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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Marlene y Leni, vidas cruzadas

Aus anstand? (por decencia). Pocas veces el tono de una voz se ajusta con tanta exactitud al significado de esta respuesta, la que dio Marie Magdalena Dietrich cuando le preguntaron por qué se había entregado a la causa antinazi con tanto celo y arrojo. Grave, seca, como una metáfora de su frente alta y sus cejas de tiralíneas, aquella hija de militar prusiano respondió: ?Aus anstand?. No cabía añadir nada más. A pesar de ser la estrella más rutilante que había producido nunca el país, se negó a trabajar en la Alemania nazi. Y no tembló su sombra al anunciar que solicitaba la ciudadanía estadounidense, posando para la prensa frente al edificio federal apoyando una de sus imbatibles piernas en el parachoques de su Cadillac. ?América se ha portado muy bien conmigo?. El tabloide nazi Der Stürmer informó oportunamente a sus lectores de que los años que Dietrich había pasado entre los judíos de Hollywood la habían convertido en una enemiga de la nación. Otra berlinesa, rubia como ella, nacida ocho meses después que la actriz, Helene Amalie Riefenstahl, le daría otra forma a las fantasías germánicas, convirtiéndose de paso en la gran propagandista de Hitler. En la biografía cruzada Dietrich & Riefenstahl: Hollywood, Berlin, and a Century in Two Lives, de Karin Wieland, que acaba de ser traducida al inglés y editada en Estados Unidos por la editorial Liveright, se cuenta que durante los años 30 no sólo compartían estudios de rodaje en la Ufa, sino que vivían tan cerca que Rienfenstahl podía ver desde su ventana el apartamento de Dietrich. Wieland cartografía las direcciones opuestas de estas dos mujeres que crecieron entre el caos y el luto que ocasionó la Gran Guerra, dos artistas que encarnaron distintos ideales de belleza y se convirtieron en símbolo de las fuerzas opuestas en la segunda contienda mundial. De Marlene aún nos hace temblar su helado erotismo, y su poderosa máscara interpretativa. A Riefenstahl da más miedo acercarse. Pero su puesta en escena y la forma en la que mueve la cámara son imponentes. Con un pasado de bailarina y estrella del bergfilme ?el cine de montaña?, es capaz de integrar como personajes las fuerzas telúricas en sus filmes. Y, así, los caminos de nubes filmados desde un aeroplano o la luz sobre los músculos de los atletas, que los convierte en héroes mitológicos en Olympia, produce tanta belleza como espanto. El libro de Wieland narra un punto de encuentro verdaderamente simbólico entre estas dos mujeres. En 1937, viajando desde Alemania al París de la Exposición Universal, donde presentaba la película documental que había dirigido sobre el congreso del Partido Nazi de 1933 El triunfo de la voluntad, Riefenstahl lo hizo bajo nombre falso. Quería evitar a los periodistas. Crecían a su alrededor los rumores de que Goebbels la había repudiado. ¿Acaso envidiaban algunos jerarcas nazis el poder que ejercía una mujer sobre el Führer? De regreso a Berlín, con la medalla de oro obtenida, se detuvo en Berchtesgaden, el refugio de montaña de Adolf Hitler, para contarle su triunfo a un hombre cuyo apoyo era absoluto. Pero cuando Leni entró en la casa, para encontrarse a Hitler mirando una pantalla sobre la que se proyectaba el rostro de Marlene. Tomaron café en la terraza con espectaculares vistas a los Alpes bávaros y charlaron. No se sabe de qué película se trataba, ni hasta qué extremo al Führer le fascinaba su magistral indiferencia. Las dos morirían viejas: Marie Magdalena autoafirmando su dignidad, Helene Amalie haciéndose la ingenua. Palabras y gestos / Mozah bin Naser

Se ha celebrado estos días en Qatar la Cumbre Mundial de la Educación, organizada por la jequesa Mozah bin Naser entre hiyabs y niqabs. No perdió ocasión Michelle Obama en instar a las mujeres de todo el mundo a ?que su cuerpo sea fuente de orgullo y no fuente de vergüenza?. La exjequesa en cambio tenía escrito el guión, a pesar de llevar turbante de Capri. Pero no los gestos: premió la labor de Sakena Yacoobi que lleva 20 años desafiando el veto talibán a la educación femenina en Afganistán, con un aplauso. Gana lo real / Marta Sanz

Escribió un poemario, Perra mentirosa y Hardcore, y deslumbró con su primera novela: El frío. Después de un puñado de buenos libros, con esa mirada que ella califica de borde, tan propia de los miopes, se ha hecho con el premio Herralde con Farándula, donde bucea en el mundo del espectáculo narcisista y de los políticos rencorosos. ?Los intelectuales hemos perdido prestigio social, no debimos estar mudos tanto tiempo?. Literatura de un mundo real autocrítica, crítica y sólida. Las entrañas / Iker Casillas y Sara Carbonero

El BOE del corazón anuncia en exclusiva que nuestra pareja de exiliados celebs serán padres por segunda vez. También informa de la visita de la feliz abuela materna poco antes de hacerse oficial el embarazo, de dónde estaba el portero del Oporto cuando se enteró de la noticia y especula incluso en su web sobre los posibles nombres del bebé y los estilos de decoración del cuarto. El parte en directo de la intimidad de los famosos sigue extendiendo una alfombra de estupidez, o de vacío.

(La Vanguardia)

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7 de noviembre de 2015
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Los conversos

Lejos de las capas que alquitranan la ciudad, el otoño se paladea mejor en los pueblos brochados de amarillo. También las castañas cocidas y los destilados de hierbas. En los caminos supura el hedor de los campos que acaban de ser abonados con excrementos de pollos y cerdos. Es la resaca de un mundo antiguo que no se ha ido del todo, pero que se resiste a convertirse en suburbio de la gran ciudad; dormitorios periféricos preñados de olivos, una mera comparsa para abastecer a la aldea global, aunque sus retoños acaben convertidos en ni-ni rurales. ?Hay misa?, dice mi hermano Santi pegando la oreja a la puerta de la iglesia de Els Alamús, a punto de visitarla un sábado por la tarde. Empujamos suavemente la puerta y la visión es surreal: un cura joven con sotana verde pistacho toca la guitarra detrás del altar, cantando el Aleluya. En los bancos, una veintena de mujeres le hacen los coros. La imbatible laca Elnett se mezcla con el incienso. Darío, el mossèn colombiano, deja la guitarra en la silla y lee el Evangelio en un catalán tan solemne y engolado que parece un cuento de Andersen en latín. Más allá de comuniones y bautizos, aquí ir a la iglesia también languidecía con un gélido suspiro, un trámite que afrontaban las cuatro beatas y alguna mala conciencia, aunque nunca faltaba un pianista para tocar el órgano. ?Antes de que llegara Darío, a misa sólo iban siete u ocho mujeres?, me dice un payés. ?Y tanto aquí como en Bell-lloch se han triplicado los fieles. Toca la guitarra, y también toca los problemas de la gente?, añade. El efecto del papa Francisco y su nueva fraternidad se hace sentir frente al altar en aldeas improbables, donde aún permanecen rancios vestigios que siguen invocando al franquismo. Pero los jóvenes sacerdotes latinos llegan dispuestos a reavivar la fe. Enmanuelle Carrère en El Reino, una estimulante narración sobre la historia del cristianismo, asegura que ?es extraño, si te paras a pensarlo, que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas?. Nunca han sido considerados locos, sostiene Carrère, que indaga en el mensaje de transgresión que transmiten Pablo y Lucas, sobre ?un dios que te invita a empequeñecerte?. En Vinaixa, Yessid Fernando Vásquez ?el obispo de Tarragona le llama Yessid? ha multiplicado los fieles en misa. Da el sermón entre los bancos, es amante de la música electrónica, y anima a la gente a ser feliz, a preocuparse por los otros sin sentirse imprescindible, e incluso a reírse de ellos mismos. Ni infiernos, ni culpas, ni espinas; un Aleluya a la guitarra para acercar a las almas en lugar de malvenderlas. El nuevo marketing de Francisco.

(La Vanguardia)

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4 de noviembre de 2015
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Encajar, dicen

Lo ilustra sonoramente la pronunciación de la propia palabra: dices encajar, y al soltar la erre te embarga un sentimiento de plácida eficacia parecido al que experimentas cuando la última bolsa entra en el maletero. ?Ni hecho a medida?, exclamamos. O, ?como anillo al dedo?; y es que en verdad no hay nada más aciago en una boda que que a la novia no le entre la alianza. Porque la glorificación de las hechuras cortadas al milímetro aspira a sublimar la experiencia cotidiana, de ahí a que una élite actúe igual que nuestros antepasados al esculpirse un traje sobre las proporciones de su cuerpo. En la vida siempre precisamos de un clic o un clac para resolver nuestros actos. El sonido tranquilizador que informa del final de la misión: al cerrar un aparato, apagar un interruptor, sellar la cartera? A los niños les gusta tanto encender y apagar botones como jugar con sus piezas de madera, que van encajando de menor a mayor. Es su manera de sentir que controlan su pequeño mundo y autoafirmarse. De mayores, esa sensación a menudo se convierte en un pilar de nuestra autoestima, mientras que su pérdida, el caos, produce una amargura propia de quienes se resisten a aceptar que vivimos a merced de fuerzas incontrolables. ?Cosas que encajan perfectamente en otras?, se titula un Tumblr que exalta la improbable fusión de objetos comunes: ahí están el iPhone que cabe en un hueco al lado de la palanca de cambio del coche o el colador que entra en un bol mezclador como si se encontraran por fin dos objetos hechos el uno para el otro. También el sofá que encaja milimétricamente en el ancho de la pared del salón o la moneda que ocupa el espacio exacto del aro del llavero, que tanto placer nos produce al encajarla y desencajarla dentro del bolsillo del abrigo. Que las personas encajen es un asunto más complejo. El voltaje que recorre el cableado mental puede quemar fusibles o alimentar circuitos, y aun así insistimos en la idea de completarnos el uno al otro. Hay imágenes evocadoras, desde la pareja que duerme haciendo el cuatro a las piernas de los bailarines que se entrelazan y avanzan igual que agujas del reloj. Pero no duran para siempre. Veamos qué ocurre con Catalunya, y de qué manera la España más perfumada habla del deseable encaje para que unos y otros nos sintamos cómodos. Y es que ya no se trata de conciliar proporciones o medidas, sino de entender que las naciones poco tienen que ver con juego de matrioskas, a pesar del placer que produce encerrar una dentro de otra manifestando la humana ilusión de control. El encaje de bolillos, en política, ha sido reactivo y torpón: desde el desacreditado autonomismo, pasando por el publicitado federalismo hasta el catalán que ha hablado el PP en la intimidad y que en lugar de empatizar ha causado un auténtico desencaje: el de romper España con el clic tajante y sordo de unas tijeras podadoras. (La Vanguardia)

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2 de noviembre de 2015
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Highsmith, por una cerveza en Lleida

En otoño de 1987, el mismo año en que Patricia Highsmith visitó Lleida, The New York Times le encargó un reportaje sobre el cementerio de Green-Wood, en Brooklyn (Nueva York). Construido en 1830, había sido el parque más grande de la ciudad antes de Central Park, un paraje nostálgico y señorial con umbríos jardines que se llenaban los días de fiesta, a pesar de que alojara los huesos de más de medio millón de huéspedes, algunos ilustres como los de Basquiat o Bernstein. Ella se entregó a la tarea acompañada de una joven redactora que le puso al lado el periódico, Phyllis Nagy, que acaba de firmar el guión de Carol, la adaptación de la novela homónima de Highsmith, filmada por Todd Haynes y protagonizada por Cate Blanchett y Rooney Mara, que se estrenará el próximo mes en Estados Unidos. En aquel reportaje que nunca se publicó, la autora de El diario de Edith ?una de sus novelas más sutiles? abordó el paseo entre tumbas y mausoleos con una pluma macabra. ?Escuchando a los muertos que hablan?, lo subtitulaba. En un momento incluso se empeña en acercarse al horno crematorio y mete la mano en él: ?Está todavía caliente ?le dice a su acompañante?. Casi puede oírse cómo los huesos crepitan dentro?. Acaso pensaba en su propia muerte. Pero también en la sed de eternidad. Porque aquella texana iracunda que se vengaba de quien osaba toserle en sus novelas, que abandonaba a una amante detrás de otra, según su biógrafa Joan Schenkar, con perversión y mala baba, empezaba a ser un cuerpo frágil con un puñado de células al revés. Aquel día de abril de 1987 en Lleida encendía y apagaba cigarrillos ante los periodistas que la entrevistábamos. Por testarudeces del destino, daba una conferencia en el Institut d?Estudis Ilerdencs de la mano de Miquel Pueyo, y en aquella ciudad aún muy embarazada de periferia se hallaba la más célebre autora de novela negra que había aceptado la invitación por el cariño que le tenía a su editor, Jorge Herralde, y por el deseo de beber cerveza San Miguel. Así pues, se dejó alojar en el Condes y pasear por la ciudad con tejanos y mirada torva. En verdad, sólo recuerdo dos cosas: que a pesar de la fama que tenía de huraña y perversa, una fiera capaz de marcar para siempre a una principianta, no me humilló. Y que arrastraba el hastío hasta en las repuestas. Sergio Vila-Sanjuán, que firma la crónica del 27 de abril en La Vanguardia, se refiere a ella como ?una mujer algo amedrentadora? y ?una inquietante dama solitaria?. La escritora le confiesa: ?He sido profundamente infeliz?, y añade que nunca pensó en el suicidio, a diferencia de sus personajes. Alguien que declaraba con la frente bien alta que ?lo mórbido, lo cruel, lo anormal me fascina? imponía respeto. Highsmisth entendió en Green-Wood la importancia de la plástica del final: ?Irse con estilo, con tanta dignidad y elegancia como sea posible?, escribió. Moriría ocho años después. Ahora se cumplen veinte, y Anagrama ha reeditado buena parte de su obra. Un aniversario que coincide con su regreso a la gran pantalla con Carol, su segunda novela, publicada en 1952 como El precio de la sal, firmada por una tal Claire Morgan. Fue un hito literario, y no por el lesbianismo de sus protagonistas, sino porque al fin una relación entre dos mujeres se narraba con esperanza y felicidad. Patricia Highsmith tardaría treinta años en ver su nombre en la portada de la retitulada Carol. La amargura que revistió su vida no empequeñece su obra. Sólo encontraba la paz rodeada de gatos, bebiendo vodka y escribiendo. Tijeras del reino / Alber Elbaz

?Abruptamente?, dice la prensa francesa. Así terminó ?un mito? como Alber Elbaz, el creador que después de 14 años abandona uno de los salones más sublimes de la moda, creado en 1889 por la exquisita Jeanne Lanvin, que inmortalizó el corte al bies. Desavenencias entre la propietaria taiwanesa de la marca y el creador, agotado por la presión de un negocio disparatado, han puesto el fin a la relación. Aunque la vacante en Dior acelera la imaginación. Elbaz puede aspirar a cualquier trono. Todo naturalidad / David Muñoz y Cristina Pedroche

A él le gusta que le llamen Dabiz, mientras que ella hace proselitismo de Vallecas siempre que puede. Se han casado en la intimidad, e incluso la biblia social, Hola, ha recogido el momento desprovisto de boato: en tejanos y zapatillas, tal como se dieron el sí. ¿Por qué causa tanta atracción esta pareja? Acaso porque el chef estrellado de la cresta y la desacomplejada presentadora se mueven en esa gama que va de la naturalidad al bochorno y acaba en el morbo. La chica Bond / Monica Bellucci

No sólo es la primera (esplendorosa) cincuentona que enamora al macho alfa de 007; la italiana, con un vestido de terciopelo escotado en la espalda, acaparó todas las miradas y flashes en la première londinense de la última entrega de Bond, Spectre. ¿Su secreto? ?Disfrutar de los placeres de la vida, si tengo que dar algún consejo es que hay que comer bien, beber bien, tener buen sexo y reírse mucho, el resto viene por sí solo?. El cine también entiende de mujeres reales. (La Vanguardia)

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31 de octubre de 2015
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Ahora es tarde, señora

Nardos a tres euros en el mercado de Chamartín, más conocido como de Potosí, un nombre que ni pintado para resumir su exhibición de mar y tierra. Voy en bicicleta y no tienen bolsas largas. La florista, con los labios perfilados igual que en los ochenta, prepara el ramo con un poco de verde. El hijo rebusca en la trastienda y al final le hace un agujero a la bolsa: ?El justo para que no se te caigan?. ?¡Qué inventivos son los jóvenes!?, suspira la mujer mirándome a los ojos y sumándome años. Con cinco palabras ha trazado una línea infranqueable en la que ella y yo nos hacemos a un lado, acercándonos al ?remoto futuro?, y el chico se planta frente a un ancho horizonte con pasos audaces. Nunca me dolió lo de ?señora?, todo lo contrario. De joven protestaba cuando me llamaban señorita; ¿o es que se dirigían así a los hombres cuando firmaban un cheque? Pero las connotaciones de señora no son demasiado conmovedoras. ?Es toda una señora?, se dice, con los carrillos hinchados, para alabar la buena educación de una mujer despechada. El futuro está en manos de chicos y chicas. ¿O alguien llamaría a Arrimadas, Colau, Iglesias o Rivera señora o señor? Lo pienso mientras el mendigo de la puerta del mercado suplica: ?Una limosna, señora?. ?Pareces salida de una película francesa?, me dice una mujer que ha retrocedido sobre sus pasos para hacerme la observación. En diez minutos me han llamado señora e intensa. Seguro que a Madonna, que es mayor que yo, no le pasan estas cosas. Hoy, los jóvenes inventivos manejan el mundo a golpe de clic. Con sus aplicaciones consiguen cosas inauditas que a nuestra generación le costaron sudores, como recibir abrazos en días tontos y lluviosos gracias a Cuddlr o no llenarse los pulmones de humo fumando cigarrillos virtuales ?la ceniza cae como en los de verdad? con Cigarrettoid. También comparten información a mayor velocidad que el discurrir de la memoria sin necesidad de almacenar mentalmente ningún dato. Ya no estudian filosofía ni llevan libros al instituto, sólo su pantalla. En las redes, sus mensajes asertivos no dejan espacio para el razonamiento, basta con la guasa del meme y el emoticono del aplauso. Pero también abundan los picudos, agitadores de un establishment curado como los quesos viejos de oveja de Potosí. (La Vanguardia)

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28 de octubre de 2015
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Pizpiretas con piernas

Presentábamos el libro de un amigo; tres mujeres y el editor. A este le correspondió abrir el acto e introducirnos. Y bien que lo hizo: ?Ahora les dejo con estas tres bellas damas?, asintió complacido. Cuando me tocó el turno no pude soportar pasar por alto la galantería del bello caballero y sus cumplidos. El hombre se afanó en enmendarlo: ?Bellas e inteligentes?, añadió, a punto de entrar en territorios peligrosos. Los piropos fuera de contexto suelen ser como la visita de un pasado vitriólico. Abruman como una gaita en un balneario. Ahí está la pervivencia de un machismo que, pese a su descrédito, sigue instalado en los dobladillos de periódicos y transmisiones deportivas. A mí me parece muy bien el arrebato, incluso la exaltación del que ruge ante un cuerpo esbelto, ese mismo que pensadores como Gilles Lipovestky aseguran que no tiene tanto que ver con la dictadura de la imagen ni la presión social, sino que es un signo de emancipación femenina, lejos de los pliegues adiposos de las nodrizas. Hoy, en España, las mujeres copan la actualidad deportiva. Ganan más medallas que ellos. Pero en las noticias siguen alabando sus piernas. “¡Qué guapa es esta mujer!”, dice a ratos un comentarista ahogado en el síndrome Stendhal, y se queda verdaderamente relajado. ¿Se imaginan que adjetivaran a Nadal de la misma forma que lo hacen con Garbiñe Muguruza, que acaba de ganar el Open de China? De Ronaldo se dice que es antipático; de Mireia Belmonte, que tiene unos preciosos ojos. “No quiero saber si tienen novio o no, si juegan maquilladas (?) Pero no paro de leer sobre ello. En serio, maduremos. Les aseguro que el Kun Agüero tiene una sonrisa acojonante, de no presentarle a tu pareja por si acaso, y nunca lo he visto en una crónica del Atleti, del City o de Argentina. “Lógico”, escribía hace unos días en las páginas de El Mundo Iñako Díaz-Guerra. Me pareció un artículo de oído fino. Porque en las mismas secciones donde se han criticado las praxis de federaciones y entrenadores que con un rancio paternalismo vejaban a las campeonas, se suma la crónica ilustrada de un periodismo de carajillo y adjetivos trasnochados. ¿O es que nadie se ha preguntado por qué en las contraportadas de los periódicos deportivos siguen cerrando con una chica medio en pelotas cuando incluso Playboy ha decidido que vestirá a sus conejitas ahora que el género ha caducado? Ante la decadencia de no pocas de nuestras figuras internacionales, al deporte español hoy lo defienden globalmente unas deportistas llamadas Carolina Marín, Mélani Costa, Anna Cruz ?y todas nuestras grandes del baloncesto?, Ruth Beitia o Laia Sanz. En cambio, apenas el 5% de las noticias de informaciones deportivas están protagonizadas por mujeres, tal y como contabiliza una investigación de la Universidad Carlos III de Madrid. Nos dicen: el deporte femenino aún no vende. Ni con unas piernas espectaculares. (La Vanguardia)

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26 de octubre de 2015
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Lee Miller, al otro lado de la cámara

Man Ray, Avedon, Horst, Capa? son nombres incontestables, reconocibles por el oído universal: la fotografía en mayúsculas. Pero, ¿qué ocurrió con Lee Miller? ¿Por qué a pesar de sus logros y su vida excepcional, que la llevaron de la portada de Vogue a la primera explosión de napalm en el asalto de Saint-Malo, su nombre apenas es retenido por unos pocos? La memoria de las mujeres en la historia es esquiva y frágil. Pocos admiten que su obra ha podido estar influenciada por Lee Miller, quien pasó de forma inaudita de la vanguardia artística a corresponsal de guerra, demostrando cómo ambas rozan los extremos: lo sublime y lo abisal. Sus fotos alcanzaron la perfección, capturaron la emoción necesaria para explicar la realidad. Como la del suicidio de militantes nazis en el Ayuntamiento de Leipzig, desvanecidos en el sofá. Y aún y así pocas formaron parte de exposiciones. Lee Miller era una niña rubia y preciosa que a los ocho años fue violada por un amigo de la familia mientras la cuidaba. Se rompió. Su familia hizo terapia con la fotografía: posaba desnuda para su padre, Theodor, el único hombre en que confiaba. Miraba trenes durante horas. De adolescente se enamoró de París y de su profesor de teatro, un viejo. La familia la subió a un trasatlántico, camino de la vieja Europa. Y a partir de entonces se inicia una carrera intensa que se extiende desde la escuela de Man Ray ?de quien fue asistente, modelo y amante? hasta los talleres de Picasso, con quien también se acostó. Pasaba de la fascinación artística a las depresiones y pensamientos suicidas. Pero como le contestó a un corresponsal del New York World Telegram al descender del barco que la devolvía de Europa, très parisienne: ?Preferiría hacer fotos a que me las sacaran?. Abrió su propio estudio en la Gran Manzana. Se hizo célebre. En París fue la fotógrafa preferida avant-garde y en Nueva York de la alta sociedad. Se ganaba muy bien la vida. Pero, enamorada, se fue a vivir a Egipto y abandonó su carrera. Regresó al estallar la II Guerra Mundial, acompañando a los soldados norteamericanos, documentando la liberación de París y el horror de los campos de concentración de Dachau y Buchenwald. Dos matrimonios fallidos, y un estrés postraumático de guerra. Se retiró a los 46 años. Venció al alcohol y vivió en una granja inglesa hasta que la mató un cáncer. Este mes, en el Museo Imperial de la Guerra de Londres se expone Lee Miller: a woman?s war, que recoge su obra como reportera de guerra. Dicen sus biógrafos que su belleza entró en conflicto con sus logros, ?como si existiera una cerrazón mental a aceptar que una mujer arrebatadora sea una fotógrafa de primera?. Al peso existencial de la fractura de su intimidad, siendo muy niña, se sumó la tragedia de la belleza. Su vida fue un desafío artístico cargado de mensajes, como haberse retratado en la bañera de Hitler en una personal venganza con el nazismo. Allí está desnuda, aseándose en el lujoso cuarto de baño del apartamento muniqués del Führer ?refugiado en el búnker del Reichstag?, que la observa frotarse la espalda desde un retrato colocado entre jaboneras y guantes de crin. De qué manera esta foto refleja la victoria de los aliados, impregnada de satisfacción y triunfo. Su sutileza es tan narrativa como técnica. Aquella americana chic y malhablada que sorprendía con sus tacos a los rudos soldados, aquella mujer bella que nunca borró el peso en sus ojos, aquel talento que se secó al regresar de las trincheras, consiguió el blanco y negro más radiante y silencioso de la historia. La última maldita / Lucia Berlin Lo que hace una buena crónica con la foto de una mujer maquillada y el título de su obra póstuma, once años después de su muerte: Manual para mujeres de la limpieza. Cuánta curiosidad por este libro que, contaba Sergio Vila Sanjuán, ha sido la sensación literaria en Frankfurt. Lucia Berlin, americana educada en Chile, tres maridos, alcohólica, con trabajos azarosos, se presenta como una Dorothy Parker oscura. Esa pareja explosiva: literatura y desvarío. Lo que te nace / Blanca Suárez

Dice la actriz Blanca Suárez: ?La moda está para arriesgar por cómo te sientas ese día y ponerte lo que te nace. Una buena manera de entender la libertad vestida con una camiseta Adidas, una falda tubo de lamé y un recogido Juego de tronos, tal y como se mostró (y espantó) en El Hormiguero. Pero cuando la vida fluye, se copa la pequeña y gran pantalla ?Carlos, Rey Emperador y Mi gran noche? y se cumplen 27 años, bendita seguridad la de salir en televisión juvenilmente disfrazada. No fallaste / Julio Iglesias 50 años cantando, 300 millones de discos vendidos y un estilo personalísimo que ahora la generación milenial recupera con su coletilla: ??Y lo sabes?. Durante una época fue sinónimo de hilo musical, relegado al couché; ahora su célebre exmujer pasea su nuevo amor y él ha estado fastidiado de la espalda. Pero los años juegan a su favor. Un videoclip con playback de famosos, Rafa Nadal, Cristiano… Homenajea sus ojos fruncidamente cerrados. Y es que nadie como él ha dicho mejor ?¡Hey!?.

(La Vanguardia)

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24 de octubre de 2015
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Bolsos y cacos

Salimos de cenar y bajamos por el paseo de Gràcia con el apretado convencimiento de que hay lunas de escaparates que de noche lucen mejor. En la entrada de la boutique Chanel, bajo el soportal, permanecía atrincherado un guarda de seguridad con gorra y barba rala acompañado de un gran perro con bozal. Nos preguntamos cuál podía ser la razón por la que uno de los templos del lujo hubiera customizado ferozmente su entrada como nunca se ha visto en Nueva York ni en París, y retrocedimos. Bien sé yo que no hay que guardarse las preguntas aunque se queden sin respuesta. El perro no ladra, el guarda sí: ?No le voy a responder por qué estoy aquí, señora?. Los porteros del Majestic, magníficos y eficaces, nos cuentan el verdadero motivo: hace unos meses hubo un alunizaje en el que reventaron los cristales del escaparate para llevarse la colección de bolsos acolchados. Hace treinta años, los joyeros tenían un revólver en el cajón. El suyo era un oficio temerario hasta que empezaron a descargar su alma en profesionales mejor armados que ellos. La joya era sinónimo de oro al peso, de botín en la reventa. Nada que ver con la manera en que hoy se entiende el lujo: no importa tanto el material como el logo, ni el objeto como el aura que inviste a su portador. El lujo, como fórmula de autoafirmación mediante el goce, ha expandido sus tentáculos. Sus efectos crean un sentimiento de seguridad a su portador como si perteneciera a un club privado. Desde que estalló la crisis, en la pasarela se han prodigado los dorados y los strass en una especie de acto de resistencia. Lejos de someterse a una sobriedad aséptica, lo deslumbrante ha ocupado el foco entendiendo la moda no sólo como una posición hedonista, sino como antidepresivo. caso por ello se multiplican los ladrones de guante fino especializados en el lujo. En Versace ?hace una semana, la noche antes de su inauguración en Madrid?, en Louis Vuitton, en el taller de Lorenzo Caprile: boutiques y ateliers sofisticados que se descomponen al amanecer con sus maniquíes inusitadamente desnudos. Esos botines sofisticados se liquidan en mercados negros que parecen blancos. Me cuentan que en Rumanía nunca se habían casado tantas novias con trajes Made in Spain ni novios de Dolce & Gabbana. En la Diagonal, a media tarde, un italiano saluda a un conductor que aparca: ?Te conozco. ¿No te acuerdas de mí? ¿Verdad que eres médico??. El hombre asiente y busca un relámpago de memoria que lo identifique. ?Ven ?le dice atrayéndolo hasta su maletero?. Mira: un abrigo de Armani, y un traje, te los regalo porque me caes bien… Y un bolso Vuitton para tu mujer. Dame lo que quieras para comprarle un perfume a la mía?. El médico sale corriendo. No se trata de robar para comer, ni siquiera para enriquecerse: pura gula que demuestra hasta qué extremos el lujo corrompe. (La Vanguardia)

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21 de octubre de 2015
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El síndrome del bufet

Un servicio de bufet es una invitación a la abundancia a precio cerrado. Los hay que distribuyen sus viandas por orden cronológico, mientras que otros alternan con el recurso temático del lunes italiano oel jueves oriental. Ahí está el surtido de panes para el que se necesita traductor e intérprete, además del abanico multicolor de salsas y un mueble destinado a la bollería industrial (a pesar de su mensaje implícito: ?el azúcar blanco mata dulcemente?). Da igual si la pasta está recocida o el estofado se ha endurecido, lo que importa es la variedad, la rapidez y la cantidad. Pero lo que más cotiza del bufet, el factor que lo ha universalizado en todas las culturas, es su carácter retroactivo: nunca te arrepentirás de haber elegido mal. Si algo no te gusta, puedes aparcar el plato e ir a por otro desprovisto del sentimiento de frustración que suele embargarte al pensar que te has perdido lo que más valía la pena de la carta. He visto a personas obesas sentadas en el rincón del comedor con unos platos que parecían construcciones de Lego y, lejos de manifestar euforia, parecían abrumados, acaso como respuesta a la llamada ?sobrecarga de la elección?. El mecanismo ?tanto en la comida como en la ropa, las fotos de Instagram o el modelo de coche? es el mismo: cuando no se cumplen nuestras expectativas nos culpabilizamos. El psicólogo Barry Schwartz, que tuvo mucho éxito hace una década con las teorías que volcó en La paradoja de elegir, vuelve a la actualidad para explicar el llamado FoMO (fear of missing out), el miedo obsesivo a perdernos cosas que suceden a nuestro alrededor, y la ansiedad que produce la creencia de que los demás realizan muchísimas actividades y proyectos. Y es que, a medida que la calidad de vida mejora y las expectativas crecen, nos acecha aquello que los científicos sociales denominan ?la maldición del discernimiento?. (La Vanguardia)

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19 de octubre de 2015
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Diana de Vreeland, divina y excéntrica

Nunca he estado en una oficina ni me he vestido antes del mediodía? le respondió Diana Vreeland a la directora de Harper?s Bazaar, Carmel Show, cuando la entrevistó por teléfono para ficharla como editora de moda. Era 1936, y Diana, nacida en París, había vivido en Londres y paseado en góndola por Venecia con su amado marido Reed ?que, como estos días recuerda la enorme Carme Elias en el Teatro Español, se planchaba hasta los cordones de los zapatos?. Su vida había sido digna de una novela de Francis Scott Fitzerald: dinero y alegría. Entonces, las neoyorquinas se contoneaban en los clubs nocturnos con boquitas de piñón y vertiginosos escotes en la espalda, inspiradas por aquel joven Balenciaga que triunfaba en París nutriéndose de los colores de Zurbarán. Snow se había quedado admirada la noche anterior ante aquella treinteañera vestida de Chanel blanco y con rosas en el pelo; al despedirse le insistió: ?llámeme mañana sin falta?. Diana, siempre dispuesta a engrandecer lo bello y a exaltar lo nuevo, se encontró con una oferta insólita para alguien que no había trabajado en serio ni un solo minuto de su vida. El argumento de Snow la convenció: ?pero pareces saber mucho de ropa…?. Pasó 26 años pontificando desde las páginas de Haper?s, donde haría mítica columna mensual Why don?t you…? (¿Por qué no…?), a medio camino entre el oráculo y la cátedra. Algunos de sus ?retos? más provocadores rezaban así: ?¿Por qué no…lavas el pelo rubio de tus hijos con champán para aclararlo, como hacen en Francia? ?, o ?¿Por qué no… pintas un mapamundi en las paredes de las habitaciones de tus hijos para que no crezcan con un punto de vista provinciano??. Y otra década en Vogue, inventando los sesenta, con Twiggy, Mick Jagger o Anjelica Huston encarnando su personal alegato por la belleza de lo diferente. También encumbró los tejanos (no ha habido mejor invento después de la góndola?). Si el mito de la directora de revista de moda ?femenina, como se las denomina hoy para convertirlas en propuestas globales? sigue extendiendo sus plumas de colores, su malditismo y sus filias y fobias, si Anna Wintour o Glenda Bailey poseen ese aura, es gracias a Diana Vreeland. Su madre le recordaba a diario que era ?una pena que tengas una hermana tan guapa y que tú seas en cambio tan extremadamente fea?, pero ella fue capaz de convertir su nariz y su frente sobredimensionadas en un signo de estilo que decoraba con las joyas lacadas de Tiffany?s. Con su personalidad despótica y subyugadora y con tanto ojo como gusto por el exceso, definió el estilo como la única contraseña en un mundo estandarizado y grosero: ?Te ayuda a bajar las escaleras?. El pasado jueves se estrenó en Madrid Al galope ?ya representado en Barcelona? un monólogo tan brillante y corrosivo como su protagonista. En un salón de terciopelo rojo, a Diana le encargan grandes exposiciones en el Metropolitan pero ella, adicta al cuché y al glamur, sigue empeñada en crear una nueva revista. Su nombre también ha resucitado, ¡treinta años después de muerta!, en forma de ocho misteriosas fragancias de la mano de su nieto Alexander. ?Uno solo puede pensar en siete u ocho mujeres realmente originales. En Estados Unidos hemos tenido muy pocas. Emily Dickinson fue una. Pero Mrs. Vreeland es una mujer extraordinariamente original. Ha contribuido más que nadie al gusto de las mujeres americanas en la forma en que visten, se mueven y piensan. Es un genio. Pero la clase de genio que muy poca gente reconocerá?. Truman Capote también podía equivocarse. Pienso luego? / Carlota Casiraghi La hija de Carolina ha superado su código genético. Portadora de la languidez parisina y del estilo made in Italy, se ha convertido en una defensora del uniforme ecuestre. Lo que hasta ahora escondía era su otro yo filosófico, el que ha sacado al inaugurar los Encuentros Filosóficos del principado, que versaban ?¿cómo no?? sobre el amor. Afirma que cuando estudiaba en la Sorbona, la asignatura ?cambió su vida?. Ya lo defendía Hobbes: ?El ocio es la madre de la filosofía?. Chet Baker y la edad de oro Es fácil recordar la imagen de un imberbe Chet Baker posando melancólico, como su voz arrastrada, trompeta en ristre, su rostro casi mineral, sentado en un escorzo rebelde; glorioso blanco y negro. La foto la tomó en 1960, Bob Willoughby, y forma parte de la exposición Jazz, jazz, jazz, que alberga hasta finales de enero el Círculo de Bellas Artes madrileño. Un icónico paseo, entre secciones rítmicas y volutas de humo. Un imperdible para los adictos a Almost blue. Siempre igual / Maradona La polémica es su eterna compañera de baile. ¿La última? Aceptar la presidencia de la fundación Football for Unity para Latinoamérica de manos, nada más y nada menos, que de la reina Isabel II. Da igual que hayan pasado ya treinta y tres años del fin de la guerra de las Malvinas; Argentina es un país de cultos y rencores eternos. Por eso, y aunque haya levantado una gran expectación en la Feria del Libro de Frankfurt, la biografía inédita de Daniel Arcucci, Diego Maradona, tocado por Dios, no puede ser la definitiva.

(La Vanguardia)

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17 de octubre de 2015
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El Boomeran(g)
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