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Cuéntamelo otra vez, y luego otra

Por 28 de octubre de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

El misterio del cuento, novela, serial o folletín, sigue dando trabajo a los filósofos. Nada nuevo. Desde Aristóteles mareamos el asunto, aunque él hablara del drama. A pesar de la abismal diferencia entre su sociedad y la nuestra, la afición ya le parecía chocante. ¿Por qué nos gustan las historias? ¿Por qué nos sumergimos en relatos absurdos hasta olvidarlo todo? Quizás en tiempos de Aristóteles pudiera ser un mero recreo señorial, pero en sociedades agobiadas por la guerra, el hambre, el trabajo o la represión política, las historias tienen igual éxito. No, no es cosa de divertirse, es una necesidad más honda.

    Los filósofos cognitivos, híbridos de neurólogo, biólogo y sociólogo, tratan de dar una justificación a fenómenos tan pasmosos como la trilogía de Larsson. A veces las explicaciones son someras y decepcionan. Por ejemplo, lo definen como un instrumento de ayuda para la supervivencia y la reproducción. Las novelas, las fábulas, nos harían resistentes y nos enseñarían técnicas para superar accidentes que afectan a nuestro equilibrio o a nuestra sexualidad. Es la posición del evolucionista Brian Boyd en su reciente "On the origin of stories". Otros lo consideran parte de la relación ontológica del humano con el juego y lo comparan con las burbujas de fantasía que los delfines expulsan sin función ninguna, por capricho. Lo que iguala literatura, macramé y bailar la jota.  

Es más tentadora la opción de Boyd. ¿Un acceso al mundo de la dificultad, vencida por el ingenio? El joven Harry Potter se enfrenta al universo de los ogros, los unicornios, los demonios y los brujos, con la estimable arma de la tecnología. Porque la varita mágica y los conjuros no son sino disfraces del ordenador, el móvil y otros aparatos que actúan a distancia, con ellos el niño puede controlar el agobiante mundo que le rodea, o así se lo parece durante un rato. "Madame Bovary" sería un manual de instrucciones para adúlteras: si eres tonta te saldrá mal, aprende a ser lista. A lo mejor Kafka nos enseña a sobrevivir a RENFE y la Telefónica.

Artículo publicado el sábado 24 de octubre de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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