo de Suiza -¿de dónde, si no?-, unos pasajeros le montaron un escrache celeste, olfateando el abismo. La paciencia, en el aire, se impacienta. Discreta elegancia / Ignacio Vidal-Folch

Si hubiera habido mención a la elegancia en el primer Congreso de Periodismo Cultural de Santander, esta hubiera correspondido a Ignacio Vidal Folch, el mismo que cuestionó sobre la función decorativa -que no estética- de la cultura en los medios. El que fue corresponsal del frío centro y este europeos combinaba el jersey de pico azul Klein con corbata asomada y bota marrón de media caña. Acabo de leer su última novela: Pronto seremos felices (Destino), una fascinante colección de personajes y escenarios, de reencuentros e identidades y de una clave femenina que maneja con maestría y antidepresivos: “Cada día, una pildorita de escitalopram, que me va muy bien, me da tranquilidad…”. Todo vale como antídoto contra el mal de amores. (La Vanguardia)

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18 de abril de 2015
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Wert en el teclado

Cincuenta periodistas culturales reunidos durante dos días en el palacio de la Magdalena de Santander a fin de tumbar a su oficio en el diván. Psicoanálisis de urgencia: desde la crítica y la crónica del género hasta las tendencias y las resistencias. ¿Crisis del género o fin de época? ¿Autocrítica y ombliguismo de los demasiados periodistas que escriben sólo para sus colegas? Los equilibrios presupuestarios que han reducido contenidos y contenedores aunque por otro lado han avivado nuevos formatos para exquisitas minorías: desde emisoras en internet como El Extrarradio hasta publicaciones para pensar como Letras Libres. Unos exigen higiene deontológica: no hay que conocer al autor antes de entrevistarlo, mientras que otros quieren seguir celebrando la afinidad: “No contemplo los rigores protestantes, me gusta escribir de los amigos, no creo en la pureza de raza”, dijo Antonio Lucas, pantalón caído y calcetines de color rosa. “Tenemos que encontrar el pálpito de nuestro tiempo, ser transversales, creativos”, reclamó la escritora Eva Díaz Pérez. La cultura en televisión se ha convertido en cuña. Toni Puntí, el gran resistente junto a Óscar López -el único programa de libros que se emite hoy en televisión-, pasa al 33 entre Doraemon y Shin Chan, cápsulas picadas semejantes a minihamburguesas dietéticas. De la cultura animi de Cicerón al patrimonio cultural entendido como bien público heredado de los ilustrados que incluye el buen gusto y las pulidas costumbres, la cultura es servida desde los medios de comunicación como alimento y espíritu de los tiempos, guarida ­pero también ascensor social y mental. Más allá del entretenimiento: “La cultura es un arma de transformación de la sociedad”, dijo ­Pepe Ribas-Ajoblanco. “Estamos en la industria del entretenimiento a la espera de montar la del conocimiento”, aseguró Borja Casani-El Estado Mental. “La cultura es aquello que permite limpiar lo que otros ensucian”, afirmó el organizador del acto, Basilio Baltasar, director de la Fundación Santillana, quien mentó la bicha: “A mí me sonaba mucho el nombre de Wert, y es que lo tenemos alineado en nuestros teclados, recordándonos sine die el estrangulamiento a la cultura”. El manual de urgencia ha quedado servido en bandeja en “Una crónica del periodismo cultural” dictada por uno de sus máximos demiurgos, Sergio Vila-Sanjuán -camisa color coral, barba precisa- . “Pasión por la cultura, capacidad de percibir lo realmente nuevo, voluntad de documentarse, estilo cuidado y antitópico, pensamiento crítico, saber combinar lo trascendente y lo anecdótico. Y buen ojo”. Además de contar con el favor de las musas para enfocar el espejo entre la realidad y la ficción.

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15 de abril de 2015
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Delirios

Cada época tiene que soportar su desatino, y la nuestra, enfebrecida tras la caída de dioses, demiurgos y poetas, se ha enfangado en el delirio. En la escena de la política nacional el espectáculo parece la entrega por capítulos de un culebrón de sobremesa. Inquinas y corrillos en el Partido Popular: que si unos quieren la cabeza de María Dolores de Cospedal y otros desestabilizar a Rajoy. El ventilador de Bárcenas amenaza con ensuciar la reformada Génova y la Moncloa en un dos por uno, mientras las encuestas electorales se empeñan en marcar una tendencia al declive. Miembros de UPyD han declarado que su partido se ha convertido en una especie de secta a causa del yoísmo de su líder, que no teme a peluqueros ni a disidentes, más bien todo lo contrario, mientras Rivera ofrece barra libre y refugio ideológico a los infieles. En el panorama internacional, el último atentado en la Universidad de Garissa (Kenia) demuestra que el yihadismo, dispuesto a extender un estado de terror allá donde lleguen sus tentáculos, es un frenopático descontrolado. Como contrafuerza al laicismo occidental, entregado a los brazos del materialismo en nombre de la dolce vita, el islam ha sido secuestrado por los extremistas que citan los mismos textos que cualquier otro musulmán considera sacrosantos. Como razonaba hace unos días en The Wall Street Journal la activista holandesa-somalí Ayaan Hirsi Ali, que ha tenido que vivir escondida y escoltada por guardaespaldas por sus críticas al radicalismo y que, acusada de islamofobia, vio como le retiraban un doctorado honoris causa en Estados Unidos: “El problema fundamental es que la mayoría de los musulmanes pacíficos y respetuosos con la ley no están dispuestos a reconocer, mucho menos para repudiar, la garantía teológica para la intolerancia y la violencia incrustada en sus propios textos religiosos”. “Deberían suavizarse ciertos aspectos del islam que, como se ha demostrado, abonan el terreno para la opresión y la guerra santa”, insistía Hirsi Ali. El último libro de Zygmunt Bauman -con Leonidas Donskis-, Ceguera moral, explora la idea de que la sensibilidad es hoy un valor a la baja. Nadie disputa por ella, ni se reclama para desempeñar un trabajo ni se utiliza como criterio aplicable a la calidad. Algunos de los programas más vistos de la televisión huyen de ella como la peste, tratando de ligar desnudos en una isla desierta o queriendo casar a tu hijo mediante un casting e ilustran la preocupante pérdida de pudor -y valores-, como si la zafiedad fuese un grado. Hubo una época en que políticos, ciudadanos de a pie, artistas, y hasta los famosos de la tele, se esforzaban por ser más listos y competentes. Hoy, en cambio, la amalgama de mensajes en contra dirección ha acabado confundiendo la espontaneidad con la ignorancia, la realidad con el cutrerío, y los principios con el delirio. (La Vanguardia)

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13 de abril de 2015
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El Boomeran(g)
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