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Contra cualquier novedad

Por 26 de septiembre de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Una amiga me ha pedido que escriba un juicio sobre la filosofía, para mediar en la actual disputa sobre la reforma educativa que ni es reforma ni es educativa. Absolutamente convencido de que es el ejercicio más ineficaz al que pueda uno ponerse, emprendo el dichoso juicio.
Empecemos por el principio fundamental, la filosofía es la disciplina intelectual más importante de cuantas se puedan ejercer con un poco de cabeza. Su segunda fundamental característica es que no sirve para nada.
Que es más importante que las matemáticas, la física, la química, la medicina o la ingeniería, significa que importa más que ellas, es decir, que su interés es más alto, está más arriba, como mirando desde una cierta y angustiosa altura en la que el panorama da vértigo. Ninguna de las ciencias severas y humanas podría ser lo que es si previamente no hubiera sido marcada por la filosofía. Es la filosofía la que pone marco a cada ciencia. El objeto de las ciencias es un desconcertante espacio que sólo la filosofía puede delimitar. ¿Cuál es el objeto de la física, de qué se ocupa? ¿De qué hablamos cuando hablamos de "física"? Al físico esta pregunta le importa una higa, y así ha de ser, pero sin responder a ella su ciencia se trivializa y se convierte en mera técnica.
Como dijo el último filósofo, las ciencias no piensan, no tienen por qué pensar, les basta con describir. Lo que piensan es lo interno a su descripción o experimentación, su metodología, por ejemplo, pero el científico no tiene por qué situar sus experimentos y averiguaciones en el orden del pensamiento conceptual. La ciencia fue pensamiento hasta no hace mucho. Todavía Hegel llamaba a su tratado de lógica "La Ciencia de la lógica". Hoy esto ya no es posible. A pesar de que la filosofía es el pensamiento más elevado y el que mayor horizonte domina y por lo tanto el que puede englobar un mayor número de preguntas y enlaces entre respuestas, de hecho ha sido sustituida por la historia de la filosofía.
Aún así, la historia de la filosofía es sin duda la experiencia más dura y exigente a que puede someterse el intelecto, incluso en nuestros días, si se estudia seriamente. En esa experiencia (que dura toda una vida) pueden irse integrando las ciencias, cuando es necesario. Más de un filósofo conozco que ha acabado por dedicar años a la matemática de René Thom o a la física cuántica, precisamente como territorios menores y más accesibles dentro del inmenso campo de la filosofía.
La segunda parte tampoco tiene duda. La filosofía no sirve para nada porque, junto con la religión y el arte (ambos en trance de acabamiento), era el tercer pilar de nuestro entendimiento del mundo. Durante trescientos siglos nos habíamos explicado nuestra extraña condición como los únicos seres vivos conscientes en un universo infinito e inanimado, mediante esas tres admiraciones: la religión nos permitía inventar seres superiores a los que quizás algún día alcanzaríamos. Con las artes representábamos el mundo, sus animales, sus plantas, el firmamento, sus habitantes humanos, como una perfección posible. La filosofía nos permitía luego poner la religión y el arte en su sitio, como discursos de la espontaneidad inmediata y de la bella ingenuidad, pero sin destruirlas, sólo prescindiendo de ellas como quien suspende la credibilidad.
Todo esto ya no es necesario porque hemos entrado en una etapa del mundo enteramente distinta. No precisamos ya de explicaciones globales. Es más, no queremos teorías globales sobre los humanos y su desconcertante aparición en el universo. Sólo entretenimientos locales. No es que haya desaparecido el horror de la insignificancia (de hecho, la nada se ha convertido en el fundamento del universo, como expone el célebre libro de Lawrence Krauss), la aniquilación, la estupidez y el dolor, sino todo lo contrario: están tan presentes en nuestra vida que preferimos escondernos en el cuarto de juegos, encender la pantalla y agitar una banderita.
Aquel que se dedica seriamente a la filosofía (sobre todo fuera de la Universidad) es alguien que, posiblemente asqueado por la programación, ha abandonado el cuarto de los juguetes y avanza a tientas por los oscuros pasillos de lo que ya no es su casa. Este desahuciado es el único que a lo mejor se entera de algo. Pero no volverá para contarlo.

 

(Publicado en Jot Down)
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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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