Vicente Molina Foix
Esta hilarante tragedia grotesca empieza cuando su protagonista, Lise, rechaza con ira en una tienda un vestido confeccionado, según le asegura la dependienta, a prueba de manchas. Exacerbada por la mera existencia de un tejido inmaculado, Lise regresa a su oficina, se encara con su jefe, acepta de mala gana la sugerencia de que se tome unas vacaciones y, tras comprarse en otros almacenes una ropa chillona y ensuciable, viaja al sur, un sur abigarrado y seguramente italiano. A lo largo de todo el trayecto se nos anuncia el asesinato que tiene lugar al final de libro, y la sentenciosa ironía de la autora le da la razón a David Lodge, quien dijo que Spark estaba fascinada con las similitudes y diferencias entre la omnisciencia de Dios y la omnisciencia ficticia de los novelistas.
El paralelo teológico es aún mayor sabiendo que Muriel Spark era una católica conversa, y algunos de sus libros son comedias sobre la culpa, ligeras de apariencia y en lo profundo atormentadas por el pecado. Breve, sucinta y tan inexorable como el crimen que en ella se comete, ‘El asiento del conductor’ (aparecida en 1970 y ahora bien traducida por Pepa Linares para Impedimenta) es además uno de sus títulos más deletéreos en el terreno sexual: Lise busca al hombre que sea su tipo, excita y descarta a los candidatos, entre los que destaca el personaje de Bill, un sinvergüenza de la dietética que se dirige al sur con el propósito de iniciar en Nápoles, precisamente en Nápoles, un movimiento juvenil macrobiótico que llamará Yin-Yang Young. La escena del avión, en la que nunca se acaba de saber quién seduce a quién, es una de las más brillantes del libro, y queda magníficamente redondeada en el reencuentro de Bill (que no ha tenido su orgasmo diario) con Lise, quien, acosada por su prototipo masculino, no tiene reparo en decirle que "el sexo no me sirve de nada". Mentirosa, capciosa y retorcidamente voluptuosa, Lise se quiere condenar a toda costa, pero no sin antes gozar del éxtasis sensual de una mártir.