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La primera vez es sagrada

Por 4 de septiembre de 2008 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Caían a escasa velocidad los últimos años sesenta, aquella década que daría fin al siglo XIX en 1968 y lo digo en serio porque fue durante los años setenta cuando se le dio el hachazo final al romanticismo que se había prolongado mediante las vanguardias del siglo XX. La posvanguardia  arrasó lo que quedaba de modernidad, pero el enemigo mortal de los minimal y de los conceptuales eran Pollock y Rothko, no Siqueiros. En España llevábamos retraso. Aquí la vanguardia apenas contaba y lo dominante era, por el lado del poder un clasicismo de opereta que cantaba a la dulce Galicia, a Montserrat o a los rudos vascones, como ahora,  y por el lado de la oposición el realismo socialista. Cuando en 1968 se publicó mi primer libro, cayó dentro de aquel saco de poetas que un despistadísimo Castellet bautizaría como los "nueve novísimos", mero plagio de la edición italiana del mismo nombre y que no era sino la posmodernidad del tercer mundo. Algunas cosas prohibidas, como el cine de Hollywood (plataforma de la propaganda imperialista yanqui)  o el rock and roll (medio de alienación que financiaba la CIA para debilitar a las masas revolucionarias) entraron en la poesía española gracias a aquellos desaprensivos de los que yo formé parte casi inadvertidamente.

Todo había comenzado pocos años atrás, cuando estudiaba Ciencias Políticas en Madrid con profesores de fuste como Antonio Elorza o José Antonio Maravall. Eran tiempos heroicos en los que, por ejemplo, expulsamos de las aulas a Fraga Iribarne. El grupo de amigos de Políticas, entre quienes figuraban sin saberlo los futuros gobernadores civiles de Felipe González, estaba relacionado con otro de Filosofía en el que (¡cuán asombroso es todo!) nadie haría carrera administrativa, pero sí personal. Los jefes eran Fernando Savater y Antonio Escohotado, gente que ha tenido que trabajar para abrirse camino gracias a su talento. /upload/fotos/blogs_entradas/vicente_molina_foix_med.jpgTras las clases, solíamos reunirnos para comer, cenar o tomar copas en las tascas del barrio de Salamanca que era entonces un lugar cutre, de estudiantes, funcionarios y horterillas. Había gente allí de mucho escribir y beber, como Antonio Martínez Sarrión, aficionados al cine americano como Vicente Molina Foix, y de vez en cuando aparecía y se mezclaba a la concurrencia un argentino delicioso, Marcos Ricardo Barnatán. Lo de "Marcos Ricardo", tan apretadamente bonaerense, nos tenía encantados, pero es que además tanto él como su mujer, chiquita, vivaracha, traían consigo algo que por entonces comenzaba a desencajar la paleolítica literatura nacional, a saber, el poderoso aliento de Borges, de Sabato, de Onetti, de Cortázar, de Girondo, desconocidos escritores en lengua española. Bien es cierto que a Barnatán no sólo le respetábamos por ser la voz de América, sino, sobre todo, por la célebre anécdota de Borges titulada "Muchos años más tarde, consultando un manual especializado", historia que duraba entre media hora o tres cuartos según el público, cumbre del anecdotario universal. A veces, oyéndola por cuarta o quinta vez, creí morir asfixiado de la risa. Eso sí, sólo Barnatán puede contarla, nadie más. Deberíamos grabarla en DVD antes de que sea tarde.

Un día, este Marcos Ricardo nuestro se me aproximó con característica timidez y susurró educadamente que deseaba iniciar una colección de poesía y que si me importaba abrirla con un libro inédito. Todos mis libros eran entonces inéditos, pero le aseguré que buscaría algo que aún no se hubiera editado. Reuní a toda velocidad cuanto había pergeñado hasta entonces, evitando los poemas no sólo muy malos sino incluso los pésimos, y así fue como se editó mi primer libro. En la sinagoga de mi corazón siempre arderá una vela por Marcos Ricardo, de quien hace décadas que no sé nada y a quien saludo desde aquí efusivamente. Hola Marcos, sos un as, besos para tu chica.

Artículo publicado en: "El Cultural", El Mundo, 4 de septiembre de 2008, (este artículo corresponde a una serie sobre el primer libro publicado por algunos escritores españoles).          

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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