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Escrito por

Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es poeta, narrador, filólogo y ornitólogo. Traductor, al español, de Flaubert (Trois contes), Claudel (L'Annonce faite à Marie), Tzara (L´Homme approximatif), Monod (Le Hasard et la Nécessité), Montale (Ossi di sepia).

Obra literaria:

De las condiciones humanas, Trimer, 1964; La hora oval, Ocnos, 1971; Cónsul, Península, 1987; Níquel, Mira, 2005; Ciudad propia. Poesía autorizada, Artemisa, 2006; El bestiario de Ferrer Lerín, Galaxia, 2007; Papur, Eclipsados, 2008; Fámulo, Tusquets, 2009; Familias como la mía, Tusquets, 2011; Gingival, Menoscuarto, 2012; Hiela sangre, Tusquets, 2013; Mansa chatarra, Jekyll & Jill, 2014; 30 niñas, Leteradura, 2014; Chance Encounters and Waking Dreams, Michel Eyquem, 2016; Edad del insecto, S.D. Edicions, 2016; El primer búfalo, En picado, 2016; Ciudad Corvina, 21veintiúnversos, 2018; Besos humanos, Anagrama, 2018; Razón y combate, Ediciones imperdonables, 2018; Ferrer Lerín. Un experimento, Universidad de Málaga, 2018; Libro de la confusión, Tusquets, 2019; Arte Casual, Athenaica, 2019; Cuaderno de campo, Contrabando, 2020; Grafo Pez, Libros de la resistencia, 2020; Casos completos, Contrabando, 2021 y Papur, Días contados, 2022. Poesía Reunida, Tusquets 2023. Atlas de Arte Casual, Jot Down Books, 2024.

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Senil

Siempre leo, diría que con fruición, los informes de los análisis y, en general, de todas las pruebas clínicas. Ahora, por ejemplo, me hago con los resultados de la última ecografía de aparato urinario (sí, ya sé, esta es una odiosa expresión) que me han realizado en el hospital universitario XXX. En líneas generales puede decirse que no está mal, que no hay nada alarmante, que no hay nada que parezca anunciar algo irremediable, al menos a corto plazo. Pero, en el cúmulo de términos médicos, quizá deliberadamente crípticos, destaca un directo y cruel sintagma, “ambos riñones de aspecto senil”, veredicto lógico, por otra parte, dados mis ochenta y dos años, pero que me golpea de lleno, recordando que las palabras son vengativas, que a la larga responden, y que la frivolidad nunca debe ser empleada con ellas. Y pienso en la complacencia festiva con la que utilicé el nombre “Senil” a partir de un relato del excelente escritor barcelonés David Broggi Obiols, que él adjudicaba a un viejo obrero de San Adrián de Besós y que yo adjudiqué a un pícaro flaneur progresista. Y pienso también en el título “Senil” aplicado a un poema que, con métodos propios de cadáver exquisito, redacté con la artista visual burgalesa Nuria Canal Barrientos. La cuestión, pues, ha quedado clara, me equivoqué perdiéndole el respeto a “Senil”, a esa voz que ahora regresa para amargarme la lectura del informe de la ecografía, por lo demás, como ya he comentado, un informe razonablemente tranquilizador en cuanto a mi estado de salud.

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28 de agosto de 2024
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Indicación de la sangría

Poco sabemos de la vida de Juan Bautista Xamarro. Sólo que fue residente en Corte, barbero de los pajes de S.M. (Su Majestad), que estuvo casado primero con Magdalena de Tamayo y después con Ana María Maldonado, y que otorgó testamento el 16 de febrero de 1623 ante el notario Francisco Hernández, falleciendo en Madrid, donde vivía en la calle Tudescos, y donde fue enterrado, en el cementerio de San Martín.

Xamarro es conocido por publicar en 1604, en Madrid, en la Imprenta Real, el libro Conocimiento de las Diez Aves Menores de Jaula, su canto, enfermedad, cura y cría; tratado del que circulan multitud de ediciones, a menudo facsímiles. También, de Xamarro, la Biblioteca Nacional de España guarda el manuscrito Tratado de la dentadura, sus enfermedades y remedios, en el que se le referencia como ‘barbero napolitano’ pero, nuestro interés se centra en otro título, en Indicación de la sangría, publicado en Valladolid, también en 1604 y del que no se conserva ningún ejemplar aunque es citado reiteradamente en listados de obras de enfermería, listados que acostumbra a encabezar en compañía del volumen, también de 1604, Defensa de las criaturas de tierna edad, de Cristóbal Pérez de Herrera.

Ayer, 23 de julio de 2024, estuve cerca de un ejemplar de Indicación de la sangría, eso sí titulado Indicaciones de la sangría y firmado como J.B. Zamarro. Entraba yo a recibir la comunión en la capilla de Santa Orosia, en la catedral de Jaca, y al levantarse uno de los fieles quedó libre el extremo de un banco; fui a sentarme pero el fiel volvió a recoger algo que había olvidado; fue todo muy rápido, había poca luz, y los movimientos de esa persona resultaban nerviosos, casi catatónicos; además su cuerpo y/o sus ropas desprendían un insoportable hedor a podredumbre, a catacumbas, que quizá nubló mi vista. Pero diría, casi aseguraría, que el objeto, legajo más que libro, llevaba, en su cubierta, que me pareció de madera o cuero, el título en cuestión, Indicaciones de la sangría, con el nombre Zamarro acompañado, de forma errática, por las letras J y B. [El Hospital Viejo de Jaca (mediados del XVI), cercano a la Catedral, está inmerso en una profunda remodelación; comentan los vecinos que, de noche, se ven y oyen raros personajes recorriendo las estancias, ahora sin ventanas, introduciendo objetos de variada forma en sacos de arpillera]

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26 de julio de 2024
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Yo, el engreído, o Yo, el arrogante

 

He ensayado en varias ocasiones, todas fallidas, remedar aquel glorioso título “Yo, el jurado, la novela policíaca de Mickey Spillane, mal llevada al cine, protagonizada por su héroe habitual, Mike Hammer. Ahora tanteo un “Yo, el engreído” o quizá un “Yo, el arrogante” como rubro de un breve escrito acerca de esa cualidad inherente a la clase escribana y, en concreto, a un caso particular, el mío, tras la publicación, por el profesor Joaquín Fabrellas Jiménez, del ensayo La condición radical. Aproximación a la obra lírica de Francisco Ferrer Lerín (2023).

Abundan, en reseñas y artículos sobre mis libros, frases de este cariz: ‘célebre creador contemporáneo de gran talento’, ‘padre nutricio de la Secta Novísima’, ‘un autor raro, querido y admirado por personas con criterio’, ‘escritor de culto que se mantiene ajeno a las modas’, ‘gusta de sonreír a las verdades’, y así multitud de ditirambos y alucinaciones que giran en torno a mi ya baqueteada figura. Ha sido pues oportuna, para serenar los ánimos, y pienso en los míos, la edición, por el sello zaragozano Libros del Innombrable, del manual firmado por Joaquín Fabrellas, un texto reposado y casi exhaustivo acerca de mi obra lírica que, olvidando la frivolidad de declaraciones como las citadas, se adentra en el estudio severo de un modo de escribir poesía que, ya desde mi descubrimiento de Saint-John Perse allá en los comienzos de la década de los sesenta, vi como empeño posible y deseable. Un manual, La condición radical, cuya consecuencia inevitable, sin embargo, ha sido acrecentar mi arrogancia, mi egotismo descarado, al comprobar la singularidad de los valores que Fabrellas certifica como propios de mi literatura.

Queda claro, por lo tanto, que me gusta que se hable de mí, pero que se hable bien; esa tontería atribuida a Dalí de que lo importante es que se hable de uno aunque se hable mal, no va conmigo. Quiero decir pues que tengo perfectamente localizada la única reseña negativa que consta en mi abultadísima fortuna crítica, la reseña del libro misceláneo de poemas La hora oval (1971, con textos que arrancan en 1959), firmada por Leopoldo Azancot, publicada en La Estafeta Literaria, que me atribuye la intención de querer descubrir el Mediterráneo. Aunque también se produce otro agravio, he de aceptarlo, el día en que soy recriminado, esta vez de palabra pero luego en papel, durante una entrevista para un pasquín universitario, por mi condiscípulo Andrés Pérez Jofaina, al acusarme de usar el humor en la redacción del texto “Rinola Cornejo y el estrangulador de Boston” publicado en Papeles de Son Armadans con el beneplácito, por tanto, de Camilo José Cela; en síntesis dice Jofaina, quizá refrendado por Borges, que el humor degrada, dejémoslo para los contadores de chistes, que las palabras se las lleva el viento pero la literatura, la alta literatura, la poesía, queda impresa para toda la eternidad, y no debe ser mancillada. En cuanto a la reseña de La Estafeta, señalar, además, que Leopoldo María Panero, llamado, por cierto, “Panecillo”, por el grupito barcelonés de poetas, me la recordó no sé cuántas veces, advirtiéndome que iba a obrar en mi contra de cara a mi carrera de escritor, o no sé si dijo de poeta. Panecillo, como varios miembros de aquel clan al que yo también pertenecí y que me resisto a denominar generación, se tomó en serio, desde el comienzo, su condición de poeta y cualquier tropiezo podía descolocarlo. De todos modos esos tres episodios, Azancot, Panero y Jofaina, no me afectaron, quizá por no dar, en aquellos años, a mi actividad poética, por lúdica y fácil, ninguna importancia o, quizá, por mi condición, ya entonces perfectamente infatuada y vanidosa, descrita a la perfección por Félix de Azúa, aunque aplicándola a cierto escritor de postín cuyo nombre no oso pronunciar por estar todavía más o menos vivo: ‘XXX es una vejiga repleta de petulancia catalana’.

Ahora no me resisto, antes de concluir este artículo, a facilitar un par de apuntes indispensables para la Historia de la Literatura, al menos de la literatura del barrio barcelonés de San Gervasio. El primero es el dato preciso sobre la ubicación del lugar del examen al que me sometió Jofaina; sentados en una sillas de escay y con la grabadora sobre una mesa de formica en la cafetería Don Pancho, ya desaparecida, situada en la esquina de la calle Aribau y Travesera de Gracia. El segundo apunte es fruto de mi traducción instantánea al español, por deformación profesional, del apellido Spillane, que los diccionarios precisan como ‘derrame’, y que me retrotrae a los tiempos de bachiller en el Colegio Nelly de la calle Calvet de Barcelona, cuya asistencia religiosa era cubierta por un bonachón e inofensivo cura catalán, quizá llamado Padre Feliu, y por otro cura, vasco, voluminoso, grasiento, cuyo apellido sí recuerdo a la perfección pero que prefiero dejar en el anonimato, sacerdote que nos confesaba, a los alumnos, durante sudorosas y sofocantes sesiones, embutidos, abrazados, confesor y confesado, en un angosto habitáculo, una caja de madera imitación de un confesionario, que apestaba a hombre sucio y en el que éramos interrogados insistentemente acerca de las características de nuestras masturbaciones, en especial sobre si estas finalizaban con o sin derrame.

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19 de julio de 2024
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Fui rastreador

Ignoro si Sara “Pipina” Diehl de Moreno Hueyo, una de las mujeres de la alta sociedad que Jorge Luis Borges frecuenta y a la que pide relaciones sin saber que anda enamorada de Ernesto Sábato, tuvo parentesco con Adán Diehl, el visionario porteño que, en 1929, funda el mítico hotel Formentor en la isla de Mallorca. Descubro la existencia de Sara Diehl en ese trabajo literario, tantas veces mencionado, “Las novias de Borges”, de ramplón título y nutrida relación de personajes, cuyo autor, Mario Paoletti, periodista y estudioso de Benedetti y Borges, publica en el número 301 (junio 2006) de Revista de Occidente, y que da pie a una consideración quizá escasamente tenida en cuenta, la del valor de los apellidos, no sólo como material para las especulaciones etimológicas, sino también para el establecimiento de parentescos. Mas la búsqueda de un vínculo entre los dos personajes resulta infructuosa, nadie me da razón de si Pipina y Adán estaban emparentados y, ese fracaso, quizá momentáneo, ya que espero la ayuda de alguno de los lectores de este artículo, no va a repetirse en el caso de otro apellido, cuyo inicial nexo, por absurdo, no merecería, realmente, prestarle atención, y que se desvaneció en cuanto fue someramente estudiado. Veamos.

“La cuasinovia fue Haydée Lange”, cuenta Paoletti, aclarando que las hermanas Lange, Haydée y Norah, eran parientes lejanas de Borges y que este escribiría el prólogo a uno de los libros de poemas de Norah, la hermana casada luego con Oliverio Girondo, el poeta e ilustrador vanguardista que, según Paoletti, compraba sus cigarrillos egipcios en un quiosco atendido por un griego de nombre Aristóteles Onassis. Pues bien, yo también conocí, en la Universidad de Verano de Jaca, esa dependencia de la Universidad de Zaragoza, a una alumna alta, rubia, delgada, alemana, apellidada Lange, apodada “fil de fer” por sus envidiosas condiscípulas francesas, y de la que estaban prendados varios docentes, en especial el profesor Fraile, que le mordisqueó una pantorrilla durante una comida campestre, y con la que tuve una relación parecida a las de Borges, quiero decir que nunca llegamos al coito, quizá, en este caso, debido a las condiciones exigidas por Lange entre las que se incluía pasar la noche en un hotel de lujo que yo, entonces, no podía costear, pero que en cambio tuvo el detalle de facilitarme el encuentro con su hermana, más joven, libérrima, que llego a España con su marido a las pocas semanas, ella para pasar el fin de semana conmigo en el Pirineo, y él para sumarse a la legión de admiradores del kitsch en general y de la Sagrada Familia barcelonesa en particular. Sí, estas fueron mis hermanas Lange, cuyo nombre propio olvidé hace tiempo aunque pude dudar acerca del de una de ellas al conocer el de la esposa de Juan Goytisolo, Mónica (Monique Lange); sonaba próximo.

Pero son muchos más los apellidos sugerentes mencionados; Eastman, Zemboraín, Aguilar, por ejemplo, constituyen hitos de mi biografía, aunque revelarlo daría para un libro o al menos para parte de él, que podría completarse con otros escritos de Mario Paoletti, que imagino disponen de la abultada nómina de personajes de “Las novias de Borges”, aunque estén brevemente documentados. Voy, desde luego, a convertirme en seguidor suyo, adoro, queda claro, descubrir nuevos nombres y nuevos apellidos aunque no correspondan, y de eso se encarga de certificarlo Google y Wikipedia, a personas relevantes, de singular importancia en la construcción de nuestro patrimonio literario. He venido al mundo a censar, a registrar, a confeccionar listas, a sopesar apodos y nombres, a establecer conexiones. De hecho, fui rastreador.

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8 de julio de 2024
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Palabra de Don Luis

Se conoce como acaparador, en el mundo de los anticuarios, a quien lo guarda todo, a quien acumula sin límite y de modo compulsivo, a quien apenas vende, a quien le cuesta vender pese a ser la venta la razón de su negocio. Pues en esas estamos, en un rebosante almacén de mi propiedad, y en el hallazgo en él de una monumental caja de cartón, quizá no abierta desde principios de siglo, donde encuentro un ejemplar de la malograda revista Archipiélago, en concreto el número 41, correspondiente a abril/mayo del año 2000, ejemplar cuya procedencia no recuerdo y que, por su perfecto estado, parece que nadie lo ha tenido en las manos, desde luego no en las mías. El número está dedicado, por un lado, a la cacareada muerte del Arte y, por otro, a la figura de Luis Buñuel, siempre definida como polémica.

La muerte del Arte, tratada con similares argumentos a los que al cabo de los años se esgrimirán para anunciar la muerte de la Novela, dispone de algún artículo grandemente filosófico, tanto, que hace buena esa en exceso chocarrera definición que considera a la Filosofía una actividad encaminada a describir lo obvio con herramientas sofisticadas, por no decir deliberadamente crípticas.

La figura de Luis Buñuel es abordada de modo misceláneo, no exhaustivo, al no haber espacio para otra cosa, destacando, entre todos los artículos, el titulado “Palabra de Don Luis”, un conjunto de frases, atribuidas a Buñuel, seleccionadas y prologadas por Víctor Erice. Un trabajo, que yo suponía iba a abundar, a la perfección, en la imagen hosca que tengo del personaje conocido como El Sordo de Calanda, imagen que, sin embargo, se dulcifica al descubrir que no todas las frases responden a ese patrón, pues se recogen, eso sí en clara desventaja numérica, algunos enunciados que pudiéramos considerar luminosos, incluso clarividentes. Enumero algunos:

Me parece que no era necesario que este mundo existiese, que no era necesario que nosotros estuviéramos aquí.”

Pertenezco, y muy profundamente, a la civilización cristiana. Soy cristiano por la cultura, si no por la fe.”

No quiero hacer el papel de profeta, pero pienso que nos acercamos a la catástrofe final. Si no es por la bomba atómica será por la destrucción del medio ambiente.”

En La edad de oro me propuse ofender al público, sin embargo cuando en Un perro andaluz tuve que cortar el ojo a una ternera muerta, tuve que armarme de valor.”

Entiendo poco a las mujeres, me encuentro mejor entre hombres que entre mujeres.”

Quemaría todas las obras de arte sin el menor remordimiento. A mí no me interesa el Arte. ¿De qué sirven y han servido tanta obras de arte? Prefiero a la Virgen María, que por lo menos era la castidad y la pureza. No me interesan los genios en lo más mínimo si no son personas decentes. Y casi todo lo mejor en el Arte lo hacen o lo han hecho los hijos de puta.”

Las trompetas del Apocalipsis suenan a nuestra puertas, y nosotros nos tapamos los oídos ante los nuevos cuatro jinetes: la superpoblación, la ciencia, la tecnología y la información.”

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20 de junio de 2024
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Picasso / Picazo

Hará de esto diez años. Me movía entonces con cierta soltura en el entorno de la Universidad y el Consulado General de España de la ciudad francesa de Pau, capital del departamento de los Pirineos Atlánticos. Recuerdo un almuerzo con el señor cónsul general y con los organizadores españoles y franceses de la exposición montada en el museo de Bellas Artes de dicha ciudad, una exposición, a la que se le dio el título de L´éternel féminin, sustanciada en sesenta y seis grabados pertenecientes a los fondos de la Fundación Picasso de Málaga. Algo diría el cónsul acerca de mi interés por la avifauna y por el arte contemporáneo para que yo me lanzara, de modo imprudente, a especular acerca del apellido Picasso, del sospechoso parecido con “picazo”, el nombre castellano que hasta el siglo XVI se daba al ave que ahora conocemos por “urraca”, tal como lo cita Fadrique de Zúñiga y Sotomayor en su Libro de Cetrería de caça de açor, Salamanca, 1565. Los expertos museólogos, molestos por mi intromisión en su coto cerrado, saltaron al unísono de sus asientos, camino de mi yugular, para corregirme diciendo que no, que “Picasso” era un apellido italiano ya que la familia materna del artista procedía de Liguria… pero, eso sí, no supieron explicar cuál era el significado del mismo. Ahora, por esas cosas del destino, he conocido la historia del apellido, de su origen español, andaluz, con la vacilación característica entre ceceo y seseo, y con la circunstancia de que en época no determinada, unas gentes así apellidadas se establecieron en esa parte de Italia, regresando a España, algunas de ellas, en tiempos recientes, y, además, he averiguado que en el Museo Picasso de Málaga, existe un cuadro, de su época temprana, que está firmado “Picazo”. O sea, según escribe Jesús Esteban Rodríguez en El Periódico de Extremadura el 9 de junio del pasado año, unos españoles de apellido Picasso, quizá procedentes de Málaga, se fueron a vivir a las posesiones ligures que tenía España y, luego, se perdieron, hasta que, en un movimiento de ida y vuelta, algunos regresaron, y, en cuanto a la vacilación entre “z” y “ss”, cita el caso de otro pintor, el sevillano Pedro José de Uceda, cuyo apellido aparece a veces como “Uzeda” y otras como “Usseda”. Y otra cosa, y esto lo digo yo, el nombre italiano de la urraca es “gazza”, y “Picazo” es apellido español contemporáneo, recordemos a Miguel Picazo y su Tía Tula, y a Mario Picazo, meteorólogo televisivo a caballo entre Estados Unidos y España.

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12 de junio de 2024
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A propósito de la Clase Aves

Una ilustración en la revista Playboy, en color y a toda página, nos permite ver a un anciano y señorial caballero sentado en un sillón chesterfield de cuero, en el centro de una lujosa habitación, en el momento en que su exuberante, joven y pizpireta esposa se asoma a una de las puertas y un reloj de cuco da la hora. Se trata de un chiste aunque el lector no anglosajón y de exiguos conocimientos ornitológicos no le vea la gracia; el cuco o cuclillo (Cuculus canorus) es ave poliándrica, cada hembra tiene varios machos; en inglés “cuckold” es “cornudo” y la proximidad de este término con otro de esa lengua, “cuckoo”, nuestro “cuclillo”, es notoria.

En España aún quedan regiones, Aragón, Cataluña, Galicia, León, Extremadura, en algunas de cuyas comarcas nuestra lengua romance se obstina en no evolucionar y se sigue nombrando “pardal”, por su coloración parda, al pájaro al que mayoritariamente llamamos “gorrión” (Passer sp.). En tiempos, “pardal” se mantuvo hasta que la homonimia obscena (“pardal” era uno de los nombres del miembro viril) resultó insoportable, recuperándose o acuñando entonces un apelativo, quizá onomatopéyico, desde luego no latino, el hoy extendido “gorrión”, con sus numerosas variantes como “gurrión”, “gurriato”, “gurrió”, “gorrió” y “gorriato”.

"Diminutivo", nos dice la RAE, es el sufijo que añadido a un nombre le otorga, entre otras cosas, carácter afectivo; de hecho coincide con "hipocorístico" en su condición infantil y cariñosa. Las niñas muy amigas se hermanan o, mejor, se hacen primas, “primillas”, en prácticamente toda Andalucía, y los cernícalos primilla (Falco naumanni), la rapaz diurna europea de menor tamaño nidifica (o nidificaba, hoy ha sido en gran parte exterminada) en el interior de los pueblos, en los mechinales de los campanarios y bajo las tejas árabes de las cubiertas de las viviendas. El concepto “primilla” en lo que tiene de familiar, cotidiano, cómplice, se aplicó a un ave que convivía con los humanos.

Ocurre algo parecido con “adrián”, referido a los globosos y notorios nidos de urraca (Pica pica) en localidades, como San Adrián de Navarra, en las que es común el nombre masculino “Adrián”, igual que son comunes los nidos de urraca en los árboles que flanquean los caminos por los que al atardecer pasean grupos de vecinos. Es decir, pues, que en la villa adrianesa se adjudica el más común de los nombres de pila de sus vecinos a la más común de sus estructuras orníticas.

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6 de junio de 2024
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Asuntos espinosos y confusos

Confucio y Jorge Luis Borges gozan del reconocido prestigio que atesoran los grandes emisores de cuidados, chocantes y, a menudo, escandalosos comentarios que luego el paso del tiempo y la labor de exegetas y fabuladores convierten en citas. Ambos personajes, actualmente en clara decadencia en los índices de popularidad, por ejemplo entre los jóvenes, aún mantienen, sin embargo, la capacidad de generar o tutelar información reservada, de ser faros, guías en el complejo horizonte de la autoridad intelectual.

De Borges conozco un par de reflexiones, de comentarios que, seguro, nadie me contó, comentarios suyos que leí en alguna parte, parte que no logro localizar por más esfuerzos de buceo realizados en los libros de mi biblioteca y en mis cuadernos.

La primera reflexión se produce, cómo no, durante una entrevista, creo que mano a mano, pues no recuerdo ninguna rueda de prensa en la que participara, y es resultado de una pregunta directa del periodista o, quizá, al hilo de una pregunta más amplia que el Gran Ciego reconduce. Supongamos por tanto que el periodista pregunta a Borges en qué país le hubiera gustado nacer si no lo hubiera hecho en Argentina. Borges contesta rápido, sin circunloquios, que en ese caso le hubiera gustado nacer en Inglaterra (no en ese poco preciso y moderno concepto denominado Reino Unido) pero, y aquí llegamos al punto al que queríamos llegar, si eso no hubiera sido posible, aclara Borges, me hubiera gustado nacer en España, desde luego en Andalucía… y de las demás regiones no vamos a hacer mención, aunque él sí la hace.

Una segunda reflexión borgiana se produce también durante una entrevista, ignoro si de carácter más político, y se sustancia en una lapidaria y quizá profética frase: “no creo en la democracia, la democracia es un abuso de la aritmética”.

Encuentro ahora, de repente, gracias a Google, información directa de esas dos reflexiones, pero la información de internet no es mimética respecto a ellas, varios matices las distancian, del mismo modo que es posible, diría casi con absoluta certeza, que mis reflexiones actuales, las que acabo de mencionar, también se distancien del original, de la fuente que no recuerdo, de una fuente que quizá no fuera otra que una lectura apresurada de las informaciones, antiguas, que ahora me llegan, merced al indispensable buscador.

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31 de mayo de 2024
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La pandilla

'Abril es el mes más cruel en la gran alcoba’, inicio del poema “Railroad Farewell” (1973), publicado en libro por primera vez en Cónsul (1987), constituye uno de los pocos elementos que podrían dar carácter de "generación" a mi nexo con el grupo de amigos aficionados a la carne de ternera con los que, a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, visitaba a diario, en la ciudad de Barcelona, cuando esta no era lo mismo que Cataluña, las galerías de arte y las librerías de viejo. Me refiero a Félix de Azúa, Pedro Gimferrer, Leopoldo María Panero, como componentes del grupo y, me refiero, como elemento característico del agrupamiento generacional, al intercambio de manuscritos y otros croquis; es decir le paso a Félix de Azúa ese texto y él lo corrige sustituyendo "gran alcoba" por "gran estancia", dado su proverbial alejamiento de las cosas del amor y conduciendo así a Eliot al brumoso interior de una estación de ferrocarril. Luego, el término "estancia" fue devorado por el mundo de la publicidad y volví al término primigenio, "alcoba".

Un segundo elemento que también podría dar carácter de generación, en esa línea de intercambio, es la cita que Pedro Gimferrer utiliza al final de su primer libro, Mensaje del tetrarca (1963); se trata de los dos últimos versos del poema “Antiguo” (1961) que aparecerá luego en mi primer libro, De las condiciones humanas (1964), cita que, como la que la acompaña, de Edgar Allan Poe, pasará a mejor vida en ediciones posteriores.

Tercer elemento sería el artículo de Leopoldo María Panero “Última poesía no-española”, publicado en junio de 1979 en Poesía. Revista de ilustración poética, en el que enumera a algunos poetas coetáneos suyos prestando especial atención a los componentes del cónclave barcelonés.

Estoy hablando de mí, de no considerar como generacional la relación establecida con Azúa, Gimferrer y Panero durante los sesenta y setenta, aunque puede, y de ello es buena muestra su participación en la celebrada antología Nueve novísimos poetas españoles (1970) de José María Castellet, que la relación literaria entre ellos fuera más sólida y, también hablo, de que, curiosamente, años después, se acuñara, con diversas variantes, el rótulo referido a mi persona, ‘padre nutricio de la secta novísima’, en especial a partir del capítulo “Biografías” del volumen titulado Pasiones literarias (2001), editado por Mónica Monteys Pi, volumen recopilatorio de un ciclo de conferencias celebradas en el Instituto Francés de Barcelona.

O sea que una posición excéntrica respecto al movimiento novísimo no descarta ciertos vínculos geográficos, cronológicos, sociales y culturales con su núcleo, con sus componentes más preclaros, y que los elementos antes señalados permitan que algunos teóricos y periodistas culturales mantengan el discurso, pese al tiempo discurrido, de mi prelatura, o al menos de mi pertenencia tangencial a esa etapa del campo minado de las generaciones literarias. Y como incómodo remate, un hecho sumido ya en una letal nebulosa, el manuscrito del poemario que, al ingresar en el ejército, dejé, casi di en custodia, a uno de los vates carnívoros y que, al regresar del frente, él y unos testigos de la entrega, negaron su existencia; Homenaje a Perse (1961), se llamaba el libro, parcialmente reproducido a partir de unos apuntes en Edad del insecto (2016).

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29 de abril de 2024
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Hienas

‘Cuatro son las especies de hienas existentes en la actualidad, la hiena de tierra (Proteles cristata), la hiena manchada (Crocuta crocuta), la hiena parda (Parahyaena brunnea) y la hiena rayada (Hyaena hyaena), aunque los hábitos carroñeros a los que se asocia el término hiena son sólo aplicables sensu stricto a las tres últimas, en especial a Parahyaena’. Así inicié mi disertación sobre “Necrofagia en Mamíferos Salvajes” en el Centro de Estrategias para el Mantenimiento de la Biodiversidad (CEMB) el pasado 4 de marzo, y poco podía imaginar el revuelo que causaría.

Como aspecto colateral hablé del Cuerno de África, donde algunas aldeas están habitadas exclusivamente por hombres hiena, individuos que de noche se transforman en monstruos caníbales que se ceban con la gente sencilla, especialmente con los amantes clandestinos. Se sabe, avancé, que estas criaturas disponen de forma humana y que desempeñan determinados oficios, el más habitual el de herrero, por lo que determinadas señales inequívocas de su condición monstruosa, cuerpo peludo, ojos rojos y brillantes, voz nasal, pasan desapercibidas por la oscuridad y el fragor de la herrería. Es lógico entender, por lo tanto, que los herreros sean vistos con bastante desconfianza por los campesinos; un oficio, la herrería, de carácter hereditario en esos territorios, ejercido, por ejemplo, en Etiopía, en régimen de exclusividad por hombres judíos, herreros hiena que además de asesinos son saqueadores de tumbas a medianoche, devoradores de cadáveres cristianos a los que desentierran con particular ferocidad y saña.

Pero el cambio de actitud del público asistente a mi disertación no se produjo durante el relato de los non sanctos intereses tróficos de las hienas y de los hombres hiena, sino con la corrección léxica con la que quise cerrar el acto. Me refiero a unas notas sobre el apellido Ferrer, a la atribución tradicional y equivocada del origen geográfico de este apellido de oficio, de este apellido judío.

Parece que la desigualdad regional no es cosa de ahora mismo. Quizá un mayor poderío económico, o una mayor tendencia a destinar parte del capital a ensalzar, a tergiversar la historia local, ha propiciado, desde finales del XIX, la investigación tendenciosa en el campo de la etimología para convertir a la lengua catalana en la fuente de multitud de nombres, sustantivos y propios, de utilización frecuente en castellano; los apellidos no escapan a esta regla, y así el apellido Ferrer ha sido siempre considerado un apellido catalán, como mucho un apellido de la Corona de Aragón.

Sin embargo, en el Diccionario de Autoridades (1732), encontramos la voz ferrer documentándola con un ejemplo del historiador renacentista Fray Antonio de Guevara (1480-1545), un pasaje, de su “Epístola al Obispo de Badajoz explicándole un fuero de aquella Ciudad”, en el que se lee ‘...reja que no huebrare por descura de ferrer...’; y a continuación el diccionario informa ‘que antiguamente en España llamaban ferrer al que nosotros llamamos herrero’. Vemos pues, sin dificultad, que un tan bajo y común oficio como el de herrero motivaría la creación de un apellido, como se motivaron, por igual circunstancia, otros apellidos como Cabrerizo, Ovejero, Vaquero, Carnicero y Fustero, motivación general a toda España, pero que quedó así, en esa forma ferrer, en las regiones en las que la lengua evolucionó poco, o no evolucionó.

Y como coda decir que soy consciente de que lo dicho respecto a los orígenes del apellido Ferrer no es fácil de soportar por los pobladores de esas tierras nororientales peninsulares, por lo que los aspavientos y palabras gruesas no me causaron, no me causan, ninguna extrañeza, pero sí, y lo reconozco abiertamente, un vivo malestar y cierto miedo.

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1 de abril de 2024
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