Vicente Molina Foix
Se cuenta que cuando le mostraron a Ian Fleming, autor de la primera novela de Bond que se iba a filmar, ‘Agente 007 contra el Dr. No’, las pruebas del actor seleccionado, al novelista no le gustó ese poco conocido intérprete escocés, encontrándolo "un fortachón demasiado grandote" carente de la finura de su personaje. La parte femenina de la producción, y también, según parece, la entonces novia de Fleming, influyeron definitivamente en la elección final de Connery, atraídas por su "carisma sexual". No lo perdió con el paso del tiempo (a punto de cumplir los 70 años fue elegido por la revista ‘People’ el hombre más sexy del siglo), pero Fleming, que después se convirtió en un entusiasta del actor, se equivocaba. Además de la potencia física del antiguo modelo de arte y culturista, Connery le dio a 007 malicia y elegancia, y una forma única de mirar a las mujeres, a aquellas que se dispone a seducir y a las que, sin esperanza amorosa, están ya seducidas por él. El Bond de Connery es un halagador del género femenino, un Don Juan que promete a todas la felicidad, aunque al final no cumpla más que con las impuestas por el guión.
En 1964, entre dos ‘jamesbonds’, hizo de protector viril de la desquiciada ‘Marnie’ de Hitchcock, interpretó al espía dos veces más, lo abandonó, para despedirse de él, ya un tanto acartonado, en 1983. Y mientras tanto, sin las proezas físicas del personaje, fue envejeciendo espléndidamente en la pantalla: el crepuscular Robin Hood de ‘Robin y Marian’, el policía irlandés de ‘Los intocables’, el Guillermo Baskerville de ‘El nombre de la rosa’, el padre anciano de Indiana Jones. Cuanto más pelo perdía, mayor talento mostraba.