Vicente Molina Foix
Quizá porque lo leí por primera vez en un mes de julio de mi juventud, asocio ‘Tres tristes tigres’ con el verano y este verano de nuevo reaparece (que no resucita, pues nunca ha estado muerta) la novela de Cabrera Infante, gracias a la excelente edición crítica que han hecho los profesores y estudiosos de la literatura latinoamericana Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí, dentro de la colección Letras Hispánicas de Cátedra. El concepto de "edición crítica" puede arredrar a quien sólo busca en los libros la lectura y no la glosa de un texto. No hay que tener ese temor en esta ocasión. ‘Tres tristes tigres’ sigue manteniendo en las casi 700 páginas de la nueva publicación su empuje cómico, su deslumbrante fusión del guiño a la alta cultura y el uso de las formas musicales y fílmicas más populares, sus personajes memorables y sus hallazgos verbales, algunos de los cuales se traducen en figuras como el bandido Bilis the Kid, el historiador Tito Lívido, el navegante Américo Prepucio, los filósofos Duns Escroto y Ortega und Gasset, la reina egipcia Nefritis o el potente conquistador Alejandro el Glande.
Pasados cinco años del fallecimiento en Londres del gran autor cubano, han salido libros nuevos y póstumos de Cabrera Infante, y el Círculo de Lectores pronto empezará a editar la serie de volúmenes de sus Obras Completas, pero ‘Tres tristes tigres’ revalida su vigencia como un clásico indiscutible de la literatura en lengua castellana. Apareció en 1967, el mismo año de ‘Cien años de soledad’, y ambos libros, aun no teniendo nada en común sus autores, habrían de ser, junto con ‘La ciudad y los perros’ de Vargas Llosa, los títulos esenciales en esa refundación de la novela contemporánea que se dio en llamar ‘boom’.
Montenegro y Santí anotan y prologan el texto de Guillermo Cabrera sin exceso erudito, con iluminaciones muy de agradecer (sobre todo en lo que respecta a la riquísima jerga habanera), y añaden unos apéndices de gran utilidad, que incluyen la lista de los cortes de la censura franquista a la primera edición de Seix Barral y un conjunto de croquis de La Habana que servirán al lector -incluso al que, como yo, sólo conozca la capital cubana a través de los libros- de mapa del tesoro lingüístico y sentimental que esconde ‘Tres tristes tigres’. También recomponen minuciosamente las fases de escritura, los tropiezos legales y la recepción que tuvo la novela desde su aparición, brindando además la traducción de un hasta ahora inédito en español ‘Epílogo para lectores latentes (o tardíos)’ que el autor escribió para la traducción inglesa de ‘Tres tristes tigres’. En ese texto, Cabrera Infante se revela como un brillante adivino, ya que en 1972 anticipa que su ciudad, sus gentes y la lengua reflejada por el libro estaban condenadas "por la Revolución a desvanecerse en virtud de una inmediata catástrofe judicial. Un pueblo locuaz reducido al laconismo". Releída ahora, con todo, ‘Tres tristes tigres’ es mucho más que esa "galería de voces" o "museo del habla cubana" de que habla Cabrera. Supone la fructífera permanencia de una forma de crear ficción inventiva, aguda y altamente divertida en la que ni el tiempo ni las dictaduras han hecho mella.