
Víctor Gómez Pin
Motivado por la lectura de los periódicos vuelvo al tema económico y social del que me estaba ocupando antes de las reflexiones que preceden sobre el grado de resistencia que el espíritu humano puede ofrecer al tiempo de minerales y de bestias.
No amas el libre mercado… luego no amas la libertad: tal es la moraleja que parece desprenderse de muchos de los análisis de la crisis financiera actual, análisis en los que se nos pone en guardia contra la tentación de atribuir al propio sistema lo que sólo derivaría de la irresponsable actuación de gente aun más ciega que desaprensiva. Acabar con el mercado, vienen a decirnos supondría necesariamente la instauración de un régimen de control social y de penuria. Por consiguiente lo único que cabría moralmente hacer, es armarse de paciencia… y esperar que escampe. Mientras tanto el gurú de las finanzas Nouriel Roubini anuncia un panorama apocalíptico y predica como medicina el cierre durante un tiempo de los mercados, sobre todo en países de los llamados emergentes, y digo llamados porque obviamente, de ser cierto que están tan amenazados su emergencia sería ficticia. Este hombre, al parecer, previó hace dos años el actual colapso, de ahí el caso que se le hace y el respeto reverencial con el que se escuchan sus diagnósticos. Como lego en el asunto me formulo una pregunta: ¿era realmente evitable que los evocados ciegos y desaprensivos, pudieran operar como lo hicieron? O en otros términos: ¿está protegida la locomotora del libre mercado -por definición sin conductor- de la intromisión de viajeros que la hagan descarrilar?
Más allá de disquisiciones al respeto, lo cierto es que este asunto tiene connotaciones realmente sórdidas. Pues mientras hasta en los periódicos más conservadores de Estados Unidos se discuten de nuevo las tesis de Marx y sus obras al parecer vuelven a estar presentes en las librerías americanas, se infiltra la especie de que aquí no hay nada que hacer, de tal modo que al embrutecimiento que supone para los hombres reducir su potencialidad física y espiritual a ganarse el sustento, se añade el temor por perder incluso esta fuente. Así las cosas ¿caeremos en el nihilismo, o nos entregaremos a la religión?