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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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BERGMAN

El cine, como la vida oficial, entonces era en blanco y negro. Había, eran los años de los comienzos del pop, otro mundo en colores y otro cine también en color. Incluso en technicolor. Pero nos gustaba ver unas películas llenas de sombras, de dudas, sentimientos, muchos diálogos y no pocos silencios. Eran hermosamente extrañas. Bastante ajenas, y al tiempo muy cercanas. Ellos, los personajes de aquellas películas, también muchas veces sufrían tormentos, carencias de fe o deseos carnales. Ellos también, como adolescentes de un país llamado España, oficialmente católico, y rodeados de vigilantes de la fe. Los que entonces, en aquellos años sesenta, fuimos adolescentes, entendíamos ese mundo de sombras y deseos de ese cineasta que llegó del frío, de un lugar donde los milagros eran posibles y no tenían nada que ver con nuestros milagros barrocos y tremendistas, Suecia. Un lugar excelente, contaban, para imaginar el infierno y el paraíso. Del mismo lugar de donde también venían esas rubias liberadas de las que mucho oíamos hablar y que siempre parecían la conquista de los mayores, las suecas.

Las suecas del cine de Bergman, Ingrid Thulin, Liv Ulman y aquellas otras también parecían mujeres eróticamente abiertas, pero muy complicadas para unos adolescentes.

Bergman, además de otras muchas historias de lo profundo, era también alguien considerado peligroso por los vigilantes de la moral. Todavía recuerdo los frustrados intentos para colarnos en El manantial de la doncella. No era fácil, no teníamos ni sombra de bigote, ni edad, ni casi pantalones largos… pero es que en aquella película, nos habían contado los mayores, salían unas chicas desnudas. Nada nos obsesionaba tanto. No había mayores sueños que esos de ver a unas chicas desnudas al lado de un manantial. No pudimos ver entonces la película. En realidad aquello fue lo primero que nos interesó del tal Bergman. Después vimos todo Bergman. Lo vimos casi religiosamente en las sesiones en blanco y negro en los cine-clubs. Lo estudiamos, lo discutimos, lo quisimos… y también lo negamos. Seguimos viendo a Bergman. Leyendo a Bergman -gran memorialista- y regresando a su cine. Al que supo hacer para contarse a sí mismo, para contarnos un poco más a todos. Hoy, un día después de su muerte, volveré a Bergman. En mi retiro de verano, una rara premonición, me traje unas cuántas de sus más raras y antiguas películas. Creo que veré El rito, porque además él hace de actor y me apetece ver de cerca a este cineasta de una época del cine, de la cultura europea, que no volverá. Que es irrepetible. Seguramente, felizmente irrepetible.

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31 de julio de 2007
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TEÑIRSE

Yo me doy cuenta de lo clásico, por llamarlo de alguna manera, que puedo ser cuando me escucho decir algunas cosas. Quiero decir que soy, estoy, pasado de moda. Sobre todo cuando hago juicios tan arbitrarios como los de algún juez español. No llego a tanto, pero es una estrategia antigua, tendencia o lo que sea, que consiste en machacarme a mí mismo. Se cómo hacerlo. Y lo hago mejor que casi nadie. Sé de qué hablo, y no tengo que deprimirme o mosquearme con el juicio de terceros, o cuartos, que me importan un bledo o así. El caso es que me siento “mayor” cuando pienso cosas tan “estrechas” como que no me fío de los hombres que se tiñen. Sin embargo, y para mayor carcundia mía, no me importa que se tiñan ellas. Me gusta Marilyn Monroe teñida, y no me creo, por ejemplo, a Cary Grant teñido. Yo creo que estoy perdido para las causas del feminismo, y para casi todas las causas de la modernidad, normalidad o cómo queráis llamar a eso de ser tan normalmente moderno. Absolutamente modernos, decía uno de mis poetas de cabecera, de pie y de otros espacios vitales.

No soy nada moderno. No me fío de los teñidos. Una vez me encontré a un olvidable, cursi, intenso y maniobrero líder de la “izquierda” desunida española en una farmacia comprando un tinte para el pelo. Yo ya me había fijado que en su pequeñez altiva, en su presunción paleta, discursiva y previsible había algo que, además de todo lo dicho y algunas pinzas más, no me gustaban. Me faltaba el último dato, mi manía de “antiguo”, clásico o lo que sea: nunca me podría creer a un señor que se tiñera. Si además, no era un rey, o un republicano, del glam, ya me resultaba mucho menos creíble. Pues eso. Después comprobé que algunos amigos, que algunos admirados y queridos, también le daban al frasco de disimular la edad. O de cambiarse el “look”. Casi les comprendo. Casi les imito. Pero mi sentido del ridículo me paraliza esos gestos.

Y todo esto viene a cuenta de haber visto en la televisión a uno de los destacados representantes de la secta mayoritaria, a uno de los jefes del clan de la iglesia que manda por los pagos occidentales. A un canta…, a un portavoz de los obispos y sus tribus, uno que tengo visto porque va de “joven” maduro espabilado, oscuro y confuso. Además de portavoz de su causa, ayer daba la cara, el morro y la palabra para defensas indefendibles… eso es normal, habitual y no noticiable. Lo que me gustó de mis renovados desafectos es que el tal representante, el vocero de esas cosas, se había teñido… ¡Qué curioso! Teñido, cómo otros que yo se me. Como algún político de muchas derrotas.

No vamos mal en modernidad cuando en nuestra matria se tiñen el pelo hasta los curas. Se terminarán por modernizar como aquél cura censor que Berlanga disfrutó. ¡Un cura tan moderno que llevaba reloj de pulsera!... Ya sabía yo que se empezaba por el reloj de pulsera y se podía llegar al teñido del pelo. Cualquier día faltan a la misa de doce.

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26 de julio de 2007
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HEY JUDE

Esa era una canción de los Beatles. Una vieja canción que hace bastantes años usamos, sobre todo usaba Manuel Ferreras que era el director, conductor y cuerpo y alma de un programa de radio, uno más de aquellos tan recordados de los años 80. El programa se llamaba En días cómo éste y no contaré mucho porque hace tiempo que la nostalgia no es lo que fue. Sí recordaré que había una sintonía que parecía provocadora de Vinicius de Moraes porque con su voz tranquila, casi religiosa, hablaba de alegrías. Y entre otras secciones estaba la de un juez, antes de los jueces estrella, hablábamos con un juez progresista. Una suerte de pedagogía para demandar mejores jueces, mejor justicia. Para ir reclamando unos jueces que se desprendieran del franquismo legal y del sociológico, del franquismo mental. Eran los años 80.

Ahora he vuelto a recordar aquella canción de Beatles. No para cantársela al juez Del Olmo, ni ese juez murciano del que no quiero ni mencionar el nombre, nada más para recordar que los jueces no pueden imponernos moralidades que no deseamos. Que no pueden decidir sobre nuestra sexualidad. Que no deben restar nuestra libertad de expresión. Y que si todavía lo pueden hacer, si alguno lo hace, si alguno tiene la legalidad de su parte, es que algo funciona mal. Algo sigue enfermo en nuestras leyes, en quienes las aplican y en quienes tienen, tenemos que someternos a ellas. Ha sido demasiado largo y tortuoso el camino como andar con éstos retrocesos. Otra vez tener que soportarles. Una cosa es volver a cantar “hey jude” y otra bien diferente sería la canción de despedida que me gustaría cantarles.

Que vuelvan las oscuras golondrinas, las madreselvas o los nenúfares, que vuelvan los cursis, los horteras, el hombre o la minifalda, que vuelvan los Beatles…pero por favor, que no vuelvan aquellos jueces. Que no vuelvan aquellos tiempos. Nunca El Jueves ha sido mi revista, pero me pelearé para vivir en un país dónde existan revistas como esa. Lo del juez de Murcia y la madre lesbiana, eso es otra cosa. Eso es de juzgado de guardia para el juzgador.

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24 de julio de 2007
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POLANCO

Cuando entramos en esa ciudad más o menos silenciosa, en el cementerio de La Almudena, pensé que deberíamos habernos escapado al otro cementerio cercano, al Cementerio Civil. Ese discreto cementerio, un vecino silencioso, un espacio razonablemente ordenado. Y esos sí, demasiado pequeño para haber sido el refugio de la España laica. Un lugar demasiado estrecho para que allí se den cita los que quieran hacer  un paseo por las varias españas. Por algunos de los mejores ejemplos de nuestras  disidencias. Sin olvidarnos del liberalismo, el progresismo o las utopías. Que todo eso y mucho más estaba mal visto por la España “oficial” que también se encargaba de administrar la entrada en los cementerios.

En el Cementerio Civil están los mundos no fundamentalistas y pero también tienen allí asiento algunos fundamentalismos de otras religiones no católicas. No sé bien porqué, en el entierro de Jesús de Polanco, me dio por pensar en  ese lugar civil, civilizado, laico y español. Y por lo  tanto, en un espacio sentimental en el que muy bien, muy cómodo y muy bien rodeado se hubiera encontrado el Jesús de Polanco que yo recuerdo.

Tampoco hubiera estado mal allí, en el Cementerio Civil, su amigo el cura, el jesuita amigo que decía las últimas palabras para Polanco. Era su amigo, el mismo que acuñó aquello de “Jesús del Gran Poder”, ese tan peculiar tan sacerdote que es Martín Patino- no es casualidad que sea hermano de Basilio, o que Basilio sea hermano suyo- sabe que el Cementerio Civil es una tierra amable para los que tengan más o menos fe, para los capaces de ir con los socialdemócratas hasta la muerte- ¡pero ni un paso más!-,  para los que sean sentimentales y para  españoles en general, que  no tengan el estilo Rouco en materia de fe. Creo que la mayoría de los que estuvimos en el entierro de Polanco seríamos bienvenidos en el otro cementerio de al lado.

No estaría mal ir pensando en hacer ese espacio más grande, más cómodo, menos olvidado Desde luego me imagino muy bien a Polanco, discutiendo, discrepando, divirtiéndose y haciendo fácil el trabajo de algunos talentos que por allí descansan, que allí han ido de perpetuas vacaciones, de largo reposo. Ya sabría él llevarse la plusvalía. Y, eso sí, todos estarían más contentos. Habría llegado a sus aburridas vidas, o muertes,  alguien capaz de activar sus inteligencias. Alguien que les invitaría a dar rienda suelta a su libertad de expresión. Se reconocerían en éste empresario tan fundamental en nuestras vidas.

Así ha sido en las vidas, las cosas, las letras y las libertades de los que hemos tenido la fortuna de trabajar en ese grupo que creció por su impulso, por el impulso de muchos en los que confió, en los que supo delegar sus firmes creencias en un país mejor, más libre y con menos fundamentalismos.
Cuando pensaba eso, también recordaba un lugar dónde se veía a Polanco en una suerte de soledad en compañía. Dónde más veces le vi., en los conciertos, en el Teatro Real o en el Auditorio. Allí, después de mil batallas, se podía ver a un hombre disfrutando de esa soledad sonora. De ese estar en lugares tan verdaderos como los de la música.

Ayer, desde el entierro, pensando en otro lugar para su entierro, le recordé escuchando ensimismado una música que sigue siendo el refugio de algunos que no podían ser solitarios.

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23 de julio de 2007
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HUELLAS DE DYLAN

Muchos de mi generación, al menos de mis cercanías, somos más hijos de Dylan que de ningún otro músico. Me han gustado, me siguen gustando otros muchos. Y otras músicas. Otras letras. Los franceses que cantaron a nuestra generación de mayores. Los chicos del pop. El rock en todas sus formas. La canción de autor. Algunos románticos. Otro rotos… Una larga vida de acompañarnos por músicas. Y además el jazz. Y toda la música clásica. Viviría con muchas músicas, con muchos músicos. Quiero decir que viviría escuchando, dejándome llevar, cantando en privado, no que viviría con músicos. No soportaría ni a la más hermosa. Creo que son aún más complicados que los escritores. Aunque es un poco estúpido lo que digo porque en general es difícil vivir con alguien, no importa cuál sea su profesión. Pero ese no es el tema. El asunto es Dylan y no quiero desviar mi camino.
Se estrena en circuitos pequeños un documental de Francisco Merinero, “las huellas de Dylan” donde algunos dylanianos españoles hacemos fe y confesión de nuestra admiración al raro judío.

Se grabó siguiendo sus conciertos de un verano de hace dos años. Aún no lo he visto. Pero sí recuerdo que, entre otras entregas sin fisuras, conté la decepción, el cabreo que me produjo enterarme que el inclasificable Bob cantaría en el Vaticano y para el Papa, Woytila. Pero uno no se quita de Dylan. Como no se cambia de equipo, ni de gustos culinarios. Y tuve que asumir que él también era así, un genio con contradicciones. Como otros que me han gustado en mi vida. No es bueno idolatrar. Es absurdo e infantil. Pero enseguida volví a querer a Dylan. Además me pilló aquellas genuflexiones de rodillas ante el Papa en Italia, en el pueblo de Fellini, Rímini. Y en aquellos días hubo un severo terremoto que casi termina con las obras de Cimabue y otros de las iglesias de Bari. Se salvaron muchas cosas. Pensé en dos cosas, en el milagro y en el castigo. Y me di cuenta que podía caer en pensamientos no lógicos como mi admirado Dylan. Y le perdoné. Me perdoné. Siempre volvemos a Dylan.

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18 de julio de 2007
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TINTÍN EN EL CONGO

Los británicos no han sido muy “tintinófilos”. Ellos con su propia historia, sus propias historietas, sus propios escritores se sienten autosuficientes. Cierto es que algunas de las mejores invenciones narrativas del siglo vienen de esas islas. Pero en el mundo del cómic, en el mundo contado con dibujos y textos, ahí no han llegado a la eficacia, la vigencia, la universalidad de ese amigo, ese héroe tan cercano, llamado Tintín.

Hubo otros, pero algunos crecimos como personas, como lectores con ese chico que nunca cambió. No se hizo viejo, no hizo familia y no murió. Pero tampoco conoció placeres que la vida ofrece con sus contradicciones. Ahora una comisión británica, la Comisión para la Igualdad Racial (CRE) indica que una de las historias de Tintín es inaceptable por racista, incorrecta y no apta para los lectores menores.

Ciertamente esta historia, la segunda que creó Hergé de la serie de Tintín, es de las más “colonizadas” por las ideas y la política de la época. Ser belga, más o menos conservador -aunque eso sería otra larga cuestión- y publicar en los primeros años 30 una historia africana, no te libra de todas las miserias de una de las más vergonzantes historias de la colonización africana. No es excusa. También Billy Wilder se escapó de los nazis en aquellos excesivos años. Pero, ¿prohibir ahora una historia de Tintín por no ser políticamente correcta?... Yo creo que se difunden estos míseros comportamientos, estas estrechas miradas censoras en nombre de lo políticamente correcto, para despertar en nosotros la sorpresa. O quizá sea algo mucho más sibilinamente diseñado por los mercaderes de Tintín. Se dice que el aumento de ventas de la historieta Tintín en el Congo se ha disparado desde que suenan las voces críticas, las amenazas de prohibición. Ley seca contra un Tintín, ley mojada de ventas dentro o fuera de mercado.

El caso es que yo entro al trapo de la historia, al juego de publicitar Tintín contra los censores. Quizá lo haga porque me dieron ganas de volver a leer a Tintín en el Congo. Yo lo conservo, no de mi primera lectura que fue en la querida biblioteca pública de Alcalá de Henares, sino de cuando ya veinteañero pude comprarme la serie completa de mi mayor héroe de la infancia. Los conservo como las adolescentes que conservan sus peluches al lado de los posters de Sabina o de los preservativos. Los conservo como algo que me hace volver a ese mundo convulso de la adolescencia. Y me gusta. Me hace disfrutar ya con mis años y mis lecturas. Incluso alguno más endeble como este inicial del Congo, está lleno de información del pensamiento de la época y esa es una manera de leer consciente que no hicimos de adolescentes. Es posible que se instalaran en nosotros algunas maneras de ver a los “negritos” de África. Algo que, por cierto, también hacía el “TBO” con aquel explorador que no recuerdo el nombre. O lo hacía la canción del Cola Cao, pero esa es otra música.

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17 de julio de 2007
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LIBROS PRESCINDIBLES

Otra vez me veo ordenando la biblioteca. Las estanterías de la casa. Haciendo huecos donde ya no cabe nadie más. Intentando retirar, donar, prescindir o cambiar libros que crees que son prescindibles. Me cuenta prescindir de los libros, aunque sean manifiestamente prescindibles -y no hablo de los libros basura, ni de autoayuda, ni de tantos otros que ni siquiera hay que permitirles la entrada a casa-, aunque quizá nunca más los vuelva no ya a leer sino abrir, pasear rápidamente por ellos. Me cuesta. Algunos amigos se ríen porque conservo, por ejemplo, nueve libros dedicados de un autor menor. No entienden que no me decida a mandarlos al lugar del descanso que muchos se merecen. O que los mande a pasear a la cuesta de Moyano.

Una vez conté que un amigo crítico, uno de los más destacados críticos españoles, que recibía muchos libros y naturalmente tenía un serio problema de espacio en casa, cada semana hacía un ejercicio de desprendimiento. Un divertido juego de condenar o apartar de tu vida, de tu casa, lo que crees que no te debe interesar. Los cambiaba por otros en la cuesta de Moyano, arrancaba la página de dedicatoria y el libro salía casi intocado a los estantes de los libreros de segunda mano. Después le dijeron que con la firma los valoraban un poco más. Ahora se encuentran sus libros desechados con cariñosas y cercanas dedicatorias del autor. Es menos sentimental, menos cobarde o más sincero que yo.

Yo sé que hay muchos prescindibles. Que cuando haces el canon más sincero te sobran tantas novelas, tantos ensayos, incluso tantos libros de poesía -me cuesta más prescindir de los poetas- que siempre se podría hacer espacio en la biblioteca. Todo se puede reducir. ¿Cuántos libros serían suficientes para no perdernos lo fundamental? ¿Con cuántos libros se hace una biblioteca suficiente para un curioso y universal lector? Una vez me dijo Vargas Llosa que con dos mil libros un buen lector tendría cubiertos más que dignamente todas necesidades culturales. Hace mucho pasamos de esa cifra, hace mucho nos dimos cuenta que tenemos más de lo que podremos leer y, sin embargo, no paramos. Seguimos por acumulación. Por avidez. Por avaricia. Por posesión incontrolada. Por vanidad. Por entretenimiento. Juego. Decoración… No tengo ni idea. Pero seguimos.

No una vez, muchas veces, me han preguntado, ¿pero los has leído todos? Suelo dar una respuesta convencional, casi pidiendo perdón. Pero recuerdo la genial respuesta de Cabrera Infante a su amigo Andy García. El famoso actor se presentó en la casa londinense de Guillermo Cabrera Infante, ciertamente muy llena de libros. También de música y objetos de variada cubanidad, pero sin duda eran los libros de las altas estanterías los que dominaban la decoración de la casa. Andy se quedó mirando, y con sorpresa y admiración, volvió a repetir la tópica pregunta: ¿Los has leído todos?...No se esperaba Guillermo una pregunta tan manida de su admirado compatriota. Tardó unos segundos y con su serio y rápido humor, contestó: “Solamente una vez”…Y cambiaron de música.

Y yo, tantos de los que conservo, ni siquiera una vez. Me lo tengo que mirar.

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16 de julio de 2007
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TRANSGRESIONES

“El hombre al que una buena hada no le haya concedido al nacer el espíritu del descontento divino con todo lo existente nunca descubrirá algo nuevo”. Eso lo dijo uno de los más grandes transgresores de la música, del arte, Richard Wagner. Su música fue una explosión, renovó la manera de expresar los sentimientos, la forma de interpretarlos y buceó por las fuentes misteriosas de las leyendas. Hizo muchas cosas más. Había una parte del público que lo despreciaba. Otros, los “modernos” de entonces lo defendían, se enfrentaban contra los más clásicos, contra los apasionados de Verdi o de las formas italianas. Aquello siguió muchos años, todavía siguen esos enfrentamientos, pero no con la virulencia de entonces. La fuerza de Wagner, sus músicas unidas a algunas de las mejores obras de la provocación surrealista. Buñuel no hubiera sido el mismo sin Wagner.

De aquellas provocaciones me acordaba por la esperpéntica aparición de una nueva beatería de algunos, pocos pero mal intencionados, abonados al Teatro Real de Madrid. No les gustan algunos de los mejores montajes del año. Que nos les guste no importa mucho, de hecho lo contrario sería muy extraño. Son el penúltimo “corpus” de representación de puritanismo, de clasicismo mal entendido y de caducidad en sus gustos, sus formas, su estilo… Pero son unos chivatos. Unos malintencionados, unos represores y unos intransigentes. Quieren hacer llegar sus quejas, tan moralistas y estrechas, a los que ponen el dinero. Amenazan con llevar sus protestas a los patrocinadores y así intentar provocar una espantada de las subvenciones de un teatro público, subvencionado y valiente como está siendo el Teatro de la Opera de Madrid.

Les molestaron, fundamentalmente, Calixto Bieito y su montaje de Wozzeck de Alban Berg. Y la nueva ópera del español, José María Sánchez Verdú, El viaje a Simorgh, basada en un texto de Juan Goytisolo que hace homenaje a algunos místicos y transgresores de las ortodoxias. Y con un excepcional montaje escénico de Frederic Amat.

Dicen estar molestos por el sexo explícito, lo pornográfico, las burlas religiosas, en fin, un montón de lugares comunes para quejarse de obras libres, interpretadas por gentes libres, pensadas por artistas libres y dirigidas a públicos libres y abiertos. Algunos del Teatro Real, de otros teatros, cines, lectura no son libres, creen en el pecado. Piensan que una moral se debe imponer a las otras. Una religión a las otras. Y una corrección a nuestros incorrectos pensamientos. En fin, la ópera parece una expresión minoritaria. No lo es tanto. Muchas personas lo pueden ver. Se está haciendo un acuerdo para sus retransmisiones en televisión. Y además, allí más que en otras artes escénicas, se están buscando nuevas formas expresivas. Todo lo nuevo parece tener que seguir condenado a supervivir defendiéndose de los censores. Sobre todo de esos que no se conforman con expresar su desacuerdo, su queja, sino que quieren conseguir el cierre a la imaginación en libertad. Espero que no lo consigan. Y espero, quizá espero demasiado, que los ricos, los nuevos mecenas piensen en la necesaria libertad que necesita el arte. No sólo libertad. También transgresión.   

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13 de julio de 2007
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OTRO CINE ESPAÑOL

El cine español goza de la desigual salud que tiene la misma realidad de España. Es una realidad desenfocada, como aquél personaje del Woody Allen - que desde hace tiempo ha puesto un foco que agradecemos mucho en esa chica rubia con labios llamada Escarlata -anterior a su etapa española. Yo no me fío mucho de los míos. No los reconozco. No sé quiénes son. No me creo, y tampoco tengo por qué creerles a ellos, aunque los vea, aunque existan, aunque nos congreguemos. Lo siento, no me creo y no me los creo.

Dos días de alegres, pedantes, divertidas, estériles y fructíferas charlas de/ sobre / por y para entender el otro cine español. Todo se mezcló. Aunque, la verdad, hablo de oídas, porque muchas veces me dormí, otras me despisté, algunas me fugué y el resto me auto dispersé. Así que todo lo que cuente, como casi todo lo que contaron mis compañeros del cine raro, minoritario, experimental, malo o desconocido cine español, tiene que ver con las manías, fijaciones, fobias o filias de esta extraña familia que hace otro tipo de cine. Casi nadie se entera. Pero si algunos de ellos es capaz de conseguir una reseña en alguna parcela, por pequeña que sea, de la prensa cinéfila francesa…ya es considerado uno de esos genios a seguir. Ya puede entrar en el circuito de esos raros a los que tenemos, sobre todo las instituciones, el Ministerio de Cultura o los correspondientes responsables del dinero cultural de las autonomías. Y así seguirá siendo si así nos parece. No veo otra solución.

No creo que haya otra fórmula que no sea la subvención -o el dinero de la familia o de algún compadre en una institución bancaria o así- para que sea posible la existencia de un cine español, raro, minoritario, vanguardista, de ensayo o de mucho morro, si no se paga desde algunas voluntades de subvencionar a los minoritarios. De todos esos creadores extravagantes, vanidosos, incomprendidos, atrevidos, azarosos o clásicos de la ruptura, suelen salir alguna vez una obra que merezca la pena. Ahora, si nos olvidamos de las clásicas de la vanguardia de Buñuel- y un poco de Dalí- no recuerdo ninguna obra maestra. Pero sí muchos intentos frustrados, algunos muy interesantes. Algunos arrebatos del cine español, sí merecieron ser y estar subvencionados. ¿Qué hubiera pasado si la familia de Buñuel no hubiera sido rica, si no hubiera encontrado a los Noailles, tan exquisitos mecenas o si a su amigo Ramón Acín no le hubiera tocado la lotería?... Pues que no tendríamos en nuestra historia cinéfila ni El perro andaluz, ni La Edad de Oro ni Tierra sin pan. Tres piezas claves del mejor cine de vanguardia. Del mejor cine. Nunca se hubieran defendido por la taquilla. Ni por los críticos, aunque eso son un caso aparte. Subvenciones, sí por favor. El problema es cómo, quién y por qué se dan las subvenciones. Otro trabajito para el poeta y cinéfilo César Antonio Molina… Le espera un largo camino. Vengo de su tierra, de su ciudad, de esa que tanto cambió desde su infancia. Allí hablamos mucho del cine y sus subvenciones. Y todos queríamos más, más cine, más subvenciones. Menos mal que ninguno éramos ministros, ni mecenas. El cine experimental será subvencionado o no será.

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11 de julio de 2007
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ESTRAVAGARIO

Esta es una palabra que no elegí. Me persigue desde hace tiempo, quizá demasiado tiempo. Me encuentro cómodo en ella. Soy un poco raro y nunca me encuentro bien definido en grupos definidos. Como estravagario no está en ningún lugar, me gusta el sitio que ocupa.

Aunque, para decir algunas cosas concretas, habrá que recordar que es una palabra que tiene su autor. Algunos abogados y defensores de los derechos de autor dirán que también tiene sus derechos, no quiero decir su copy, ni esas cosas que dicen ellos. Yo sé que vino de ese grandote poeta, tan irregular, tan excelente, tan contradictorio -siempre eso, siempre así los que me gustan, mis semejantes, mis hermanos- que se llama Pablo Neruda. Alguna vez hablé de Pablo Neruda con ese poeta que ahora es Ministro, ¡qué raro!... Bueno, también Pablo, estravagario, fue diplomático. Qué risa. O mejor, ¡qué suerte!, al menos qué suerte para sus amigos. Un diplomático, bebedor, enamoradizo, serio y poco serio. Estoy un poco confuso, a punto de llegar a la ciudad tan querida, tan atlántica, tan extrema y tan contenida de Coruña. Ya veremos, al menos miraré al atardecer el humo de los barcos. Nunca coleccionaré mascarones de proa, pero me gusta ver partir, incluso llegar a los barcos.

Ahora que nuestro mundo cultural estará tan poético, antes de los naufragios y al lado de la tripulación, al menos de algunos que canten bien de esa tripulación, abro el libro del amigo Pablo. En Estravagario, ese libro menor según tantos listos, profundos, sentenciosos, me encuentro muchas veces. Me paro en una que define bien mi voluntad involuntaria que habla sobre mi mala educación…. "…Así para salir de dudas/ me decidí a una vida honrada/ de la más activa pereza, / purifiqué mis intenciones, / salí a comer conmigo solo/ y así me fui quedando mudo. / A veces me saqué a bailar, / pero sin gran entusiasmo, / y me acuesto solo, sin ganas, / por no equivocarme de cuarto. / Adiós, porque vengo llegando. / Buenos días, me voy de prisa. / Cuando quieran verme ya saben: / búsquenme dónde no estoy / y si les sobra tiempo y boca / pueden hablar con mi retrato."

Otro día hablaremos del gobierno. ¿O era: “mañana hablaremos del gobierno”? Sea lo que sea, algún día hablaremos del gobierno…o no.

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9 de julio de 2007
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El Boomeran(g)
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