Javier Rioyo
Los británicos no han sido muy “tintinófilos”. Ellos con su propia historia, sus propias historietas, sus propios escritores se sienten autosuficientes. Cierto es que algunas de las mejores invenciones narrativas del siglo vienen de esas islas. Pero en el mundo del cómic, en el mundo contado con dibujos y textos, ahí no han llegado a la eficacia, la vigencia, la universalidad de ese amigo, ese héroe tan cercano, llamado Tintín.
Hubo otros, pero algunos crecimos como personas, como lectores con ese chico que nunca cambió. No se hizo viejo, no hizo familia y no murió. Pero tampoco conoció placeres que la vida ofrece con sus contradicciones. Ahora una comisión británica, la Comisión para la Igualdad Racial (CRE) indica que una de las historias de Tintín es inaceptable por racista, incorrecta y no apta para los lectores menores.
Ciertamente esta historia, la segunda que creó Hergé de la serie de Tintín, es de las más “colonizadas” por las ideas y la política de la época. Ser belga, más o menos conservador -aunque eso sería otra larga cuestión- y publicar en los primeros años 30 una historia africana, no te libra de todas las miserias de una de las más vergonzantes historias de la colonización africana. No es excusa. También Billy Wilder se escapó de los nazis en aquellos excesivos años. Pero, ¿prohibir ahora una historia de Tintín por no ser políticamente correcta?… Yo creo que se difunden estos míseros comportamientos, estas estrechas miradas censoras en nombre de lo políticamente correcto, para despertar en nosotros la sorpresa. O quizá sea algo mucho más sibilinamente diseñado por los mercaderes de Tintín. Se dice que el aumento de ventas de la historieta Tintín en el Congo se ha disparado desde que suenan las voces críticas, las amenazas de prohibición. Ley seca contra un Tintín, ley mojada de ventas dentro o fuera de mercado.
El caso es que yo entro al trapo de la historia, al juego de publicitar Tintín contra los censores. Quizá lo haga porque me dieron ganas de volver a leer a Tintín en el Congo. Yo lo conservo, no de mi primera lectura que fue en la querida biblioteca pública de Alcalá de Henares, sino de cuando ya veinteañero pude comprarme la serie completa de mi mayor héroe de la infancia. Los conservo como las adolescentes que conservan sus peluches al lado de los posters de Sabina o de los preservativos. Los conservo como algo que me hace volver a ese mundo convulso de la adolescencia. Y me gusta. Me hace disfrutar ya con mis años y mis lecturas. Incluso alguno más endeble como este inicial del Congo, está lleno de información del pensamiento de la época y esa es una manera de leer consciente que no hicimos de adolescentes. Es posible que se instalaran en nosotros algunas maneras de ver a los “negritos” de África. Algo que, por cierto, también hacía el “TBO” con aquel explorador que no recuerdo el nombre. O lo hacía la canción del Cola Cao, pero esa es otra música.