
Félix de Azúa
En un ensayo que Isaiah Berlin en realidad nunca escribió porque es la edición de unas conferencias, pero que lleva por título Las raíces del romanticismo (Taurus), establecía estas tres proposiciones sobre las que, decía, se fundamenta la civilización occidental:
Primero: Toda pregunta puede responderse, pero si no puede responderse es que no es una pregunta o está mal formulada. O lo que es igual, hay una diferencia entre lo verdadero y lo falso que puede indagarse, no en la respuesta, sino en la formulación misma de la pregunta.
Segundo: Que se puede enseñar y aprender a formular las preguntas adecuadas. O lo que es igual, que no sólo hay un acceso a la verdad sino que ese acceso es transmisible y no es necesario empezar siempre de cero.
Y tercero: Que las respuestas describen un orden y no un caos. O lo que es igual, que no son contradictorias entre sí y cuando lo son deben corregirse antes de darlas por buenas.
En resumidas cuentas, Berlin creía que hay un uso correcto de la razón (o del entendimiento) y múltiples usos incorrectos. Que el uso correcto era demostrable y admitía una pedagogía. Y que los innumerables usos incorrectos eran también denunciables pedagógicamente.
Todo lo cual tiene un fundamento que es el fundamento del fundamento, a saber, que el ente que llamamos mundo (o Naturaleza) es asequible al conocimiento aunque sea de forma parcial. Dentro del orden del mundo entran las cuestiones morales y políticas en igualdad con los ornitorrincos y los estratos geológicos.
Evidentemente este optimismo, que es el de la ilustración (no la histórica, la del siglo XVII y XVIII, sino la que arranca en Grecia) está hoy muy mal visto por la opinión publicada. Lo atacan todos los relativismos y lo niega airadamente la corrección política. Ahí coinciden, una vez más, derechas e izquierdas, dos etiquetas que cada día son más borrosas.
Por la izquierda está, por ejemplo, el respeto (dicen) a otras culturas como las islámicas, que tienen el mismo acceso a la verdad que las occidentales. Por la derecha se puede negar a Darwin porque no coincide con la Biblia. Ambos, derechas e izquierdas, carecen del optimismo de Berlin y creen que el acceso a la verdad es un efecto mediático o un derecho social, cuando no una reivindicación de las minorías oprimidas cada una de las cuales tendría "su" verdad.
La política actual es indudablemente de ese tipo confuso y desesperado. Cree que la realidad es un producto de los medios de masas. Y como así lo cree, se esfuerza en construirla hasta que eso que llaman "la crisis" aparece como un espantoso fantasma a estropearles el programa en prime time.
La irrupción de lo real en el mundo ficticio de la política se parece a esas imágenes románticas en las que lo ignoto de ojos candentes toma asiento sobre el estómago de la durmiente y la atormenta hasta matarla.