Félix de Azúa
Recuerdo que en aquella época, cuando aún se cumplía con el servicio militar, es decir, con el ejército popular, los mandos nos repetían una y otra vez que la nuestra era la primera generación de españoles que no había conocido guerra en su tierra. Desde entonces son ya varias las generaciones que no saben lo que es una guerra. No sólo en España, también la última contienda de la Europa del euro acabó hace más de sesenta años. Sesenta años con la única, brutal y lejana matanza de los Balcanes, eso son, según el cómputo tradicional, cuatro generaciones sin haber participado en guerra alguna. Una verdadera primicia en la historia de la humanidad. Abuelo, padre, hijo y nieto no han visto la guerra más que en el cine. Nunca se había visto nada igual.
Puede parecer cínico, pero si por un momento nos situamos fuera del ámbito de la compasión y el sentimiento, no estoy yo seguro de que la actual incapacidad de las generaciones jóvenes para defenderse no arranque de ese olvido. Es posible que las únicas referencias violentas de millones de jóvenes actuales sean el terrorismo y las reyertas a la salida de la discoteca, dos formas de lucha degeneradas y para degenerados. Las guerras dejaban una huella profunda sobre la necesidad de entender al enemigo, la imbecilidad de las agresiones estériles, la exigencia de negociar con el demonio, la primacía del dolor. También una visión menos idealista de la subsistencia y sin duda un escepticismo abismal respecto de las clases políticas, fueran del partido que fueran.
Creo que en los tiempos que corren se está produciendo una guerra, pero es la que corresponde a quienes vivimos en la cultura del simulacro. La mal llamada "crisis" es una guerra que va a dejar víctimas por cientos de miles y sin embargo no parece violenta porque no hay ejércitos en liza, sino corporaciones anónimas y tropas invisibles que arruinan a millones de ciudadanos, es decir, los hacen prisioneros. La guerra ha adoptado el papel apropiado a nuestro modo de vivir en el mundo. Si los niños que sufrieron guerras de sangre jugaban a soldados con espadas de madera (así como muchos niños africanos juegan ahora con pistolas), nuestros niños actuales lo hacen con videoconsolas, si es que aún se llaman así. No ponen el cuerpo en juego, sólo la mente o lo que queda de ella.
La guerra actual no ataca al cuerpo sino a la imaginación. Tiene consecuencias materiales, pero fuera del cuerpo. Nos arruina, nos deja en la miseria, nos desahucia, pero sin rozarnos la piel, como si fuéramos transformándonos de aspecto, a la manera de los monstruos del cine, en una pantalla que es también un espejo. Esa pantalla es nuestra cuenta bancaria. Hay gente que ha pasado de figurar en una teleserie familiar, con el padre y la madre trabajando, dos coches en el parking y los niños bien peinados, a un reality show en el que se les ve desesperados, comiendo de caridad y con niños que gritan ante la cámara. Sin embargo, nadie les ha tocado un pelo.
Nuestra situación (y aún más la de Grecia) se parece a la degradación de la república de Weimar, cuando en Alemania tenías que llevar una maleta repleta de billetes para comprar pan. Aquella espantosa ruina condujo al poder nazi, como se insinúa en Grecia, y se resolvió con una guerra mundial. Ahora no puede haber guerras en Europa. Son materialmente imposibles. Las guerras se pelean en el extrarradio, Afganistán, Somalia, Libia… En Europa no habría modo de usar las tropas porque las actuales están formadas por mercenarios y en consecuencia sólo obedecen a quien les paga, el cual suele ser el mismo que provoca la ruina.
Me parece a mi que esa es también la explicación de que un movimiento de masas como el del 15M (creo un error el uso del calificativo "indignados" por paternalista y reaccionario) no consiga ni siquiera el efecto espectacular de Mayo del 68. La incapacidad para entender la violencia, el olvido absoluto de lo que significa una guerra, el analfabetismo funcional, conducen a la revuelta de patio de colegio.
No estoy insinuando que el 15M deba pasarse al terrorismo. Cualquier movimiento violento es, en la actualidad, la excusa ideal para asentar aún más fuertemente el poder de los especuladores. No hay grupo violento que no acabe machacado o, en el mejor de los casos, puesto en ridículo como es el caso de ETA. Digo que si un movimiento quiere enfrentar esta guerra con éxito necesita dirigentes, estudio, planificación y programa. Aunque lo más arduo es aprender la disciplina, el sacrificio y la voluntad de poder ineludibles y tan estúpidamente arrasados por la así llamada izquierda en el último medio siglo. Con las asambleas y moviendo las manos como sonajeros sólo se ganan portadas en la prensa quebrada.
Esta es la razón por la que algunos llevamos décadas afirmando que la destrucción educativa en España ha sido una colosal derrota popular.
(Artículo publicado en Jot Down Magazine)