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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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¿Do de pecho?

Me encuentro con una de esas noticias insólitas: en Tailandia, una esteticista llamada Khemmikka Na Songkhla practica una técnica consistente en atizar a manotazos los pechos para aumentar su tamaño. Si se realizan cuatro sesiones, los efectos pueden durar hasta tres años. Songkhla tiene lista de espera y cobra más de 300 dólares por sesión. El dolor, ah el dolor. Qué les van a contar a las mujeres acerca del inevitable penar a fin de embellecerse. Recuerdo aquellas primeras ceras amarillas y espesas con las que nos depilaba la peluquera del pueblo, un ritual cruel que siempre tuve fe que el progreso remediaría, e incluso que sería testigo de ello. Ahí está el láser con su erradicación definitiva del anatema del vello, porque una mujer peluda siempre ha sido una mujer a medias desprovista de los afeites y talcos que se le suponen por cuestión de género. Un descubrimiento que, salvando las distancias, ha hecho tanto por la liberación femenina como la píldora. Los rituales de belleza, gracias a la cosmética científica, han abreviado infinitos vía crucis: desde los más de veinte kilos de ropa encima, bajo corsés y crinolinas, hasta el tacón de aguja que sigue reinando con esplendor pese a deformar los metatarsos. Para los más críticos, la progresiva popularización de la cirugía plástica desde los años ochenta es síntoma de una sociedad disfuncional. De una enorme ausencia de riesgo personal relacionada con el materialismo; operarse como quien se compra un cartier, una felicidad efímera similar a la lotería. No sólo aquellos empujados por la vanidad y la estupidez entran en un quirófano, sino quienes sienten un profundo malestar con su imagen. Gracias al formidable avance de la medicina, el cuerpo es uno de los pocos territorios que nos pertenecen. Pero a menudo el de las mujeres ha sido demasiado modificable. ¿Por qué entre cinco y diez millones de mujeres se han implantado silicona en el pecho? Contrariamente a lo que podíamos imaginarnos, la afición por los senos grandes y turgentes no pertenece en exclusiva al imaginario masculino. Aunque la mayoría de los cirujanos plásticos sean hombres, el canon del 90-60-90 mantenga su vigencia, y desde la Loren hasta Angelina Jolie el pecho represente un poderoso atributo, leo en The Guardian que en el siglo XIX se publicaban consejos para frotar el pecho con una toalla impregnada de abrasivos y se utilizaban aparatos de succión o con alambres, todos ellos diseñados por mujeres. Mientras asistíamos a la llegada de la paridad a la política y a la feminización del mundo, las mujeres hacían crecer sus pechos a cualquier precio. La prótesis mamaria se convirtió incluso en un regalo de cumpleaños, se sorteaba en discotecas y, ante tal panorama, algunos oportunistas se aprovecharon de la demanda con implantes baratos de mala calidad, como las PIP (Poly Implants Prothèses), líderes en Francia y terceras prótesis mamarias más fabricadas en el mundo. ¿Cómo hemos podido llegar hasta este extremo? Kilos de silicona, esa que los médicos muestran en la palma de la mano como si fuera un órgano con vida propia, a punto de estallar dentro del cuerpo de las mujeres. «No quiero quedarme con dos bombas en el cuerpo», dice una portadora de las PIP. Laxitud, falta de regulación, normativas diferentes dentro de la UE y, en especial, el peso de la desafección con uno mismo. Ahora bien, que nadie se engañe, la percepción a menudo errónea del propio cuerpo ya no es una exclusiva femenina. La cirugía plástica se ha triplicado entre hombres en Catalunya, la demanda ha crecido un 25% en el último lustro, y las operaciones para alargar el pene se han triplicado desde el 2008. Cada año, entre 1.000 y 5.000 hombres pasan por el quirófano para engrosar su miembro. Y lo dramático es que, al igual que muchas mujeres, el 90% no lo necesita. (La Vanguardia)

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18 de enero de 2012
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El mejor jugador del mundo

El año pasado, cuando Lionel Messi escuchó su nombre como merecedor del Balón de Oro, sacó la lengua. Lo hizo dos o tres veces; un gesto fácilmente reconocible en los niños cuando se sienten extraviados entre la alegría y la timidez, en la incomodidad de representar la satisfacción de los otros antes de hacerla suya. Porque hay personalidades que ante el triunfo levantan la cresta, prestos a enaltecerse, y otros que no saben si es a él a quien en verdad felicitan o al de al lado, de ahí que Messi instintivamente buscara la compañía de su lengua. Al subir al escenario para coronarse como mejor jugador del mundo, apoyó los codos en el atril, midiendo bien la proporción entre cercanía y contexto, con gran naturalidad. Este año, más hecho a los focos y con un esmoquin berenjena que incluso le sentaba bien, al recibir el mismo título ya no sacó la lengua. Pero mientras, generoso, compartía su premio con Xavi; mostraba una vez más esa mirada aniñada que incluso podría parecer bobalicona pero que en verdad representa el milagro de un joven deportista millonario tocado por el genio y la humildad. «Me tienen envidia porque soy rico, guapo y un gran jugador», dijo CR7 en un acto de impúdica autoafirmación. En las distancias cortas, Cristiano Ronaldo sigue siendo el mismo hombre que sus exabruptos en el campo y mira por encima del hombro alejado de cualquier código social, incluso de la más rudimentaria cortesía. Su latoso ego no parece tener nada que ver con el escudo que levantan muchos personajes para protegerse de la fama, sino con el desentendimiento y la incapacidad para corresponder a la curiosidad o incluso admiración. En el retrato de sí mismo que alimenta día a día, Ronaldo se muestra como un hombre frío y orgulloso, un pobre niño rico que no posee ni un ápice de empatía. Pero es que, en los últimos años, el crack Ronaldo ha sufrido lo peor que puede sucederle a un genio: vivir a la sombra de otro más grande que él. Las leyendas de históricos segundones son una buena metáfora de la infeliz ambición: Mozart y Salieri, Shakespeare y Ben Jonson, el ajedrecista cubano José Raúl Capablanca ?«aprendí a jugar antes que a leer»? a quien el reflexivo y aristocrático Alekhine nunca pudo vencer. O Joe Frazer, un campeón duro y correoso, que vivió hasta el último de sus días más amargado por el legendario Mohamed Ali que por el cáncer de hígado que le mató. En los años sesenta, en Francia, se llegó a hablar de anquetilistas y poulidoristas. El calculador ciclista Anquetil lo ganaba todo, pero Poulidor, campesino, educado y humilde, contaba con el favor del público a pesar de representar al eterno segundón. Messi combina el espectáculo en el campo con la humildad fuera de él pero, a diferencia de Poulidor, gana títulos. Eso sí, achina los ojos como el francés sonriendo con un candor admirable siendo como es el mejor futbolista del mundo. (La Vanguardia)

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16 de enero de 2012
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Por cuatro trajes

He observado los gestos altivos de los acusados de Gürtel, su contrariedad y su barbilla levantada, su impaciencia y su fastidio. Por esta cutrez, «por cuatro trajes, todo esto», parecen decir sus párpados entreabiertos y su nuca contraída. A partir de las últimas investigaciones sobre la civilización empática, me convenzo de que existe una relación intrínseca entre narcisismo y falta de empatía. O entre esta y la soberbia, el endiosamiento e incluso la agresividad. El que no se mete en la piel del otro y sólo es condescendiente consigo mismo se siente invencible. Como si hubiera borrado los confines de su conciencia y no le pesaran ni la sombra judeocristiana de la culpa ni la convicción ética de la ejemplaridad. Probablemente son personajes que carecen de neuronas espejo, las mismas que nos conducen hacia la simpatía y la acción moral. Si no, cómo puede entenderse la ausencia de sudores fríos que asaltan a quien está cometiendo una tropelía; cómo comprender la impunidad de la que gozó durante ¡nueve años! el ex director general de Empleo de la Junta de Andalucía, a quien ahora su chófer acusa de conceder subvenciones en el privado de un bar, entre gin-tonics y rayas de coca (pagados con dinero público). A menudo los buenos fotógrafos adoptan una expresión similar a la de sus retratados en una especie de acto reflejo que suele pasar desapercibido para ellos mismos. A pesar de que el objetivo cubra la mitad de su cara, y aunque den órdenes mientras controlan la luz, acaban adoptando el mismo gesto de quien posa como expresión de deseo para capturar su alma. Como si en verdad pudieran adivinar qué le pasa por la cabeza a quien piden que relaje la boca a fin de obtener su mejor rostro. Todo lo contrario a la impasibilidad y lejanía, a la expresión pétrea afianzada en el entrecejo y las mandíbulas de los presuntamente corruptos y poco empáticos. «Un accidente sucede cuando una cosa llega. Una coincidencia cuando algo está a punto de suceder y lo hace». Anoté esta frase en mi libreta Smythson azul el pasado verano y la actualidad ha querido que ahora cobre sentido: no es accidental que Camps y Matas ?curiosamente, dos nombres que respiran naturaleza verde? coincidan en los juzgados. Valencia y Mallorca apuntaban ya maneras, convertidas en las nuevas Marbellas cuyo exhibicionismo tenía que acabar pasando factura. La conciencia sobre la realidad es un asunto traicionero. Cuán diferente ha sido la percepción del bien y del mal, de lo permisible y lo imposible por parte de los imputados en los casos de corrupción que nos rodean, incluidos Urdangarín y su socio Diego Torres, en comparación con los delitos comunes de un ladronzuelo de tres al cuarto. Pienso en Montes Neiro, toda la vida en la cárcel sin haber cometido un crimen de sangre o una estafa de gran calado. A sus hijas les decían que trabajaba en «una fábrica», y que les hablaba tras el cristal para evitar los escapes… Cuando tenían un vis a vis, improvisaban un columpio con una sábana. Así 35 años. Por un lado, paseamos nuestra fe en la democracia y en el sistema. Los valores ciudadanos y la autoridad del Estado nunca habían gozado de tanta solidez. Pero también, y gracias a nuestras neuronas espejo, abrazamos otra creencia que podría ser paradójica respecto a los anteriores credos: la simpatía por el débil. El que siempre tiene las de perder. Hoy, tenemos un elemento que ha variado de forma considerable en los procesos a poderosos: la omertà. Aquellos que antes callaban, atemorizados por amenazas subterráneas, ahora pactan con la fiscalía y declaran mirando a los ojos del juez en busca de una empatía que no convierte a la gente por arte de magia en mejores personas, pero que es imprescindible para redimirse.

(La Vanguardia)

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11 de enero de 2012
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Las otras víctimas

Desde que fui madre, algo se modificó en mi paisaje neuronal. Pertenezco a ese porcentaje de débiles espectadores que no podemos ver películas de niños que sufren, como si un sentimiento cosmogónico nos instara a conjurar el peligro, la alegoría de aquel caramelo envenenado del que los abuelos nos advertían, que incluso podía ofrecernos un malvado disfrazado de monja. También recuerdo cómo me removía, comiéndome los dedos, en la butaca del cine viendo Sleepers o Babel, incapaz de tomar distancia con la pantalla ni de desactivar mi ingenua compasión. A razón de qué convertir un rato de ocio en un puñalada en el pecho cuando frente a este asunto mi pensamiento complejo se inhibe. Edgar Morin ideó una teoría según la cual la realidad se comprende y explica simultáneamente desde todas las perspectivas, de la biológica a la espiritual, la cerebral, la lingüística, la sociocultural. Tanto la realidad como el pensamiento son complejos, pero no acierto a explicar la más abyecta de las realidades: hacer sufrir a un niño. Save the Children calcula que anualmente entre 100 y 200 millones de niños presencian escenas violentas entre sus progenitores. Un gran porcentaje también sufre daños físicos y psicológicos en su casa. Entiendo las susceptibilidades que levantó Ana Mato cuando, en sus primeras declaraciones como ministra, utilizó la expresión «violencia en el entorno familiar» para referirse a la violencia de género. Pero lo cierto es que alrededor de un crimen machista a menudo están los otros, los hijos, quienes a menudo suelen encontrar el cadáver de su madre; los que aseguran que con el paso del tiempo siguen escuchando los gritos. Ahí están las noticias sobre asesinos de esposas e hijos que cobraban la pensión de viudedad desde la cárcel, o de padres maltratadores que siguen manteniendo la custodia. El programa electoral del PP incluía la consideración de los niños como sujetos activos que necesitan protección (en la actual ley figuran como población vulnerable que sufre, de forma colateral, la violencia contra las mujeres). La ministra Mato ha dicho que la lucha contra la violencia de género ?término discutido filológica e ideológicamente, pero aprobado por las Naciones Unidas? será su prioridad. Ahora tendrá que ver si el problema radica en la articulación de una ley que tanto se ha criticado desde sus filas, o en una necesaria modificación del Código Penal, como ha venido pidiendo el Consejo General del Poder Judicial, para que el de haber ejercido la violencia en «el entorno familiar» sea un factor esencial al asignar la custodia en un divorcio. Mientras, las llamadas al Teléfono del Menor denunciando malos tratos y abusos sexuales aumentan cada día, ajenas a discusiones filológicas o ideológicas y necesitadas de apoyo, de red social, de medidas efectivas.

(La Vanguardia)

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9 de enero de 2012
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Tiempo de vivir

Tiempo. Siempre cortejándolo. Cuando se estira como una goma de mascar y nos hace bostezar de felicidad, o cuando nos atropella, veloz y cortante como el viento. Apenas hace dos días que hemos cambiado el calendario de la cocina. Tiene algo de hermoso el gesto de colgar un nuevo año por delante, aún sin usar, con el apresto que trae la ropa antes de ser estrenada. Hemos querido verle la cara al 2012, adivinar sus debilidades. Este será el año de las compras on line, afirman unos, paralizados ante la idea apocalíptica de las ciudades del futuro sin escaparates donde cazar nuestra sombra. No, todo lo contrario, aseguran otros, este será el año del abierto 24 horas impulsado por Esperanza Aguirre; eso que tanto nos gusta practicar en el Marais parisino, en el Soho de Nueva York o en los Encantes y otros mercadillos urbanos que introducen la ilusión del hallazgo en nuestras vidas, de ese algo que siempre nos falta para que el día sea redondo. También este será el año de la nube. La influencia del cloud computing y la desaparición del espacio físico para almacenar datos, letras, fotos. Los informáticos no podían haber elegido mejor símbolo, tan gaseoso, de una levedad leopardiana bajo la ilusión óptica que producen las nubes desde un avión: a veces dunas azules, otras bolas de algodón mansamente blancas. El 2012 será el año de la responsabilidad compartida, de los alimentos ecológicos, de la generación perdida, de los colores pastel y los estampados déco, de la superministra de Rajoy, del peligro de extinción del camello, del atasco de lo antinuclear, de la piratería globalizada, de los JJ.OO. de Londres, de los eufemismos como «crecimiento negativo» en España o «tiquet moderador sanitario» en Catalunya. El año del regreso triunfal a nuestras conversaciones de uno de los germanismos más globales y nobles, Zeitgeist: el espíritu de los tiempos. Pero el tiempo continúa siendo un invento humano donde no siempre lo cronológico corresponde a lo biológico, ni lo mental a lo físico. Hay días que pasan de largo y otros que se anudan en la garganta. La isla de Samoa acaba de dejar de ser el último lugar del mundo donde se ponía el sol, decidió vivir un día menos, alterando el huso horario, para estimular la economía y facilitar sus negocios con Australia y Nueva Zelanda. Nada que ver con los sesenta minutos de más de los que parecemos disponer en Canarias, ni de las ocho horas de propina cuando cruzamos el Atlántico. Un día comido en Samoa, sin salir el sol a pesar de que saliera. Mientras el primer lunes del 2012 amanece en el archipiélago de Kiribati, el punto del globo donde asoma antes el sol, cae la tarde en París y la noche se cierra sobre Estambul. El mundo, infiel al reloj, seguirá rodando con su presente veloz incapaz de retenerlo. Y tan sólo dependerá de nosotros moldear el pasado y el futuro, saber vivir. (La Vanguardia)

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2 de enero de 2012
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La tormenta Sagan

Sus padres, burgueses biempensantes, le pidieron que se cambiara el apellido. E inspirada por la Princesse de Sagan proustiana, tomó su nom de plume: Françoise Quoirez pasó a llamarse Françoise Sagan. Ni el alcohol y las drogas; ni los coches deportivos, que conducía descalza; ni los accidentes; ni la ruleta, con sus vuelcos al corazón; ni decenas de novelas, cartas abiertas o películas, provocadores artículos; playboys, densos humos en la noche parisienne con Ava y Truman o su fox terrier muerto por sobredosis al oler uno de sus pañuelos lograron desvanecer del todo su imagen de «niña bien» con esa media melena rubia e ingobernable y una sonrisa definida por la mayoría de sus entrevistadores como «desconcertante». Pero, con todo y con eso, con los escándalos que acompañaron su fulgurante vida sexagenaria (de una sexualidad omnívora a los millones en cuentas de banco suizo, pasando por sus amistades peligrosas), no fue esa reducción a Mademoiselle Chanel de la littérature su obsesión vital. No. «El olvido. Un olvido definitivo, furioso olvido, un olvido de plomo», ese fue su mayor miedo. Ahora,a punto de cumplirse diez años de su desaparición, la editorial Ático de los libros recupera una de sus novelas más ambiciosas: Una tormenta inmóvil. Recién estrenada la veintena, y aún en el living de la casa de sus padres en el Boulevard Malesherbes ?curioso nombre para tan noble zona de París?, reconocía a los reporteros de The Paris Review, alucinados por sus tacones, que tan sólo tenía dos influencias literarias: Stendhal y Proust;  «Una tormenta inmóvil» no es sino un romántico y melancólico homenaje a quien «iluminado por el más bello incendio del mundo», dio vida a Julien Sorel, Fabrizio del Dongo, Lucien Leuwen o Henry Brulard. Tóxica, melancólica, desafiante, animal: «El perfume, la calidez y la piel de una mujer dejan en la memoria un lecho mucho más tierno que el más ardiente de los deseos, si queda insatisfecho».

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30 de diciembre de 2011
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Microcosmos 2011

Uno de los descubrimientos más reveladores del 2011 ha sido la existencia de los millones de microbios que habitan el intestino humano, así como la forma en que se agrupan. Según esta información, procedente del Laboratorio Europeo de Biología Molecular de Heidelberg, cualquier individuo, por penosa que sea su situación, debe entender de una vez por todas que el histórico miedo a la soledad es pura metáfora. En realidad nos invade una tropa de microorganismos que permanecen despiertos mientras dormimos, rebanan las sobras del pavo relleno y se retuercen igual que nuestros dedos ante un nuevo recorte. Su existencia parece menos confortable que la nuestra, flotando entre jugos y excrecencias, pero son hábiles formando ecosistemas, asociándose para absorber todo lo que tragamos, de la dieta Dukan al cadáver de Gadafi, las algas japonesas, los pósters de Justin Bieber o la sordidez impúdica de la alcoba de Bin Laden. En el 2011 han tenido más trabajo que de costumbre. A causa de tantas incertidumbres e insomnios, ha aumentado el consumo de benzodiazepinas y de vino en tetrabrik. Lejos de contar con una atmósfera benevolente, nuestra extensa flora bacteriana ni siquiera puede relajarse en el inodoro, al que cada vez más individuos acuden acompañados de su smartphone. Los síndromes de colon irritable se han multiplicado tanto como las depresiones, las descargas, los indignados, la prostitución y las barras de labio rojas. Pero nuestros microbios también han sucumbido a la indigencia cultural como vía de escape para las tripas de un país donde el personaje más buscado del año en Google ha sido Ortega Cano. Aquellos que estudiaron ciencias políticas ?muchos de ellos sentados hoy a la derecha de Rajoy, Mas, Rubalcaba, Botella o Chacón? aprendieron bien la paradoja lampedusiana: si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. Ni nosotros ni los microbios estamos muy seguros de ello, aunque Heráclito ya anticipara hace miles de años que el fundamento de todo radica en un inexorable proceso de transformación. En nuestra soledad tan concurrida nos invade un clima histórico de cambio de paradigma impulsado por la urgencia del dinero. El desplome de un capitalismo de casino ha venido acompañado de las revoluciones árabes; una buena colección de dictadores han sido derrocados; y en China la amenaza de una revuelta política toma cuerpo. Mientras, los eurozombis insisten en la necesidad de trabajar como chinos para garantizar la supervivencia de la vieja dama, sin romanticismos que valgan, sino con la austeridad de una ex RDA, Angela Merkel. En el 2011 han caído de la lista de los más influyentes Strauss-Kahn, Oprah Winfrey o Julian Assange, mientras que el creador de Facebook ocupa el noveno lugar en Forbes; no en vano este ha sido el año en el que nos hemos visto empujados a crear una identidad digital. El mundo aguarda el relevo de liderazgos mientras oye rugidos desde Atenas y El Cairo. Nuestros microbios intentan guarecerse, pero la sanidad se desangra, la ciencia se rebaja a secretaría de Estado y los trabajadores cada vez están más convencidos de que los recortes nos devolverán a los tiempos de la revolución industrial. A los microorganismos, tan inmateriales como un eón, la precariedad les ha llegado en forma de colesterol, pero también de foie con Sauternes, porque en este mundo que parece desmantelarse se come admirablemente bien. Al fin y al cabo, casi todos tenemos la fantasía de cobijar un ser oculto en nuestro interior ajeno al mundo de afuera; nuestro auténtico yo salpicado de deseo y esperanza. Porque parece que nos hayamos echado un siglo a las espaldas, pero tan sólo ha bastado un año para convertirnos en una legión de microbios. (La Vanguardia)

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28 de diciembre de 2011
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El mundo ha cambiado

Ciudades emergentes, levantadas en el desierto o en el páramo con rascacielos que parecen decorados, representan el mundo que llega. Un nuevo mundo con más pantallas pero también más bicicletas. Con una economía furiosa que sustituye a la ideología y elige «mercados» como la palabra del año. Centros de poder cada vez más femeninos; mujeres a quienes no les tiembla el pulso como Angela Merkel y Christine Lagarde en una sociedad hipercomunicada, donde los smartphones son extensiones de uno mismo, su yo portátil. La idea de Europa, disuelta como un azucarillo en el café, necesita de la fórmula mágica para volver a solidificarse. 2011 ha sido un año difícil y traidor. Lejos de emprender una recuperación hemos ido hacia atrás, como los cangrejos, aún conscientes de que el mundo se mueve a dos velocidades: la de los que están en el vértice de la pirámide y la de los que reptan a su alrededor. La piel cambiante de los tiempos entierra sueños, pero también trae oportunidades, acompañada por un cambio de mentalidad: menos artificios y ambiciones, y más curiosidad. Ese es el verdadero idealismo que enarbolan generaciones de jóvenes y nuevos emprendedores en todo el planeta. ¿Y cómo respira la moda ante este nuevo escenario? Bailando. Así lo percibí hace un par de meses en Milán, en el desfile de Anna Molinari cuando el mambo número 4 de Tito Puente se repetía desde la primera hasta la última salida. Y se multiplicaba en el de Dolce & Gabbana, inspirado en una sagra, la feria tradicional siciliana, con un tendido de luces de colores, y mucho, mucho brillo. La pasarela ha reaccionado como hicieran nuestros antepasados en aquellos felices 20. La era del jazz, en la que las primeras flappers que se liberaron de la esclavitud de los corsés e hicieron de su físico una diversión, inspira una moda que quiere seguir danzando refugiada en su bello escapismo. En tiempos de crisis aumentan las ventas de barras de labios rojas y el lujo crece. El sector ha aumentado su crecimiento un 25% este año en nuestro país, según la Asociación Española del Lujo. Aunque los gobiernos tiemblen, los dorados y los strass se multiplican en las propuestas de los diseñadores casi como un acto de resistencia: lejos de someterse a una sobriedad aséptica, lo festivo y deslumbrante ocupa el foco. La moda como antidepresivo. También como una posición hedonista y un espejismo. Vuelve el esplendor del jazz, el recuerdo de sus saxos y los estampados decó reinterpretados por los creadores. Vuelve el Gran Gatsby, a punto de estrenarse un remake con Leonardo Di Caprio, y aquellas lágrimas conmovidas de Daisy Buchanan ante las bonitas camisas de Jay. Porque la belleza también duele. En los albores del crash del 29, algunos hombres de negocios elegían el Waldorf Astoria para saltar al vacío. Mientras, sonaba la música como si aquel desconcierto sólo pudiera digerirse con volutas de humo, plisados fortuny y las novelas de Scott Fitzgerald. Hoy, como entonces, se habla de generación perdida, para que la fama, juventud y superficialidad son valores aceptados pero inseguros. Mejor apostar por el talento, la responsabilidad y la empatía ante el nuevo mundo que está naciendo. Eso sí, bailando. Feliz 2012. (Marie Claire)    

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22 de diciembre de 2011
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Escalera al cielo

Debo de tener cinco años. En la foto lloro mientras unos brazos me alzan hasta sentarme sobre un elefante. Apenas tengo recuerdos de esa edad, pero extrañamente conservo intacto el motivo de aquel llanto. La piel del elefante raspaba, tan sólo eso, el roce animal y la marca de un frío rugoso en mis muslos. Debió de ser mi primera tarde en el circo. A medida que fui creciendo supe que el mayor atractivo no se hallaba dentro de la carpa, que, en días ventosos, rodeaban hombres con elásticos negros que luchaban por asentarla. El mayor espectáculo consistía en pasearnos entre las roulottes. Ver dónde vivían la trapecista o el payaso. Atisbar tras las puertas casi siempre entreabiertas, los maillots de pedrería en el suelo, una revista de moda francesa, los zapatos de cristal. La vida nómada donde el trailer se adapta al cuerpo o viceversa. La leyenda de una gente educada en el desapego que viajaba de un lado a otro con la casa a cuestas y los músculos tan flexibles como sus zapatos. La gente del circo ejerce de ilusionista apátrida y con sus malabares contagia la idea de que todo es posible, incluso andar al revés. Estas navidades he regresado al circo con mis hijas. Cinco generaciones de artistas en el Raluy. Jóvenes y mayores, rubios y asiáticos, acróbatas laureados que en el descanso venden bolsas de patatas, y princesas de Cachemira que cuando no actúan ayudan a sostener las cuerdas de la tramoya . No solo trabajan como una gran familia sino como una empresa en la que todos hacen de todo, los que han sido presentados como grandes estrellas del circo mundial se convierten al rato en operarios, aquella que antes vendía entradas, ahora es la misteriosa acompañante del fakir. En una ocasión leí que una trapecista mexicana, cuando tenía vacaciones, se iba de visita a los circos de los amigos. Ni pensar en una casa estable. En una vida newtoniana. En el Raluy se habla catalán. En el Cirque du Soleil, un idioma inventado. El primero es casi una reliquia, con sus caravanas de época, el backstage del segundo cuenta con 275 empleados y una sala de máquinas que ni los Rolling Stones. Pero en ambos casos sólo importa un verbo: volar. Despegarse del suelo. En el último espectáculo de la compañía canadiense, todo el mundo vuela. Aros, pañuelos, hombres y mujeres, escaleras hacia el cielo que alcanzan alturas siderales. La misión es elevarse aunque no encuentro otra palabra más precisa que la catalana «enlairar-se». «El encuentro del arte virtual con lo extraño», así definen su último espectáculo, Zarkana. Cierto es que lo extraño ?lo raro, lo deforme, lo diferente? siempre ha tenido un gran papel en el circo, antaño representado por enanos, fieras o mujeres barbudas. Pinche aquí para ver el vídeo Desde hace más de un siglo, el circo se ha visto en peligro de extinción, amenazado por una nueva y pujante cultura del ocio. Hoy, el sueño humano de volar ha sustituido la deformidad por la levedad. Pero no es sólo la superación de límites físicos lo que sorprende de estos artistas, sino cómo se ponen en la piel de los otros. En la era del empatía ?que por sí sola, y lo aclara bien Steven Pinker, no sirve para nada? los valores del trabajo bien hecho, un mayor afán de cooperación y solidaridad y unos horizontes compartidos son la base de nuestra supervivencia. Tony Judt escribía en El refugio de la memoria sobre la gente fronteriza y mostraba su gusto por los confines, por los lugares donde las lealtades y las afinidades convergen «y donde el cosmopolitismo no es tanto una identidad como una condición normal de vida». Lo veo representado por esa gente del circo. Ahí está el trapecio, donde uno se lanza y vuela y el otro para y recibe. Y siempre, aunque invisible, hay una red.

(La Vanguardia)

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21 de diciembre de 2011
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La soledad de Juan Nadie

Hay un patrón de conducta universal que sigue bien representado por dos figuras antagónicas pero complementarias: el poli bueno y el poli malo. El primero atemoriza y destruye, el segundo alienta y consiente. El uno avisa: «te voy a bajar el sueldo». El otro dice: «puedes salir a fumar cuando quieras». Ambos representan la figura de la autoridad bipolar que aprendemos desde que empezamos a jugar a papás y a mamás. Reñir y premiar. Atacar y consolar. Sin duda un esquema manipulador que, con su juego de contrarios, ha resultado burdamente efectivo. Lo peor de todo es que ambos están conchabados y actúan para dominar al pobre diablo, al John Doe ?Juan Nadie?, al Joseph K. de Kafka, al Jean Valjean de Los miserables, al Humberto D. del neorrealista De Sica o a la adolescente Precious de la película de Lee Daniels. Una absurda e injusta adversidad se ceba sobre ese ciudadano universal, el desamparado mortal que no logra entender absolutamente nada. Decía Ortega que el mundo se divide entre gente que manda y gente que obedece. Pero que la obediencia no puede ser permanente si el obediente no otorga al jefe el verdadero sentido de la autoridad. Para ello es necesaria la ejemplaridad. Y cuando en un pueblo faltan hombres ejemplares, añadía el filósofo, la decadencia es inevitable. Hoy, la actualidad está secuestrada por la crisis y la corrupción. Y resulta perverso que ambos temas compartan página como asuntos paralelos y acaso interrelacionados. Porque en la España que dejamos atrás, la que fue octava potencia mundial, han abundado los polis malos disfrazados de buenos. Tipos que a pesar de tenerlo todo en la vida, hijos sanos y rubios, un amplio living y un teléfono solicitado, han cometido tropelías a las cuales sólo puede conducir una pérdida de sentido de la realidad. Mientras se anuncian recortes y despidos a diario, afloran nuevos casos de gente enriquecida por su cargo o su matrimonio. ¿Cuándo se cruza la línea y se aceptan cohechos, se desvían fondos, se cobran comisiones en cash o se reciben relojes y trajes de cuarta? ¿Cuándo la usura y la mezquindad se dan la mano con el complejo de Dios? ¿Y dónde está aquella voz de la conciencia que tanto nos atemorizaba de pequeños? La de quien roba un libro, se cuela en el metro o se va sin pagar de un bar sin poder luego mirar a la cara a sus hijos. Chirac, el político más estimado en Francia, es condenado por malversación dejando una legión de desamparados. Y aquí en España el juicio de Gürtel, las investigaciones sobre Pepe Blanco o Urdangarín, los chanchullos del Palma Arena o la CAM muestran una realidad esquizofrénica: mientras se hundía el barco, cuatro mandamases aprovechaban para arrasar las arcas; pero es que aquí, hasta hace cuatro días, se aplaudía al listo que burlaba la ley.

(La Vanguardia)

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19 de diciembre de 2011
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