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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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El hueco de la identidad

En situaciones límite decimos que ?nos agarramos a un clavo ardiendo?. Es una imagen terrible: hierro que bulle, y aun así es el único resorte capaz de contener nuestra desesperación. Igual de terrible que colgarse de una cornisa, embarazada, para escapar de los kaláshnikov, como la joven parisina que consiguió, gracias a otro héroe sin nombre, salvarse de la matanza de Estado Islámico en el Bataclan, cuyo onomatopéyico nombre es más difícil de pronunciar una vez arrasado por la tragedia. ¿Qué podríamos sentir usted o yo en esa situación, con las manos agrietadas, aguantando todo el peso del cuerpo que en cualquier momento puede caer a plomo en el asfalto? ¿De dónde sacaríamos fuerzas de flaqueza? ¿Pensaríamos en los que queremos o en la manera de saltar sin despedazarnos? ¿Rezaríamos? ¿Nos convenceríamos de que podemos salir de esa apelando al pensamiento positivo cuando han volado ya los zapatos? En la congoja, azuzada por la halitosis del peligro, la escapatoria es lugar remoto. A menudo no hay salida, pero el conmovedor instinto de supervivencia olfatea una rendija de vida. En el fatal atentado fascista-islamista de París sólo nos reconfortan los ejemplos de hombres y mujeres que se tendieron la mano, incluso que se amaron hasta el último aliento, como Ángela Reina, la española que permaneció junto al cuerpo inerte de su marido, Alberto. ?Nos tumbamos, y yo puse mi cabeza encima de su pecho?. Según una bella idea de María Zambrano: en el interior de la vida hay un hueco que es sólo nuestro, de cada uno. Pero cuando avanzas en el filo de la vida, sientes perderlo. Los de los ?de momento? 129 muertos en París son huecos de vida arrebatada por la barbarie, y exhiben de manera sangrante lo que el filósofo Zizek denomina la grieta insostenible ?entre liberales anémicos y fundamentalistas apasionados? en Islam y modernidad (Herder), una lectura muy recomendable. Nunca el ser humano había estado tan pendiente de su mismidad. Según publicaba The New York Times hace unos días, el año 2015 será el de la identidad. Desde aquella mujer blanca que vive como negra porque se siente espiritualmente como tal, que tanta polémica levantó en EE.UU. este verano, hasta la más famosa de las transexuales, hoy mujer: Caitlyn Jenner, en su vida anterior Bruce. Pero al otro lado, más oculto, están esos jóvenes aburridos que un día deciden arriesgar y chatearse con integristas islámicos por Facebook. Ellas cambian el flequillo y los pendientes por el burka, ellos aprenden a manejar armas y explosivos, bien lejos del abrigo de la cultura. No sé si se interrogaron sobre el clavo ardiendo al que se agarraban, pero lo peor es que nosotros no lo hicimos. (La Vanguardia)

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18 de noviembre de 2015
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De Rajoy bailando a Village People a Jesús de Zerolo

No hay nada como una boda gay para soltar los demonios. Un paraíso habitado por la alegría de camisa abierta y caderas excitadas. Es asombrosa esa iconografía festiva con la que rinden tributo a lo hortera consiguiendo revertirlo. Porque ante todo prevalece el amor universal que descorchan cuando están en su salsa, borrando siglos de crueles persecuciones, de estigmas, de bullying, de baladas de la cárcel de Reading? De hipocresía y silencio. Por supuesto que persiste un sambenito del gay divertido, igual que les ocurre a los andaluces: como si se levantaran de la cama con la guitarra y los lunares puestos. Homosexuales taciturnos, melancólicos o aburridos los ha habido y los habrá siempre, como sevillanos deprimidos. Pero la gozosa desinhibición gay a menudo rompe muros de contención, y se contagia. Bien lo sabía Miquel Iceta cuando protagonizó el momento más Priscilla, reina del desierto de la campaña catalana haciendo temblar el entarimado con Don´t stop me now, de Queen. Me confesó que le entró el subidón. Que se dejó ir, con la rumba suficiente en el cuerpo para no poder dejar de moverse, sorprendiendo a un Pedro Sánchez cuya transgresión frente a las cámaras incluye algún gin-tonic y poco más. ?El listón está tan bajo que te sacan bailando en un mitin y haces el momento estelar de lacampaña?, comentaban en las redes. Nadie discute que el matrimonio gay, gracias al gobierno de Zapatero, es una realidad consumada, y un modelo de éxito que está siendo copiado en todo el mundo, barriendo un espantoso ridículo que ha confundido el amor con los pantalones y la dignidad humana con la identidad sexual. Hace unos días me encontré con Jesús, el viudo de Pedro Zerolo, y lo recordamos de la manera que se hace con aquellos que pasaron cerca de nosotros como un ángel. Al despedirnos me dio su teléfono: ?Jesús de Zerolo?, me dijo. Así se escribe la historia en minúsculas. Y luego están las escenificaciones. Que a veces resultan imprescindibles para exorcizar fantasmas recalcitrantes. Como el alegato de la historia del movimiento gay que por fin ha hecho suyo el PP, y su presidente, Mariano Rajoy, en la boda de Javier Maroto. Una nueva etapa. Un callar bocas. Un puñado de votos. Muchos hemos sido los ciudadanos que no hemos dejado de lamentar cuántas fatigas nos hubiéramos ahorrado si Javier Maroto y su ya marido se hubieran casado antes. Si hubieran anticipado unos años su fiesta eurovisiva, enfebrecida con el Building bridges, de Conchita Wurst, los clásicos de ABBA, e incluso el La, la, la, de la Masielona; la demostración de una realidad por fin aceptada por la derecha mainstream. Que en los medios sigan apareciendo listados de políticos gays, indica que aún hablamos de excepción. Pero su visibilidad, la tan manida salida del armario, ha conseguido su efecto benefactor. El último es Eric Fanning, homosexual declarado que ha sido nombrado por Obama como jefe del Ejército de Tierra de los EEUU; ahí es nada. La política no debería dimitir de estos compromisos pendientes con la sociedad. Aunque en el caso de las lesbianas los armarios siguen llenos. ?Cada cual debe manifestarse como es. Y si está normalizado que, directa o indirectamente, las mujeres y hombres que se dedican a la política se manifiesten como heterosexuales, igual derecho tenemos los homosexuales, transexuales y bisexuales?, sostenía Zerolo. La ovación cerrada al matrimonio, y a la realidad homosexual, en la España de hoy se debe al activismo de hombres y mujeres resistentes a los prejuicios y a favor de la igualdad en todas sus variantes. Como Pedro Zerolo, pionero en la lucha, que sonreiría con su bondad universal al ver a Rajoy bailando la conga con el YMCA, de Village People. (Icon)

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17 de noviembre de 2015
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?La vie en noir?

No puedo dejar de mirar la portada de la última novela de Michel Houellebecq, que aún tengo entre los libros de la mesilla de noche, Sumisión, una de las lecturas de verano coincidentes entre nuestros políticos. La torre Eiffel se estampa sobre el azul con un golpe de atardecer, y en él refulgen, recortadas en amarillo, la luna creciente y la estrella, que en el islam significan soberanía, nobleza, victoria y divinidad. Su publicación coincidió con el atentado contra Charlie Hebdo, por lo que el escritor suspendió la promoción y desapareció: todo tan rocambolesco como el personaje y su obra. Regresó para llorar a su amigo Bernard Maris, fallecido a manos de los extremistas islámicos que quisieron quebrar los lápices de la libertad, los mismos con los que sí se dibujan chistes sobre el Papa o el Dalái Lama. ?No tomo partido, no defiendo ningún régimen. Deniego toda responsabilidad. He acelerado la historia, pero no puedo decir que sea una provocación, porque no digo cosas que considere falsas sólo para poner nerviosos a los demás?, anunció el escritor en su reaparición. Su política ficción corta el aire: el laicismo acaba escurriéndose por los desagües del nuevo orden establecido. En la Universidad Islámica de París-Sorbona, los profesores, mejor pagados que nunca, pasean felices su nuevo estatus de polígamos, y las estudiantes, cubiertas con velos blancos avanzan por el claustro en corrillos, de tres en tres, entregadas a las proclamas de sus ayatolás: ?La cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta?. La noche del pasado viernes, la torre Eiffel lucía a destiempo sus paillettes. París ensangrentado. En el Estadio de Francia, en el barrio bohemio y trendy de la República, iban cayendo los cadáveres al grito de ?Alá es el más grande?. En el Bataclan, en medio de un concierto, mudando risas y acordes en cenizas. Terrorismo real igual que en las series, como un acto de destrucción real y simbólica. Tocan París y nos tocan a cada uno de nosotros. Porque de la ciudad de la luce penden valores que el imaginario colectivo ha relamido en todas sus variantes. La enciclopedia y el chic. El pollo asado del café Flore, con sus mesas existencialistas. Monet, Piaf, Proust, Chanel, Truffaut o Mitterrand. Los salones del XVIII y de los mayos de los estudiantes. El moho de la librería Shakespeare & Co, las maisons de la Avenue Montaigne, los terciopelos rojos del café Coste, los tesoros de Les Puces, los besos enroscados de Rodin, los afiches del Olympia, las pelucas platino de las chicas del Crazy Horse. Son los franceses y las francesas con su baguette, su periódico y sus lilas, acostándose bajo el toque de queda en pleno siglo XXI. Con el grito ahogado de la libertad. Contra la sumisión a la barbarie. (La Vanguardia)

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16 de noviembre de 2015
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El mito entre borrascas

Escribió una obra maestra recién estrenada la treintena, firmada con pseudónimo porque en tiempos de Charlotte Brontë a las mujeres se les suponía una cabeza de chorlito. Se inventó una realidad paralela, tan literaria como cinematográfica, tan morbosa como hechizante. A los nueve años asistió a la muerte por tuberculosis de sus hermanas mayores, María y Elizabeth; y entre septiembre de 1848 y mayo de 1849 perdió en cadena al resto: Branwell, Emily y Anne. ?Rezo para que ni tú ni nadie a quien quiero se encuentre nunca en mi lugar: sentada sola en la habitación de una casa silenciosa, con el reloj haciendo tictac. Y, en la mente, el recuento del último año, con sus sacudidas y pérdidas. Es un sufrimiento?, le escribía poco después a una amiga. Se casó con 39 años, y en contra de lo previsto, después de una vida que fue sumando internados, residencias, amores no correspondidos y complejos físicos, fue feliz. Murió nueve meses después de la boda, embarazada, y también de tuberculosis. Hace ciento sesenta años de ello, pero los enigmas de la vida y la personalidad de la última superviviente de aquella familia de seis talentosos hermanos, huérfanos de madre, que siguieron al padre clérigo a un pueblo en medio de los páramos de Yorkshire abofeteado por el viento y apelmazado por la bruma, siguen siendo noticia, acaso porque sus destinos trágicos parecen calcados a sus novelas góticas. En la prensa británica leo un hecho curioso: ?La Sociedad Brontë está sumida en el caos después de que Bonnie Greer, su ya expresidenta, utilizara uno de sus zapatos Jimmy Choo como martillo para tratar de poner orden entre sus miembros. Después llamó a algunos de ellos ?estúpidos malévolos??. El hilo del tiempo es indestructible, y hoy se invoca el nombre de Charlotte en Haworth rozando la locura, e incluso se identifica por fin su rostro. Expertos británicos acaban de autentificar un dibujo realizado por ella como un autorretrato. En poco más de cuatro centímetros, muestra, al carboncillo, una mujer de ojos grandes, boca perfilada y pelo recogido. Una dama victoriana. Su parecido con el retrato canónico realizado por George Richmond, que cuelga en la National Portrait Gallery de Londres, ha permitido concluir que se trata de ella: con una mano util bajo la barbilla, esquiva y delicada como a menudo nos la han descrito. Es uno de los atractivos de una nueva biografía: Charlotte Brontë. A life, de Claire Harman. La vida de Brontë es tan literaria como su obra. El libro revisa el mito veinte años después de dos grandes biografías, y tras la publicación de sus valiosas cartas, que disecciona: cómo sus alumnos le lanzaban piedras o cómo llegó a aterrarle el peso de la celebridad después de Jane Eyre. También escribe del amor mal entendido por su profesor belga, que le hacía supurar hiel y personajes perversos. ¿Por qué, a medida que se va haciendo adulta, Charlotte se refugia por completo en la soledad de su imaginación, alejándose del mundo exterior y dimitiendo de la vida social? La investigación de Harman, profesora en Oxford y Manchester, incide en que la primera parte de la vida de Charlotte se lee como la historia de una Cenicienta literaria, condenada por su padre y afeada por su editor, George Smith, que le repetía su carencia de encanto femenino. Suscrita al drama y encadenada al desdén que sólo combatió con tinta mientras escuchaba el tictac del reloj, las historias acerca de su vida son una continuación de su obra literaria. Y de su imperecedera creatividad. Creación humana / Alfonso Díez

Los matrimonios tardíos y las herencias cuantiosas dan forma al recelo. Siempre supimos que Alfonso Díez, el apuesto don nadie que acompañó a Cayetana de Alba hasta su muerte, no sería un viudo alegre. Ese aire alicaído ahora es representado por los medios como víctima, como si su herencia fuera la de todos. Permanece viva la tesis de Margarita Rivière: los medios son quienes se encargan de administrar la fe en esta nueva religión. Porque ?la fama no es otra cosa que una creación humana?. Sirena fatal / Jennifer Lawrence

Es la actriz mejor pagada del mundo, y tiene cierta afición a desbordarse de glamour. De la misma forma que Poiret nos liberó del corsé pero los diseñadores más gais y Madonna insistieron en reinstaurarlo, los trajes de cola permanecen como un secreto y fatal culto a las sirenas. La actriz volvió a estamparse contra el suelo en el estreno de la secuela de Los juegos del hambre en Madrid. Cola, encaje con volantes y tacones. ¿De dónde nace esa afición por jugarse el equilibrio? Doble liberación / Raf Simons

Si hace algo menos de un mes, el genio belga con fama de torturado y obsesivo anunciaba su repentina salida de Dior, ?por motivos personales? ?aunque ha transcendido que ha preferido escapar antes de ser devorado por la presión del holding así como de los calendarios cada vez más salvajes de la moda?, ahora ha elegido un acontecimiento del Museo Guggenheim neoyorquino para salir del armario y presentarnos a su novio. Liberación. La moda terrible ya se ha comido a demasiados de sus enfants.

(La Vanguardia)

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14 de noviembre de 2015
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Los locos cuerdos

Se llama Entrevoces y es un movimiento universal. El pasado fin de semana celebró su séptimo congreso en Alcalá de Henares, donde participaron centenares de personas que alguna vez en su vida han oído voces. Muchos lo han ocultado para protegerse y no ser motivo de cachondeo. Decimos con ligereza: ?Está como una cabra?, o ?como una chota?. Pero ¿cuántos saben hoy que es una chota? En su web se lee: ?El fenómeno de las alucinaciones auditivas, desde un punto de vista fenomenológico existencial, ha sido poco estudiado. En un 60%-70% de las personas que las sufren y reciben medicación, las voces suelen remitir, sin embargo, el 30%-40% de personas son refractarias a este tratamiento?. Hablo con María, que ha asistido al congreso. Ella también se ha presentado como hacen todos, levantando la mano y diciendo: ?Soy una superviviente?. En su caso no oye voces, pero tampoco recela de quienes perciben ecos ajenos que proceden de su mente. Es la persona menos prejuiciosa que conozco, y no tiene ningún tipo de inhibición al reconocer que toma medicación y que le sienta de maravilla. Padeció bipolaridad, lidió con sus viajes al infierno y ahora está más cuerda que usted y yo. Me informa de la nueva nomenclatura: a los locos hoy se les denomina ?personas con experiencia de trastorno mental?, porque la palabra hace la realidad. Ha podido ser un trastorno fugaz, crónico o enquistado: bulevares abismales, apagones, delirios, tristeza biliosa, angustia paralizante… Por un lado, hay que barrer el estigma ?palabra clave en cualquier proceso y tratamiento?, porque de ello depende que se demore unos diez años el diagnóstico, a pesar de intuir que ocurre algo grave. Más de la mitad del sufrimiento se debe al tabú que persigue a estos enfermos. El desprestigio social suele vincular erróneamente la locura con el mal, cuando precisamente los enfermos mentales son víctimas más vulnerables que el resto de los mortales. La campaña ?Obertament? ha llegado a la conclusión de que tienen que actuar a través del marketing social, como en su día lo hicieron los gais y lesbianas: saliendo del armario. De vez en cuando alguna celebridad, como Catherine Zeta-Jones o Stephen Fry, dan la cara sin miedo a la etiqueta. Los británicos nos llevan quince años de diferencia: ?Time to change? y ?Save us? ?en Escocia?. Se calcula que uno de cada cuatro españoles será diagnosticado alguna vez de trastorno mental. En EE.UU., uno de cada tres. Los hay que son carne de psiquiatra para toda la vida, otros sólo ocasionalmente. Pero las enfermedades del alma siguen siendo tratadas de forma muy diferente de las del cuerpo, con una desconfianza supersticiosa que dice mucho del tipo de sociedad en la que vivimos. (La Vanguardia)

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11 de noviembre de 2015
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Cultura en modo avión

Por qué en las grandes entrevistas con nuestros gobernantes elegidos por las urnas nunca se habla de cultura? Ni tan siquiera lo hacen, en sus enmascarados baile de cifras, para analizar la pérdida de un 30% de media en la recaudación del sector ?según datos de la Unión de Asociaciones Empresariales de la Industria Cultural Española?. Los cines cierran, igual que las librerías míticas. Los artistas, con la crisis, casi mendigan mientras los grandes grupos barren las pequeñas utopías. Hay más preguntas. ¿Por qué a la política se le llena la boca animando al consumo, y el Anuario de Estadísticas Culturales del 2015 fija en 260 euros anuales el gasto anual de cada ciudadano en cultura? Casi diez veces menos de lo que gastamos en llenar la nevera. O ¿por qué llevamos varios equinoccios oyendo hablar de la Constitución, y nadie se indigna por uno de sus fatales incumplimientos? Ya en su preámbulo, la Carta Magna determina como principio básico el derecho a la cultura de todos los ciudadanos, al tiempo que se confiere a los poderes públicos la responsabilidad de promover y tutelar el acceso a la misma. Además, y es bueno recordarlo, con el objetivo de garantizar la neutralidad cultural del Estado establece la libertad ideológica, de expresión y de creación. ?Cuando sumas subvenciones a la industria del automóvil ?los falsamente verdes?, a las eléctricas, al fútbol, a los toros, con dinero público, y luego le quitas al Museo del Prado un 70% de su presupuesto, tienes una clara muestra de la inhibición de las responsabilidades del Estado en la cultura. Una sociedad inculta es una sociedad fracasada?, aseguraba Basilio Baltasar, organizador del VII Foro de Industrias Cuturales bajo el lema ?¿Cultura o barbarie??, organizado por la Fundación Santillana y la Fundación Alternativas, con Nicolás Sartorius al frente, ese hombre tan joven que anima a negociar con el poder para ajardinar la jungla y alimentar la indigencia cultural de estos tiempos. ?A los poderes públicos les importamos un carajo?, decía sin rodeos el actor y presidente de la Academia del Cine, Antonio Resines. Pero también hubo autocrítica: ?No estamos operativos?. Ahí estaban representados todos los gremios, los que defendían la desgravación fiscal, siguiendo el modelo francés, en lugar de la política de subvenciones; los que lamentaban el papelón de Montoro en la no-ley de mecenazgo, y quienes se preguntaban por qué en los rankings internaciones somos los mayores consumidores de piratería: ¿qué nos pasa? ¿no tenemos cultura? , exclamaba Carlota Navarrete. ?La cultura es la suma de todas las formas de arte, amor y pensamiento, que, en el curso de los siglos, han permitido al hombre ser menos esclavo?, dejó bien dicho André Malraux. Urgen los cambios de modelos, sí, pero aterra pensar que territorio tan desangelado y silencioso ha abandonado este derecho constitucional. (La Vanguardia)

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9 de noviembre de 2015
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Marlene y Leni, vidas cruzadas

Aus anstand? (por decencia). Pocas veces el tono de una voz se ajusta con tanta exactitud al significado de esta respuesta, la que dio Marie Magdalena Dietrich cuando le preguntaron por qué se había entregado a la causa antinazi con tanto celo y arrojo. Grave, seca, como una metáfora de su frente alta y sus cejas de tiralíneas, aquella hija de militar prusiano respondió: ?Aus anstand?. No cabía añadir nada más. A pesar de ser la estrella más rutilante que había producido nunca el país, se negó a trabajar en la Alemania nazi. Y no tembló su sombra al anunciar que solicitaba la ciudadanía estadounidense, posando para la prensa frente al edificio federal apoyando una de sus imbatibles piernas en el parachoques de su Cadillac. ?América se ha portado muy bien conmigo?. El tabloide nazi Der Stürmer informó oportunamente a sus lectores de que los años que Dietrich había pasado entre los judíos de Hollywood la habían convertido en una enemiga de la nación. Otra berlinesa, rubia como ella, nacida ocho meses después que la actriz, Helene Amalie Riefenstahl, le daría otra forma a las fantasías germánicas, convirtiéndose de paso en la gran propagandista de Hitler. En la biografía cruzada Dietrich & Riefenstahl: Hollywood, Berlin, and a Century in Two Lives, de Karin Wieland, que acaba de ser traducida al inglés y editada en Estados Unidos por la editorial Liveright, se cuenta que durante los años 30 no sólo compartían estudios de rodaje en la Ufa, sino que vivían tan cerca que Rienfenstahl podía ver desde su ventana el apartamento de Dietrich. Wieland cartografía las direcciones opuestas de estas dos mujeres que crecieron entre el caos y el luto que ocasionó la Gran Guerra, dos artistas que encarnaron distintos ideales de belleza y se convirtieron en símbolo de las fuerzas opuestas en la segunda contienda mundial. De Marlene aún nos hace temblar su helado erotismo, y su poderosa máscara interpretativa. A Riefenstahl da más miedo acercarse. Pero su puesta en escena y la forma en la que mueve la cámara son imponentes. Con un pasado de bailarina y estrella del bergfilme ?el cine de montaña?, es capaz de integrar como personajes las fuerzas telúricas en sus filmes. Y, así, los caminos de nubes filmados desde un aeroplano o la luz sobre los músculos de los atletas, que los convierte en héroes mitológicos en Olympia, produce tanta belleza como espanto. El libro de Wieland narra un punto de encuentro verdaderamente simbólico entre estas dos mujeres. En 1937, viajando desde Alemania al París de la Exposición Universal, donde presentaba la película documental que había dirigido sobre el congreso del Partido Nazi de 1933 El triunfo de la voluntad, Riefenstahl lo hizo bajo nombre falso. Quería evitar a los periodistas. Crecían a su alrededor los rumores de que Goebbels la había repudiado. ¿Acaso envidiaban algunos jerarcas nazis el poder que ejercía una mujer sobre el Führer? De regreso a Berlín, con la medalla de oro obtenida, se detuvo en Berchtesgaden, el refugio de montaña de Adolf Hitler, para contarle su triunfo a un hombre cuyo apoyo era absoluto. Pero cuando Leni entró en la casa, para encontrarse a Hitler mirando una pantalla sobre la que se proyectaba el rostro de Marlene. Tomaron café en la terraza con espectaculares vistas a los Alpes bávaros y charlaron. No se sabe de qué película se trataba, ni hasta qué extremo al Führer le fascinaba su magistral indiferencia. Las dos morirían viejas: Marie Magdalena autoafirmando su dignidad, Helene Amalie haciéndose la ingenua. Palabras y gestos / Mozah bin Naser

Se ha celebrado estos días en Qatar la Cumbre Mundial de la Educación, organizada por la jequesa Mozah bin Naser entre hiyabs y niqabs. No perdió ocasión Michelle Obama en instar a las mujeres de todo el mundo a ?que su cuerpo sea fuente de orgullo y no fuente de vergüenza?. La exjequesa en cambio tenía escrito el guión, a pesar de llevar turbante de Capri. Pero no los gestos: premió la labor de Sakena Yacoobi que lleva 20 años desafiando el veto talibán a la educación femenina en Afganistán, con un aplauso. Gana lo real / Marta Sanz

Escribió un poemario, Perra mentirosa y Hardcore, y deslumbró con su primera novela: El frío. Después de un puñado de buenos libros, con esa mirada que ella califica de borde, tan propia de los miopes, se ha hecho con el premio Herralde con Farándula, donde bucea en el mundo del espectáculo narcisista y de los políticos rencorosos. ?Los intelectuales hemos perdido prestigio social, no debimos estar mudos tanto tiempo?. Literatura de un mundo real autocrítica, crítica y sólida. Las entrañas / Iker Casillas y Sara Carbonero

El BOE del corazón anuncia en exclusiva que nuestra pareja de exiliados celebs serán padres por segunda vez. También informa de la visita de la feliz abuela materna poco antes de hacerse oficial el embarazo, de dónde estaba el portero del Oporto cuando se enteró de la noticia y especula incluso en su web sobre los posibles nombres del bebé y los estilos de decoración del cuarto. El parte en directo de la intimidad de los famosos sigue extendiendo una alfombra de estupidez, o de vacío.

(La Vanguardia)

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7 de noviembre de 2015
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Los conversos

Lejos de las capas que alquitranan la ciudad, el otoño se paladea mejor en los pueblos brochados de amarillo. También las castañas cocidas y los destilados de hierbas. En los caminos supura el hedor de los campos que acaban de ser abonados con excrementos de pollos y cerdos. Es la resaca de un mundo antiguo que no se ha ido del todo, pero que se resiste a convertirse en suburbio de la gran ciudad; dormitorios periféricos preñados de olivos, una mera comparsa para abastecer a la aldea global, aunque sus retoños acaben convertidos en ni-ni rurales. ?Hay misa?, dice mi hermano Santi pegando la oreja a la puerta de la iglesia de Els Alamús, a punto de visitarla un sábado por la tarde. Empujamos suavemente la puerta y la visión es surreal: un cura joven con sotana verde pistacho toca la guitarra detrás del altar, cantando el Aleluya. En los bancos, una veintena de mujeres le hacen los coros. La imbatible laca Elnett se mezcla con el incienso. Darío, el mossèn colombiano, deja la guitarra en la silla y lee el Evangelio en un catalán tan solemne y engolado que parece un cuento de Andersen en latín. Más allá de comuniones y bautizos, aquí ir a la iglesia también languidecía con un gélido suspiro, un trámite que afrontaban las cuatro beatas y alguna mala conciencia, aunque nunca faltaba un pianista para tocar el órgano. ?Antes de que llegara Darío, a misa sólo iban siete u ocho mujeres?, me dice un payés. ?Y tanto aquí como en Bell-lloch se han triplicado los fieles. Toca la guitarra, y también toca los problemas de la gente?, añade. El efecto del papa Francisco y su nueva fraternidad se hace sentir frente al altar en aldeas improbables, donde aún permanecen rancios vestigios que siguen invocando al franquismo. Pero los jóvenes sacerdotes latinos llegan dispuestos a reavivar la fe. Enmanuelle Carrère en El Reino, una estimulante narración sobre la historia del cristianismo, asegura que ?es extraño, si te paras a pensarlo, que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas?. Nunca han sido considerados locos, sostiene Carrère, que indaga en el mensaje de transgresión que transmiten Pablo y Lucas, sobre ?un dios que te invita a empequeñecerte?. En Vinaixa, Yessid Fernando Vásquez ?el obispo de Tarragona le llama Yessid? ha multiplicado los fieles en misa. Da el sermón entre los bancos, es amante de la música electrónica, y anima a la gente a ser feliz, a preocuparse por los otros sin sentirse imprescindible, e incluso a reírse de ellos mismos. Ni infiernos, ni culpas, ni espinas; un Aleluya a la guitarra para acercar a las almas en lugar de malvenderlas. El nuevo marketing de Francisco.

(La Vanguardia)

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4 de noviembre de 2015
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Encajar, dicen

Lo ilustra sonoramente la pronunciación de la propia palabra: dices encajar, y al soltar la erre te embarga un sentimiento de plácida eficacia parecido al que experimentas cuando la última bolsa entra en el maletero. ?Ni hecho a medida?, exclamamos. O, ?como anillo al dedo?; y es que en verdad no hay nada más aciago en una boda que que a la novia no le entre la alianza. Porque la glorificación de las hechuras cortadas al milímetro aspira a sublimar la experiencia cotidiana, de ahí a que una élite actúe igual que nuestros antepasados al esculpirse un traje sobre las proporciones de su cuerpo. En la vida siempre precisamos de un clic o un clac para resolver nuestros actos. El sonido tranquilizador que informa del final de la misión: al cerrar un aparato, apagar un interruptor, sellar la cartera? A los niños les gusta tanto encender y apagar botones como jugar con sus piezas de madera, que van encajando de menor a mayor. Es su manera de sentir que controlan su pequeño mundo y autoafirmarse. De mayores, esa sensación a menudo se convierte en un pilar de nuestra autoestima, mientras que su pérdida, el caos, produce una amargura propia de quienes se resisten a aceptar que vivimos a merced de fuerzas incontrolables. ?Cosas que encajan perfectamente en otras?, se titula un Tumblr que exalta la improbable fusión de objetos comunes: ahí están el iPhone que cabe en un hueco al lado de la palanca de cambio del coche o el colador que entra en un bol mezclador como si se encontraran por fin dos objetos hechos el uno para el otro. También el sofá que encaja milimétricamente en el ancho de la pared del salón o la moneda que ocupa el espacio exacto del aro del llavero, que tanto placer nos produce al encajarla y desencajarla dentro del bolsillo del abrigo. Que las personas encajen es un asunto más complejo. El voltaje que recorre el cableado mental puede quemar fusibles o alimentar circuitos, y aun así insistimos en la idea de completarnos el uno al otro. Hay imágenes evocadoras, desde la pareja que duerme haciendo el cuatro a las piernas de los bailarines que se entrelazan y avanzan igual que agujas del reloj. Pero no duran para siempre. Veamos qué ocurre con Catalunya, y de qué manera la España más perfumada habla del deseable encaje para que unos y otros nos sintamos cómodos. Y es que ya no se trata de conciliar proporciones o medidas, sino de entender que las naciones poco tienen que ver con juego de matrioskas, a pesar del placer que produce encerrar una dentro de otra manifestando la humana ilusión de control. El encaje de bolillos, en política, ha sido reactivo y torpón: desde el desacreditado autonomismo, pasando por el publicitado federalismo hasta el catalán que ha hablado el PP en la intimidad y que en lugar de empatizar ha causado un auténtico desencaje: el de romper España con el clic tajante y sordo de unas tijeras podadoras. (La Vanguardia)

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2 de noviembre de 2015
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Highsmith, por una cerveza en Lleida

En otoño de 1987, el mismo año en que Patricia Highsmith visitó Lleida, The New York Times le encargó un reportaje sobre el cementerio de Green-Wood, en Brooklyn (Nueva York). Construido en 1830, había sido el parque más grande de la ciudad antes de Central Park, un paraje nostálgico y señorial con umbríos jardines que se llenaban los días de fiesta, a pesar de que alojara los huesos de más de medio millón de huéspedes, algunos ilustres como los de Basquiat o Bernstein. Ella se entregó a la tarea acompañada de una joven redactora que le puso al lado el periódico, Phyllis Nagy, que acaba de firmar el guión de Carol, la adaptación de la novela homónima de Highsmith, filmada por Todd Haynes y protagonizada por Cate Blanchett y Rooney Mara, que se estrenará el próximo mes en Estados Unidos. En aquel reportaje que nunca se publicó, la autora de El diario de Edith ?una de sus novelas más sutiles? abordó el paseo entre tumbas y mausoleos con una pluma macabra. ?Escuchando a los muertos que hablan?, lo subtitulaba. En un momento incluso se empeña en acercarse al horno crematorio y mete la mano en él: ?Está todavía caliente ?le dice a su acompañante?. Casi puede oírse cómo los huesos crepitan dentro?. Acaso pensaba en su propia muerte. Pero también en la sed de eternidad. Porque aquella texana iracunda que se vengaba de quien osaba toserle en sus novelas, que abandonaba a una amante detrás de otra, según su biógrafa Joan Schenkar, con perversión y mala baba, empezaba a ser un cuerpo frágil con un puñado de células al revés. Aquel día de abril de 1987 en Lleida encendía y apagaba cigarrillos ante los periodistas que la entrevistábamos. Por testarudeces del destino, daba una conferencia en el Institut d?Estudis Ilerdencs de la mano de Miquel Pueyo, y en aquella ciudad aún muy embarazada de periferia se hallaba la más célebre autora de novela negra que había aceptado la invitación por el cariño que le tenía a su editor, Jorge Herralde, y por el deseo de beber cerveza San Miguel. Así pues, se dejó alojar en el Condes y pasear por la ciudad con tejanos y mirada torva. En verdad, sólo recuerdo dos cosas: que a pesar de la fama que tenía de huraña y perversa, una fiera capaz de marcar para siempre a una principianta, no me humilló. Y que arrastraba el hastío hasta en las repuestas. Sergio Vila-Sanjuán, que firma la crónica del 27 de abril en La Vanguardia, se refiere a ella como ?una mujer algo amedrentadora? y ?una inquietante dama solitaria?. La escritora le confiesa: ?He sido profundamente infeliz?, y añade que nunca pensó en el suicidio, a diferencia de sus personajes. Alguien que declaraba con la frente bien alta que ?lo mórbido, lo cruel, lo anormal me fascina? imponía respeto. Highsmisth entendió en Green-Wood la importancia de la plástica del final: ?Irse con estilo, con tanta dignidad y elegancia como sea posible?, escribió. Moriría ocho años después. Ahora se cumplen veinte, y Anagrama ha reeditado buena parte de su obra. Un aniversario que coincide con su regreso a la gran pantalla con Carol, su segunda novela, publicada en 1952 como El precio de la sal, firmada por una tal Claire Morgan. Fue un hito literario, y no por el lesbianismo de sus protagonistas, sino porque al fin una relación entre dos mujeres se narraba con esperanza y felicidad. Patricia Highsmith tardaría treinta años en ver su nombre en la portada de la retitulada Carol. La amargura que revistió su vida no empequeñece su obra. Sólo encontraba la paz rodeada de gatos, bebiendo vodka y escribiendo. Tijeras del reino / Alber Elbaz

?Abruptamente?, dice la prensa francesa. Así terminó ?un mito? como Alber Elbaz, el creador que después de 14 años abandona uno de los salones más sublimes de la moda, creado en 1889 por la exquisita Jeanne Lanvin, que inmortalizó el corte al bies. Desavenencias entre la propietaria taiwanesa de la marca y el creador, agotado por la presión de un negocio disparatado, han puesto el fin a la relación. Aunque la vacante en Dior acelera la imaginación. Elbaz puede aspirar a cualquier trono. Todo naturalidad / David Muñoz y Cristina Pedroche

A él le gusta que le llamen Dabiz, mientras que ella hace proselitismo de Vallecas siempre que puede. Se han casado en la intimidad, e incluso la biblia social, Hola, ha recogido el momento desprovisto de boato: en tejanos y zapatillas, tal como se dieron el sí. ¿Por qué causa tanta atracción esta pareja? Acaso porque el chef estrellado de la cresta y la desacomplejada presentadora se mueven en esa gama que va de la naturalidad al bochorno y acaba en el morbo. La chica Bond / Monica Bellucci

No sólo es la primera (esplendorosa) cincuentona que enamora al macho alfa de 007; la italiana, con un vestido de terciopelo escotado en la espalda, acaparó todas las miradas y flashes en la première londinense de la última entrega de Bond, Spectre. ¿Su secreto? ?Disfrutar de los placeres de la vida, si tengo que dar algún consejo es que hay que comer bien, beber bien, tener buen sexo y reírse mucho, el resto viene por sí solo?. El cine también entiende de mujeres reales. (La Vanguardia)

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31 de octubre de 2015
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El Boomeran(g)
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