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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Los cojines de Rato

El joven Rato tuvo un seiscientos tuneado, un detalle que entonces no significaba una expresión macarra sino un signo de privilegio. Cuando llegó al Partido Popular, cuentan que lo hizo al volante de un descapotable rojo. Ro­drigo Rato representó de tal forma el vértice de la pirámide que el allure en su porte disminuía la talla de sus adver­sarios. Recuerdo cuando nos pregun­tábamos con tanto ahínco por qué el dedo de Aznar no había coronado al cosmopolita Rato en lugar de a un señor de provincias llamado Mariano Rajoy. ­Dicen que Aznar nunca se fío de él, que mandaba espiarle por poco obediente, soberbio y osado, a pesar de ser el artífice del llamado “milagro económico ­español”. Nuestra sociedad se ha habituado a no separar la vida privada y la vida pública de quienes ejercen el poder cuando quedan atrapados en sus propias leyes. El Rato abogado vive a 300 metros de distancia del ciudadano Rato, y el Rato que viajaba mucho a Suiza tiene los dos mismos brazos y la misma cabeza que el Rato que dirigió la economía del país y del mundo desde el FMI; los mismos que el que fuera aupado por Zapatero y Rajoy para presidir Bankia y también los de aquel cliente que dejó dos cojines voluminosos en la puerta de un pequeño establecimiento, Entrecosturas, en Gijón, sin mediar palabra, y que la dueña, transcurridos unos meses sin que nadie se interesara por ellos, los regaló a una oenegé. Rato le reclamó una indemnización de 380 euros y se declaró “engañado”. Acaso sus cojines simbolizaban una pérdida mayor, pero se forjó una caricatura delirante. En Madrid mucho se especula acerca de la lista de los 705 vips que, tras regularizar sus capitales en el extranjero, no pudieron aclarar su origen y presentan indicios de blanqueo, suponiendo que el nombre de Rato será el primero que aflore. Por ello se rubrica la sobreactuación de la mano en la nuca al entrar en el coche policial, una grosera humillación para un hombre de andares erguidos. El exceso de confianza es cosa de tontos, aunque se venda todo lo contrario. De igual forma que no se pueden despreciar los nubarrones en la mente de quienes tienen una elevada capacidad intelectual que les permite sortear peligros y anticipar problemas. “Tiene mucho poder pero es relajado”, se dice en señal de aprobación. Según investigadores de la universidad canadiense de Lakehead, las personas “centinelas” actúan con prevención, preocupación e incluso angustia, pero se evitan infiernos. Los participantes en la investigación que se mostraban más en guardia eran las personas que tenían un elevado coeficiente intelectual. Es probable que en el último año Rato haya sido un ser preocupado, pero en el caso de darse por probados los indicios delictivos que se han difundido, la ceguera de la codicia mostraría de nuevo la brecha entre el yo público y el yo privado. El Rato tranquilo y relajado debió de creerse un hombre con dos almas. O un impostor de sí mismo. (La Vanguardia)

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20 de abril de 2015
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La ideología del ritmo

Michelle ha iniciado su retirada de la Casa Blanca bailando, dispuesta a demostrar que en ritmo difícilmente alguien supera a los Obama. Del funky al soul, o al rap, de la entrega de aquel Oscar a la mejor película a Argo -protesta de Irán incluida- a su amistad con el diablo vestido de Prada, Anna Wintour, han ejercido de demócratas tan concienciados como mundanos. Ni los Happy birthday Mr. President de Kennedy, los vals de Ronald y Nancy, el saxo de Clinton o Bush jr. bailando la Macarena pueden compararse con las glorias del Apollo Theatre que viajaron de Harlem a la Casa Blanca. El acta de libertad que Michelle firmará dentro de pocos meses no podría ser más gráfica: “¿Qué es lo primero que hará al abandonar la Casa blanca?”, le preguntó la show woman más cómplice del matrimonio, Ellen DeGeneres. “Abrir la ventanilla del coche”, respondió la aún primera dama, y añadió casi con dolor que añoraba sentir la brisa en el rostro, aventándose con la mano como hacen algunas mujeres víctimas de sofocos, no necesariamente hormonales. Hija de un operador de bombas del Departamento Hidráulico de Chicago aquejado de esclerosis múltiple, salió de los ladrillos rojos de su South Side con un cum laude de Princeton (que luego completó con otro título de Harvard). Fue moldeando sus hombros, basculando sus caderas y demostrando que aunque supiera fruncir el ceño era mucho más que una angry black woman. A pesar de su brillante formación, durante sus años en la Casa Blanca nunca ha ejercido de abogada de los ricos -ni de los pobres-, a diferencia de Hillary Clinton, que, con sus collares de fantasía, ha pasado de first lady a lady first. Michelle, en cambio, prefiere las perlas y juega con la ventaja de su piel de ébano, pues las perlas en señoras blanquísimas y rubias producen una gran desconfianza. Michelle ha reinado con más esplendor que Barack Obama, y su popularidad no ha mermado, humanizando más de una vez al presidente de EE.UU., pero también solemnizándolo. Obama, probablemente el presidente global más deseado de todos los tiempos, va a pasar a la historia de acuerdo con aquella vieja fórmula de los críticos perezosos: “Mejor planteado que resuelto”. De ningún modo ha sido un bluf, pero es cierto que su política no ha sido capaz de cumplir las homéricas expectativas que el “Yes, we can” engendró. Aquel premio Nobel tan coyuntural más bien lo inhibió, visto que en política exterior su liderazgo ha sido demasiado discreto. Sus mandatos se han caracterizado por gestos justos, oportunos, incluso valientes. Pero gestos al fin y al cabo. Como Cuba: cerrar simbólica y definitivamente la guerra fría 26 años después de la caída del muro va a ser su mediática despedida. El gran Eduardo Galeano aseguraba que nunca había confundido a Cuba con el paraíso, “¿por qué iba a confundirla, pues, con el infierno? Yo soy uno más entre los que creemos que se puede quererla sin mentir ni callar”. Michelle y Barack, ungidos por el son y el filin, en su recta final, están dispuestos a demostrar que el ritmo también es una ideología. La máquina trendy / Kendall Jenner

En Coachella la música es lo de menos. La pasarela, digamos alternativa, ha ido subiendo el caché para epatar vía Instagram con sus outfits festivaleros, a lo Kendall Jenner y sus looks de 4.000 dólares. Se trata de exhibir actitudes provocadoras, como en su día se hizo en Woodstock o Canet, aunque tan intrascendentes como estrenar tatuaje acompañado por tu guardaespaldas (Brooklyn Beckham), besuconas como el inesperado lengüetazo a un rapero de moda sobre el escenario (Madonna a Drake), o poco ejemplares: Rihanna esnifando cocaína a la vista de todos en el backstage. Paradójico lugar de encuentro de la música alternativa, gigantes de la moda del tamaño de H&M o ASOS y la simple y llana memez. Cañas y barro / Rodrigo Rato Con la nuca doblada, “protegida” es el eufemismo, hemos visto al que sacaba pecho cimbreado por el halo de la droite divine y se fundió con la burbuja inmobiliaria; el que participó del hundimiento de la caja de ahorros más antigua de España y toleró los millones de euros expoliados con tarjetas black en alcohol, huevos estrellados de Lucio y spas urbanos. El que representó la pura esfinge de la derecha “civilizada”, ahora auto-humillado por el entramado que presuntamente levantó. Es el cierre de la barra libre para los que convirtieron la ley en trampa. Hace poco, volviendo de Suiza -¿de dónde, si no?-, unos pasajeros le montaron un escrache celeste, olfateando el abismo. La paciencia, en el aire, se impacienta. Discreta elegancia / Ignacio Vidal-Folch

Si hubiera habido mención a la elegancia en el primer Congreso de Periodismo Cultural de Santander, esta hubiera correspondido a Ignacio Vidal Folch, el mismo que cuestionó sobre la función decorativa -que no estética- de la cultura en los medios. El que fue corresponsal del frío centro y este europeos combinaba el jersey de pico azul Klein con corbata asomada y bota marrón de media caña. Acabo de leer su última novela: Pronto seremos felices (Destino), una fascinante colección de personajes y escenarios, de reencuentros e identidades y de una clave femenina que maneja con maestría y antidepresivos: “Cada día, una pildorita de escitalopram, que me va muy bien, me da tranquilidad…”. Todo vale como antídoto contra el mal de amores. (La Vanguardia)

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18 de abril de 2015
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Wert en el teclado

Cincuenta periodistas culturales reunidos durante dos días en el palacio de la Magdalena de Santander a fin de tumbar a su oficio en el diván. Psicoanálisis de urgencia: desde la crítica y la crónica del género hasta las tendencias y las resistencias. ¿Crisis del género o fin de época? ¿Autocrítica y ombliguismo de los demasiados periodistas que escriben sólo para sus colegas? Los equilibrios presupuestarios que han reducido contenidos y contenedores aunque por otro lado han avivado nuevos formatos para exquisitas minorías: desde emisoras en internet como El Extrarradio hasta publicaciones para pensar como Letras Libres. Unos exigen higiene deontológica: no hay que conocer al autor antes de entrevistarlo, mientras que otros quieren seguir celebrando la afinidad: “No contemplo los rigores protestantes, me gusta escribir de los amigos, no creo en la pureza de raza”, dijo Antonio Lucas, pantalón caído y calcetines de color rosa. “Tenemos que encontrar el pálpito de nuestro tiempo, ser transversales, creativos”, reclamó la escritora Eva Díaz Pérez. La cultura en televisión se ha convertido en cuña. Toni Puntí, el gran resistente junto a Óscar López -el único programa de libros que se emite hoy en televisión-, pasa al 33 entre Doraemon y Shin Chan, cápsulas picadas semejantes a minihamburguesas dietéticas. De la cultura animi de Cicerón al patrimonio cultural entendido como bien público heredado de los ilustrados que incluye el buen gusto y las pulidas costumbres, la cultura es servida desde los medios de comunicación como alimento y espíritu de los tiempos, guarida ­pero también ascensor social y mental. Más allá del entretenimiento: “La cultura es un arma de transformación de la sociedad”, dijo ­Pepe Ribas-Ajoblanco. “Estamos en la industria del entretenimiento a la espera de montar la del conocimiento”, aseguró Borja Casani-El Estado Mental. “La cultura es aquello que permite limpiar lo que otros ensucian”, afirmó el organizador del acto, Basilio Baltasar, director de la Fundación Santillana, quien mentó la bicha: “A mí me sonaba mucho el nombre de Wert, y es que lo tenemos alineado en nuestros teclados, recordándonos sine die el estrangulamiento a la cultura”. El manual de urgencia ha quedado servido en bandeja en “Una crónica del periodismo cultural” dictada por uno de sus máximos demiurgos, Sergio Vila-Sanjuán -camisa color coral, barba precisa- . “Pasión por la cultura, capacidad de percibir lo realmente nuevo, voluntad de documentarse, estilo cuidado y antitópico, pensamiento crítico, saber combinar lo trascendente y lo anecdótico. Y buen ojo”. Además de contar con el favor de las musas para enfocar el espejo entre la realidad y la ficción.

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15 de abril de 2015
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Delirios

Cada época tiene que soportar su desatino, y la nuestra, enfebrecida tras la caída de dioses, demiurgos y poetas, se ha enfangado en el delirio. En la escena de la política nacional el espectáculo parece la entrega por capítulos de un culebrón de sobremesa. Inquinas y corrillos en el Partido Popular: que si unos quieren la cabeza de María Dolores de Cospedal y otros desestabilizar a Rajoy. El ventilador de Bárcenas amenaza con ensuciar la reformada Génova y la Moncloa en un dos por uno, mientras las encuestas electorales se empeñan en marcar una tendencia al declive. Miembros de UPyD han declarado que su partido se ha convertido en una especie de secta a causa del yoísmo de su líder, que no teme a peluqueros ni a disidentes, más bien todo lo contrario, mientras Rivera ofrece barra libre y refugio ideológico a los infieles. En el panorama internacional, el último atentado en la Universidad de Garissa (Kenia) demuestra que el yihadismo, dispuesto a extender un estado de terror allá donde lleguen sus tentáculos, es un frenopático descontrolado. Como contrafuerza al laicismo occidental, entregado a los brazos del materialismo en nombre de la dolce vita, el islam ha sido secuestrado por los extremistas que citan los mismos textos que cualquier otro musulmán considera sacrosantos. Como razonaba hace unos días en The Wall Street Journal la activista holandesa-somalí Ayaan Hirsi Ali, que ha tenido que vivir escondida y escoltada por guardaespaldas por sus críticas al radicalismo y que, acusada de islamofobia, vio como le retiraban un doctorado honoris causa en Estados Unidos: “El problema fundamental es que la mayoría de los musulmanes pacíficos y respetuosos con la ley no están dispuestos a reconocer, mucho menos para repudiar, la garantía teológica para la intolerancia y la violencia incrustada en sus propios textos religiosos”. “Deberían suavizarse ciertos aspectos del islam que, como se ha demostrado, abonan el terreno para la opresión y la guerra santa”, insistía Hirsi Ali. El último libro de Zygmunt Bauman -con Leonidas Donskis-, Ceguera moral, explora la idea de que la sensibilidad es hoy un valor a la baja. Nadie disputa por ella, ni se reclama para desempeñar un trabajo ni se utiliza como criterio aplicable a la calidad. Algunos de los programas más vistos de la televisión huyen de ella como la peste, tratando de ligar desnudos en una isla desierta o queriendo casar a tu hijo mediante un casting e ilustran la preocupante pérdida de pudor -y valores-, como si la zafiedad fuese un grado. Hubo una época en que políticos, ciudadanos de a pie, artistas, y hasta los famosos de la tele, se esforzaban por ser más listos y competentes. Hoy, en cambio, la amalgama de mensajes en contra dirección ha acabado confundiendo la espontaneidad con la ignorancia, la realidad con el cutrerío, y los principios con el delirio. (La Vanguardia)

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13 de abril de 2015
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La hoguera de las tallas

A partir de los años cincuenta, la moda ha preferido los huesos a la carne. Ceñida, vaporosa o estructurada, la ropa se mostraba en sociedad ávida para sellar cinturas breves y ceñir el busto en el punto justo de sal. El ojo se acostumbró a las mujeres resumidas para apreciar la caída de los trajes sobre cuerpos reales aunque no lo parezcan. Porque la pasarela es una ficción movida por las agujas del sueño. Pero si Lisa Fonssagrives, Bettina Graziani o Twiggy hubieran “modelado” en la Francia de Hollande y de la ministra de Sanidad Marisol Tourraine, poco hubieran podido hacer en el Vaticano de la moda. Según Tourraine y el diputado Olivier Véran -neurólogo y autor de la propuesta de ley que estudiará la Asamblea- la moda debe de ser ejemplar y por tanto la delgadez debe de dejar de ser considerada un ideal. “Un índice de menos del 16 indica un estado de hambruna, y uno inferior al 18 demuestra una verdadera desnutrición”, dejó dicho. Los directores de casting, que muerden la palabra “gorda” de forma semejante a un mondadientes, han berreado contra la iniciativa. Y los popes de una industria que mueve decenas de miles de millones se muestran indispuestos ante la campaña que culpabiliza su canon estético como uno de los principales acicates que promueve la anorexia y bulimia. Ojalá la solución fuera tan simple para un trastorno multifactorial y complejo, aunque ello no exima la iconografía de mujeres calavéricas. No todas. Giselle Bundchen, la modelo mejor pagada del mundo, que anuncia su retirada a los 34 años. García Márquez no había escrito aún con esa edad El coronel no tiene quién le escriba ni Picasso había pintado el Gernika. Es el precio de la belleza, su temprana agonía. La de Giselle ha sido siempre ágil, de mujer gacela, flaca pero musculada, brasileña sin ser racial; la que hace surf, pare niños, diseña hawaianas y aunque sea la antítesis de Coco Chanel le pone chasis a la publicidad del N.º 5. En Francia se repite un viejo debate sobre índice de Masa Corporal (IMC) que ya atajó Esperanza Aguirre hace años en la Pasarela Cibeles pesando a las modelos y midiendo su IMC. No obstante, el actual fenómeno de las curvys se extiende con aquiescencia. Mientras antes, las tallas 46 y 48 se escondían en las trastiendas con modelos para ancianas, hoy la oferta se ha sofisticado. Candice Huffine, junto a Tara Lynn o Tess Holliday copan portadas y contratos, encantadas de conocerse con su sobrepeso -por otro lado, la talla media de la población femenina-. Otra XXL con sed de focos, Stefania Ferrairo, ha publicado en las redes su retrato con unas palabras escritas en su abdomen: “Soy una modelo”. Su cruzada personal se ha viralizado con frenesí. Ferrairo viene a decir que las tallas que la separan de Giselle no son un hándicap para que no la adjetiven. Como son las cosas, hoy he abierto un folleto con recomendaciones del dr. Valentí Fuster para que las mujeres se conciencien de su salud cardiovascular, y de una de ellas reza: mídase su abdomen, es más certero que el IMM, y si excede de los 82 cm, déjese de tallas y empiece a correr. Battle a la extremeña / José Antonio Monago Arranca la campaña de las elecciones locales y autonómicas con mucho flow, el que el barón rojo pepero, José Antonio Monago, ha querido darle a su rap “Extremadura, como única doctrina”. Con buen tino no se ha lanzado a frasear él mismo, y tampoco se ha enfundado una sudadera de capucha XXL y una gorra de béisbol. Es la B-girl Discípulo de la Rima quien desgrana eslóganes que parecen tan dirigidos a sus votantes como a sus compañeros de mesa de juntas en Génova. “Creer en las personas más que en los partidos, y más en la ideas que en ideologías” o “confiar en un Gobierno que siempre dice la verdad, en un Presidente más fuerte, más valiente y más capaz”. Los versos sueltos del PP se van reencontrando, y aunque no dan para un poema, aventuran una copla. Los mil escándalos / Tom Cruise En 30 años de carrera, a Tom Cruise le han destapado supuestos romances gais, alucinantes castings para encontrar esposa, banquetes a base de placenta filial y un incondicional apoyo a la Iglesia de la Cienciología. De actor revelación con un mechón rebelde sobre su rostro de chico bueno, al exceso de bótox y una sonrisa achinada al estilo Aznar. Ahora vuelve a las portadas del couché con una nueva miseria: a pesar de reivindicarse como padre, hace más de un año que no ve a su hija Suri, la niña que lleva bolso y zapatos de tacón desde los 3 años. Su agente afirma que siempre procura que no haya cámaras cuando está con ella. La cofradía de la Rumorología, excedida y cada vez más apestosa, juzga ahora su responsabilidad parental. El sueña tortillas / Antoni Puigverd “El cuaderno literario de un escritor de provincias”, “la distancia entre un mundo antiguo de los arados romanos y el nuevo mundo de la lava abrasiva”. Palabras despaciosas con las que Antoni Puigverd presentó en Madrid “La ventana discreta” -en una cuidada edición de Libros de Vanguardia-. Puigverd es un hombre con flema y reserva, determinación y romanticismo. Lo arropó un público mezclado, como sólo pasa en Madrid: Pérez Llorca, Casajuana, Montserrat Domínguez, Clara Sanchis, Miguel Ángel Aguilar o Jorge Fernández Díaz, José María Lassalle interpretó la sensibilidad de Puigverd desde la periferia de la periferia. “Una mirada calvinista”, según Màrius Carol. Un sueña tortillas cuyo gran consuelo es “pasear y mirar”, según el discreto observador.

(La Vanguardia)

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11 de abril de 2015
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Tormenta de arena

El único ruido que altera el paisaje son los motores del aire acondicionado, que aún no saben cómo silenciar en esta isla con nombre de cómic, Banana Island, bañada por el mar de Arabia y tan frente a frente de Doha como Algeciras de Tánger. El crepúsculo ha llegado hacia las siete, pero la luna llena refulge desde media tarde, enredada tras las cortinas de nubes. El skyline qatarí, cuando enciende sus luces, queda silueteado por un halo azul y fucsia: tal vez quieran imitar los rosados atardeceres que se deshacen en hebras. Artificial y a la vez ambicioso es ese trozo de Nueva York o Chicago en medio del desierto donde tan prioritarios son el control burocrático y la seguridad que cuando pagas en cualquier centro comercial te piden hasta el teléfono. Banana Island no es Katara, la popular playa donde las mujeres sólo pueden bañarse con un traje de licra o neopreno de la cabeza a los pies. Aquí se lucen indistintamente bikinis y niqabs, y la mezcla resulta tan liberal como obscena. El mar tiñe la calma de un plata semejante al papel de aluminio. El único movimiento extraño es el de una bandada de aves que se alzan en un vuelo nervioso. Han desaparecido las moscas. La temperatura es perfecta y una suavísima brisa actúa de mecedora. Pero, de repente, el paisaje se trastorna. Ninguna previsión meteorológica anunciaba tormenta. Tormenta de arena, arremolinada y salvaje. Se acerca deprisa. Una espiral blanca que apunta al cielo y parece capaz de tragarse la tierra. Las palmeras danzan, en trance; las alarmas se disparan cada minuto. Y la arena se filtra por debajo de las puertas, incluso por el ojo de la cerradura, hasta impregnar tu paladar. Lo leí en Kafka en la orilla, de Murakami: “A veces el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentado evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote”. Asegura que la tormenta de arena es metafísica y simbólica, pero que aun así te rasga la carne. Me acordé de sus palabras, consciente de que la literatura invade la vida con su componente premonitorio. Al leer, a veces actuamos como si quisiéramos prepararnos para lo que ignoramos; yo anoté esas líneas, las aprendí: “La persona que surge de una tormenta de arena nunca será la misma que penetró en ella”. Coches detenidos en medio de la nada, desaparecidos en el mar, caos, sirenas, y la arena pegada a la garganta. Había que tratar de dormir con el silbido del desierto recordando cuando, en los pueblos, se iba la luz y las mujeres nos hacían rezar a santa Bárbara. Tras las ventanas, el mar escupía barro. Amaneció con cinco centímetros de arena cubriéndolo todo, incluso las almas. (La Vanguardia)

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8 de abril de 2015
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Casa de muñecas

Cuando las niñas juegan con muñecas y les prestan su voz, lo hacen con tonos agudos y cadencias plañideras, al estilo de sus canales temáticos o de los tutoriales que tanto enganchan. En cambio para los muñecos, los Ken de turno, entonan con mayor determinación y gravedad, como si estuvieran enfadados. Al observarlas enfrascadas en sus ficciones, me pregunto acerca del insondable mecanismo -¿o es simple inercia?- por el que se repiten patrones y se perpetúan papeles. Al tiempo que cavilo en las resistencias culturales, una Barbie le pide a Ken que le traiga una bandeja con plátanos y naranjas. Lo hace serio pero encantado. Y no sólo es eso: Ken cocina mientras las sirenas se cambian de outfit, así lo dicen hoy las pequeñas bi-trilingües. En el cuarto de juegos donde espío, las muñecas se van solas al baile, de viaje de trabajo o al parque de atracciones. La generación de madres con permanente cara de velocidad -una especie que se resiste a abandonar la vida estresante, no vaya a ser que luego les quede un sentimiento no sólo vacío, sino de detrito- parece que ha dejado huella en el alma de las muñecas. Las que nos criamos con Heidi -que ahora regresa, con sus cuarenta tacos a la espalda- también jugábamos a cambiarle el outfit a nuestras muñecas recortables, sólo que los llamábamos conjuntos, como magdalenas a los cupcakes. Nuestras series no eran tan de caramelo a diferencia del rosificado mundo de las princess, en el que con siete años ya les hacen la pedicura y les dan masajes. Siempre había un personaje que encarnaba el mal, como la señorita Rottenmeier, que humillaba cada dos por tres a la pobre Heidi, según los criterios biempensantes de hoy una niña maltratada. En la última feria del juguete de Nueva York, Mattel ha presentado a la Barbie espía, que graba a los niños y manda la información a los servidores de la compañía. Sus detractores aseguran que se cruza el límite de la libertad del menor; sus defensores, que puede llegar a protegerlos. Mientras, la imagen de una pequeña refugiada siria que levanta las manos ante una cámara creyendo que se trata de un arma ha sobrecogido a millones de occidentales que tienen en sus casas a preescolares empachados de iPad y videojuegos. Algunos de ellos violentos. Nos llenamos la boca con la educación y progreso, pero persiste una anomia que converge en conductas miméticas: los pequeños acaban reproduciendo la frustración y la agresividad que les trasladan los mayores. Según la macroencuesta de violencia de género, más de un 12,5% de españolas la ha padecido. Y en lugar de ir remitiendo, y a pesar de la sensibilización colectiva, crece. Esta semana han muerto también dos niños en manos de su padre en lugar de estar jugando con sus casas de muñecos, allí donde representan el pequeño teatro del mundo, lo que ven en casa. (La Vanguardia)

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6 de abril de 2015
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La Francia ?vintage?

La adrenalina concentrada en sus pupilas, que se clavan como chinchetas allí por donde pisa. El mohín de distancia que media entre sus ojos caídos y la nariz aguileña. El pelo abrumado, con remolinos azabache que aún no se han dejado tomar por la canas. Y un taconeo al andar entre Gades y Clouseau. Sarko est de retour. Como el torero que tras un par de años de melancólica retirada, en la que ha aprendido lo largo que es el amor y lo corto que es el olvido, regresa al ruedo en busca de oreja y rabo. Eufórica resurrección la suya, la de un hombre que siempre ha andado erguido como si fuera alto. En verano un bohemian bourgeois sans chaussures, en invierno un ocioso expresidente que le llevaba a Carla la guitarra. Nadie había conseguido una diferencia tan abultada en la historia de la V República: la coalición de centro-derecha obtuvo 64 de los 101 departamentos. “Nunca una mayoría había perdido tantos departamentos. Nunca un gobierno en el poder había inspirado tanta desconfianza. Nunca una política había fracasado tanto”, dijo, con el golpe de efecto de la repetición demagógica en busca de piel y fibra. Los portales web se han puesto las botas. Sarko, a diferencia del hésitant Hollande, tiene estilo propio. En el Elíseo vestía trajes de Dior conjuntado con Carla. El hombre que, según contaba Yasmina Reza, se quedaba embobado ante la portada de Le Monde, no porque atrapara su atención un titular, sino porque le excitaba ese anuncio de Rolex tan dorado, ha vuelto para calmar el hambre de derechona en la otrora libertina Francia. Muchos socialistas decepcionados le votaron como coyuntural freno a la extrême droite Marine Le Pen, una mujer astuta y confiada que habla en nombre de la soberanía nacional y demuestra que la política nunca es un artefacto perfecto, ni falta que hace. Coincide su apoteósico comeback con otro revival derechista que arrasa en Francia y que ha convertido al expresidente Jacques Chirac en icono pop. Su rostro está en las camisetas y bolsas más trendy en París o Marsella. En Tumblr, una página devotamente titulada “Fuck Yeah Jacques Chirac” reúne algunas de sus mejores fotos: saltando un torno como un atleta en el metro, durmiendo impecable con antifaz en un vuelo presidencial o echando una bocanada de humo en un sillón de terciopelo malva. “El Cary Grant francés” y según Les Inrockuptibles, siempre un paso más allá, hipster avant la lettre. Su popularidad cayó como ahora la de Hollande, pero su legado, al menos estético, permanece. Sarkozy, recibido en esta secuela con escepticismo incluso por sus compañeros, se sueña de vuelta. Antes tendrá que salir victorioso del congreso de refundación del partido, demostrar que lo de las departamentales no ha sido solo un castigo a la falta de credibilidad y la división socialista, y vencer en las primarias conservadoras del 2016 para ser candidato. Pero, si la hombría de trajes cruzados, gafas XXL y cigarrillo en la comisura de los labios de Chirac se han impuesto, ¿por qué no van a hacerlo las pupilas hiperactivas y los tacones aflamencados de Sarko? Sin cinta / Rafa Nadal

Es la celebridad española que cae mejor, aseguran varios sondeos, y también el que ha marcado una era en la que el deportista se convirtió en el dios de la ejemplaridad. Sus músculos tan sobrehumanos, su coraje en la cabeza y el corazón. También la humildad. “Necesito la ayuda de mi equipo, pero sobre todo de mí mismo”, confesó tras perder con Fernando Verdasco y enganchar la quinta derrota -por sólo un título- en lo que va de año, el peor arranque en una década impecable. Hay que ser valiente para despojarse de la cinta del pelo y la raqueta de superhéroe y reconocer que la vida son ciclos, que la experiencia no siempre es un grado y que la elegancia se demuestra en las derrotas, así como en el aliento para no cronificarlas. Siempre noticia / Angelina Jolie

Tantos mortales con vidas anodinas, y esta mujer que, además de llamarse Bonita, colecciona azares y desafíos: Brad Pitt, familia multicultural, superheroína a ambos lados de la cámara, viajes a campos de refugiados como embajadora de la ONU, una hija que se viste como un niño. Ahora Angelina confiesa en el NY Times que sufre menopausia, palabra tabú que la mayoría de celebrities prefieren ignorar. Después de su doble mastectomía, se ha sometido a una extirpación de ovarios preventiva, provocando un debate sobre los protocolos médicos. Hace un tiempo anunció que se dedicaría full time a su compromiso social, y que aparcaba la interpretación. Visto en conjunto, es la faceta en la que menos ha destacado. Una grande / Margarita Rivière Se reía como si aún fumara, mujer de carcajada gozosa y mirada fina. Creó un estilo de periodismo con el que fijaba valiosas crónicas de nuestro tiempo, sublimadas en su tesis doctoral, La fama, que terminó a la edad de la jubilación; siempre tan autoexigente. La conocí en una conferencia en la Paeria de Lleida y le mostré mi interés por la moda: “No creas que es tan interesante, hay mucha estupidez”. Debía de tener la edad que yo tengo ahora. Nunca la abandonaron los interrogantes, fue generosa y cáustica, con su eterno pelo a la garçon y una alma bella: “Estoy muy inactiva, sólo ayudo a estudiantes y leo lo que me apetece (bueno, preparo otro libro de moda con calma chicha)”, me escribió hace un mes. Querida amiga, la ausencia quema. (La Vanguardia)

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4 de abril de 2015
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¿Dónde están los ?curvies??

No hay día en que no aparezca una noticia sobre las curvies, ni que la prensa de moda bien intencionada imprima el fenómeno en su portada con tipografías vistosas, a menudo en cursivas, a fin de interpretar más literalmente el movimiento de unas caderas estridentes. Bien diferente sería que, en lugar de curvies, las llamaran gordas, palabra de mal llevar que solo cuando es nombrada en primera persona, reconocida por una misma con humor o amargura, se exime de ánimo vejatorio. Curvy es un nombre rumboso que aporta un toque de novedad a la expresión tallas grandes. Grande es un eufemismo de gordo que equivale a de color por negro o a pompis por culo, aunque este último es un término fieramente recuperado por la hipermodernidad. Culo 10 se denomina a los módulos de entrenamiento para fortalecer, subir y ampliar el culo, siguiendo la enfebrecida tendencia de Kim Kardashian. Pero tanto el fenómeno curvy como el del culo 10 dejan tras de sí un hueco, o brecha, si lo prefieren, de género: ¿dónde están ellos? Los onerosos modelos con carnes prietas y rasgos perfectos no tienen ni portadas ni sección en los grandes almacenes, determinando, pues, que los hombres gordos sienten una profunda desafección no solo por la moda sino por sí mismos. En la alfombra roja, las panzas de Alec Baldwin, Russell Crowe, John Travolta o Leonardo DiCaprio forman despreocupadamente parte del establishment. Y nadie se atrevería a llamarles gordos como a Mariah Carey o Adele. «¿Qué panzó?», se preguntan como mucho acerca de esos tipos esbeltos que perdieron la cintura en algunas redes latinoamericanas, donde la apostura masculina sigue siendo velluda, pectoral y engominada. Las carnes derramadas de los Faletes del mundo no son tomadas en serio, y producen incluso mayor rechazo que las femeninas. Cero tolerancia a la gordura masculina en la imaginería contemporánea. Lo máximo que se permite es la existencia viral de los skinny fat (del-gordo), que es como se denomina a aquellos delgados con tendencia al sobrepeso, y cuyo encanto con ropa se esfuma cuando se la quitan. Un hombre que no va al gimnasio es un valor a la baja, un sujeto sospechoso cuya delgadez con su cuerpo pone en duda otras cualidades. Los hombres aún ganan a las mujeres practicando deporte. Juegan al pádel o al fútbol, levantan pesas, nadan cincuenta largos, corren por la ciudad y admiten que el paso del tiempo es una carrera de fondo en la cual no hay que desfallecer. Los mismos que no entienden la vida sin una toalla en la cintura. Ni ese baile de hormonas que provoca la acumulación de tejidos adiposos, ni tampoco arrugas en el canalillo. Los hombres envejecen mejor, se dice, y en ello puede que radique el freudiano complejo de la envidia del pene. La cuestión es que quienes juzgan más severamente a los hombres no son las mujeres, sino los propios varones, que compadecen la existencia de un hermano curvy. De momento, a unos los tienen encerrados en el armario, y a los otros, en los consejos de administración fumándose un puro. (La Vanguardia)

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3 de abril de 2015
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El bolso o la vida

Dicen: “Las mujeres siempre estáis buscando algo en el bolso”. La cabeza abocada en su oscura cavidad, revolviendo aún más su desorden, al encuentro de aquello que nos complete o nos calme, de algo que necesitamos imperiosamente. La mano agitando un revoltijo de llaves, kleenex, crema de cacao, un bloc de notas, toallitas húmedas, una chocolatina… A veces una madre en clase de ballet pregunta: “¿Tenéis un clip para el pelo?”. Y un brazo solidario lo saca de su milagroso fondo como de una chistera. También está el que recibe su ibuprofeno, paracetamol u omeprazol, porque de todo hay en esa mezcla de farmacopea y maletín de la señorita Pepis, un asidero gracias al que sostenerse. El bolso en la vida de la mujer es un territorio en sí mismo, un microcosmos, una señal tanto de su jerarquía vital como de su recogimiento. Ejerce de botiquín de primeros auxilios, pero también de contenedor que define su yo más íntimo e incluso revela o enmascara su personalidad. El filósofo Peter Sloterdijk afirma en Has de cambiar tu vida -una obra reveladora, capaz de adaptar el pensamiento clásico a nuestros gaseosos tiempos- que uno “se forja una forma de subjetividad enclavada en su interior, donde está ocupada prioritaria y permanentemente consigo mismo y sus estados internos. Se transforma en una especie de pequeño Estado…”. Y cita al espiritual y docto Marco Aurelio: “Piensa, finalmente, en retirarte hacia aquella pequeña región que eres tú mismo, y sobre todo no te disperses”. Claro que esos pequeños estados son tan provisionales como su propia subjetividad. Cualquier mujer podría rehacer su cronología a través de los distintos bolsos en los que ha transportado una parte de sí misma, aquello con lo que es capaz de recomponerse ante una nueva escena. Su sentido de pertenencia es casi inviolable. “Mi bolso”, decimos, con la misma rotundidad que “mi casa”. Si nos lo roban o lo perdemos, el efecto resulta devastador. ¿Cómo puede tacharse de frívola una representación tan sucinta de lo que proyectan las mujeres con sus bolsos colgados en bandolera, en el antebrazo, empuñados con firmeza o despreocupación? A pesar de que la alianza entre tecnología y biología, capitaneada por David Eagleman y otros neurocientíficos punteros, ha supuesto una auténtica revolución sensorial -capaz de devolver la vista implantando en la lengua un pequeño dispositivo eléctrico que envía señales al cerebro, por ejemplo-, la sensación de raigambre de una mujer que agarra su bolso o bien lo deja, indolente, sobre cualquier sitio, es tan terrenal como sensitiva, irreproducible por el misterio que perpetúa. (La Vanguardia)

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1 de abril de 2015
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El Boomeran(g)
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