Qué claridad de pensamiento y qué gusto tan desarrollado el de Calvino. La leyenda de la que hablaba ayer sobre Carlomagno y el anillo le servía para ilustrar una de las propuestas: la rapidez.
"El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El Emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Constanza. Carlomagno se enamoró del lago de Constanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas."
La leyenda no tiene desperdicio, pese a su brevedad, se presta a todo tipo de consideraciones psicoanalíticas. Su esencialidad es impactante. Y sobre todo desprende el encantamiento concentrado del anillo.

Sería como un vórtice vibratorio que atrae lo mejor del entorno en beneficio de la persona que lo utiliza y lo lleva consigo".
Es fascinante todo lo que se inventa para marear al currante y para que a su vez genere nuevas profesiones. En una línea más clásica están los seminarios para reconocer los miedos propios y trabajar sobre ellos. La verdad, a este seminario sí me apuntaría. Y tampoco me importaría disponer de mi propio coach, alguien que me escuche y me aliente porque el coach engloba todo lo que puede necesitar un ser humano: es un entrenador, un tutor, un asesor, un maestro y un consejero. Por favor, si hay algún coach por ahí que quiera hacerse cargo de mí, que me llame sin falta.
No sé qué se pretende hacer con la vida laboral, se pretende disfrazarla de otra cosa o puede que transformarla en algo mejor dedicándole más tiempo o por lo menos arrastrándola al plano de la diversión que hasta ahora era lo que se hacía al salir del trabajo. Tengo por ejemplo un recorte de prensa del 2005 con la foto de unos ejecutivos tocando el tambor para incentivar el ritmo del equipo. En estos cursos de formación también se cocina o se ensayan escenas en las que se pone al jefe en apuros para comprobar su capacidad de reacción, pequeñas representaciones teatrales para soltar el miedo. Pero unos años antes ya se había inventado el outdoor training. Se trata de cursillos al aire libre que según sus promotores "quitan la máscara a los profesionales y hacen que se comporten como personas anteponiendo los intereses comunes a los particulares para conseguir llegar a la meta". Uno de los ejercicios consistía en tapar los ojos a los participantes y pedirles que hicieran unas cuantas cosas para determinar el grado de comunicación entre ellos. Tirar con arco puede servir para calibrar la resistencia al estrés de alguien y remar desarrollaría la habilidad para diseñar estrategias, como hacer una trampa para osos puede potenciar la capacidad de liderazgo.
Gatsby es el nuevo héroe del XX, hecho a sí mismo, sin demasiados miramientos, ni demasiados escrúpulos. Es el nuevo dinero. Pero, ante todo, es el nuevo romántico, cuya ética comienza y termina con su deseo. También su vida. Y todas las grandes ambiciones y anhelos de Gatsby parece ser que se han concentrado en uno solo: Daisy Buchanan, traslúcida como la ternura, bella como sus vestidos. En medio del calor de aquel verano derrama su mirada soñadora y lánguida sobre un Gatsby que acaba de salir de las tinieblas para apostarse impecablemente vestido ante los ventanales y así contemplar sus propias fiestas o bien la adorada casa de su amada al otro lado de la bahía.
El gran Gatsby revolucionó la narrativa del siglo XX porque logró inmortalizar el presente. Fue escrita por un auténtico genio, que vivió y entendió su tiempo, F. Scott Fitzgerald. La novela se publicó en 1925, en el corazón de la era del jazz, de unos años en que como se dice en ella: "un centenar de pares de zapatos de plata y oro levantaban un polvo luminoso". Desolada, irónica, poética, cruel, tierna, hermosa hasta lograr hacer de la frivolidad y de las enormes gafas del doctor T.J. Eckleburg dos trágicos referentes de la vida contemporánea, cuya esencia es el matrimonio Buchanan, dedicado a entretener su tedio como puede, pero que en el fondo es intocable e inalcanzable tanto para la patética alegría de Myrtle (amante de Tom Buchanan) como para la seriedad de Gatsby (enamorado de Daisy Buchanan), ante los que Tom y Daisy han sacado palomas del sombrero y pañuelos de las mangas sin confesarles nunca que se trataba de un simple truco.
Estos días solo me interesa la lectura, es lo único que no me deprime, me hace pensar en otras cosas y hace que me olvide de las preocupaciones. Creo que voy a volver a leerme El Gran Gatsby porque recuerdo que la última vez (nada más la he leído dos veces, con ésta serán tres) me reí bastante, me reí y me emocioné al mismo tiempo, sobre todo cuando Gatsby quiere embellecer a toda costa la pequeña casa de Nick Carraway (el narrador, vecino de Gatsby y primo de Daisy) para que el encuentro Gatsby-Daisy sea lo más perfecto posible.