Joana Bonet
Lejos de las capas que alquitranan la ciudad, el otoño se paladea mejor en los pueblos brochados de amarillo. También las castañas cocidas y los destilados de hierbas. En los caminos supura el hedor de los campos que acaban de ser abonados con excrementos de pollos y cerdos. Es la resaca de un mundo antiguo que no se ha ido del todo, pero que se resiste a convertirse en suburbio de la gran ciudad; dormitorios periféricos preñados de olivos, una mera comparsa para abastecer a la aldea global, aunque sus retoños acaben convertidos en ni-ni rurales.
?Hay misa?, dice mi hermano Santi pegando la oreja a la puerta de la iglesia de Els Alamús, a punto de visitarla un sábado por la tarde.
Empujamos suavemente la puerta y la visión es surreal: un cura joven con sotana verde pistacho toca la guitarra detrás del altar, cantando el Aleluya. En los bancos, una veintena de mujeres le hacen los coros.
La imbatible laca Elnett se mezcla con el incienso. Darío, el mossèn colombiano, deja la guitarra en la silla y lee el Evangelio en un catalán tan solemne y engolado que parece un cuento de Andersen en latín.
Más allá de comuniones y bautizos, aquí ir a la iglesia también languidecía con un gélido suspiro, un trámite que afrontaban las cuatro beatas y alguna mala conciencia, aunque nunca faltaba un pianista para tocar el órgano. ?Antes de que llegara Darío, a misa sólo iban siete u ocho mujeres?, me dice un payés. ?Y tanto aquí como en Bell-lloch se han triplicado los fieles. Toca la guitarra, y también toca los problemas de la gente?, añade.
El efecto del papa Francisco y su nueva fraternidad se hace sentir frente al altar en aldeas improbables, donde aún permanecen rancios vestigios que siguen invocando al franquismo. Pero los jóvenes sacerdotes latinos llegan dispuestos a reavivar la fe.
Enmanuelle Carrère en El Reino, una estimulante narración sobre la historia del cristianismo, asegura que ?es extraño, si te paras a pensarlo, que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas?. Nunca han sido considerados locos, sostiene Carrère, que indaga en el mensaje de transgresión que transmiten Pablo y Lucas, sobre ?un dios que te invita a empequeñecerte?.
En Vinaixa, Yessid Fernando Vásquez ?el obispo de Tarragona le llama Yessid? ha multiplicado los fieles en misa. Da el sermón entre los bancos, es amante de la música electrónica, y anima a la gente a ser feliz, a preocuparse por los otros sin sentirse imprescindible, e incluso a reírse de ellos mismos.
Ni infiernos, ni culpas, ni espinas; un Aleluya a la guitarra para acercar a las almas en lugar de malvenderlas. El nuevo marketing de Francisco.
(La Vanguardia)