Víctor Gómez Pin
Embarcado en estas reflexiones sobre Everett y seguidores, leo un excelente artículo de Javier Sampedro en el que la hipótesis de la pluralidad de mundos se vincula a otras ramas de la física. Al parecer habría novedades en relación al llamado principio antrópico. Controvertido principio, de importantes implicaciones filosóficas, que partiendo de constatar que el ser humano se interroga sobre la estructura y la evolución del universo, colige que las únicas respuestas válidas a tales interrogantes son las compatibles con la aparición de ese mismo ser que se interroga. La unicidad del mundo se inferiría entonces de lo siguiente:
Ciertas constantes físicas (entre otras la vida media del neutrón, la masa del electrón, o la masa respectiva de protón y neutrón) son necesarias para la aparición de átomos en general, luego para la formación de estrellas o galaxias, y átomos de carbono en particular, condición de la vida. La tesis tradicional es que el margen de diferencia en estas constantes es tan estrecho que no deja abierta la posibilidad de otro universo. En definitiva: si entre las notas propias del mundo se incluye la existencia de un ser que se interroga sobre el mismo, entonces sólo habría un mundo posible.
Ciertamente, se dirá el lector, nada obliga a priori a casarse con la premisa principal del principio antrópico, nada obliga, en suma, a sostener que toda teoría sobre la naturaleza del universo debe ser compatible con las condiciones de posibilidad y necesidad de nuestra existencia como seres biológicos racionales, empezando por la emergencia del carbono en el que nos sustentamos. Pero dejo esta discusión para otro momento, volviendo ahora al hecho de que, aun asumiendo el principio antrópico, potencialmente podrían darse múltiples mundos.
Un equipo israelí y otro americano habrían en efecto probado la posibilidad de mundos que reflejaran una relación diferente en la magnitud de las variables aludidas. Por ejemplo, la formación del átomo de hidrógeno no sería posible si se invirtiera la relación entre la masa del protón y la del neutrón, pero tal no sería forzosamente el caso si consideráramos isótopos del hidrógeno como el deuterio (un protón un neutrón) o el tritio (un protón dos neutrones). Habría formas estables de átomos de carbono e hidrógeno y asimismo de oxígeno que posibilitarían la emergencia de la vida en un mundo…raro, un mundo en el que los océanos serían de agua pesada.
Por otro lado, en la hipótesis de que no se diera la llamada fuerza nuclear débil (responsable de los fenómenos de radioactividad) se mantendrían las condiciones de posibilidad de la formación de estrellas y la formación de una tabla reducida de los elementos, por lo que podría también darse un mundo, e incluso un mundo habitado. M De nuevo un mundo raro (ya que no habría, por ejemplo, actividad volcánica y las estrellas brillarían menos, por lo que una tierra habitable sería una tierra mucho más cercana al sol), pero mundo al fin y al cabo.
Obviamente lo que estos trabajos nos dicen es que esos otros mundos son posibles, mientras que real lo es indiscutiblemente este mundo nuestro, en el que sí se da fuerza nuclear débil, hay volcanes que entran en erupción y el sol se halla tan alejado que lo vemos muy pequeño. Para que el mundo sin fuerza nuclear débil de Perez (tal es el nombre del director israelí del equipo) adquiera peso ontológico tendríamos que introducir un postulado análogo al que introduje -provisionalmente- cuando en un texto anterior consideraba los múltiples mundos de Everett, postulado según el cual todo lo que tiene condiciones de posibilidad tiene asimismo condiciones de necesidad; todo, en suma, lo que es posible sería asimismo necesario.