Hacemos tantas cosas al cabo del día en las que ni reparamos, encender el ordenador, mirar por la ventana, saludar a un vecino, subir las escaleras. Ahora bien, si lo grabásemos (en plan El Show de Truman) ya no lo olvidaríamos por completo y sabríamos que lo habíamos hecho. Por lo que no es tan descabellado pensar que llegará un momento en que llevaremos incorporada una nanocámara que lo irá registrando todo para que lo vivido no se pierda con la propia vida. Podría ser una manera de darle un poco más de cuerda al tiempo de cada uno, sin tener que dejar de hacer otras cosas para centrarse en el propio acto de grabar.
Se me dirá que la imagen no produce basura porque se puede borrar, eliminar, de lo que no estoy tan segura. ¿Quién nos garantiza que no permanecen fragmentos flotando en el aire y formando un extraño tejido, seguramente incomprensible, del que nosotros formamos parte sin saberlo?

Para colmo, meten al Director Adjunto Skinner con calzador y además nos quitan otro elemento de la máxima importancia: la atracción entre Mulder y Scully irresistible pero imposible. ¿Imposible por qué? Nunca lo supimos pero era necesaria para mantener la tensión en la pareja. Me alegro de no haber visto la última temporada de la serie en que parece que consuman y en que se desentraña el misterio de los extraterrestres. Hasta ese momento lo bueno era que no se sabía lo que en realidad ocurría y que ellos no se iban a la cama. En cambio en estos X Files nos encontramos con que vienen de una relación en la que hubo incluso un hijo que murió y se nos propina con una innecesaria escena de cama. Meter a Mulder y a Scully en una cama es acabar con toda posibilidad de volver a recordarlos jóvenes y atrevidos, preocupados por problemas descomunales y a punto de acercar sus caras, pero reservándose el contacto definitivo para la imaginación de los espectadores. Con esta película se los han cargado. Quizá Chris Carter, productor, guionista, director e ideólogo de la serie, es lo que quería.