
Félix de Azúa
Hemos sido tan inmensamente felices que tardaremos años en agradecer al gobierno catalán su decisiva participación en el Campeonato de Fútbol que nunca existió. Quienes no somos aficionados y más bien tendemos a ver eso del fútbol como un rico ritual religioso, hemos podido pasar por encima del nunca acontecido Campeonato sin sufrir de los nervios.
¡Mira que era fácil! Bastaba con que las autoridades catalanas se pusieran de acuerdo y lo borraran del mapa. Y así fue. El grupo de señoritos que explota la finca decidió que en Cataluña no existía el Campeonato de fútbol, y no existió. Me los imagino, severos y sin embargo hedonistas, cerebrales pero no sin sensualidad, decidiendo que la Copa no cabía en la Patria y llamando a sus bedeles mediáticos con ordenanzas imitadas del último congreso del Partido Comunista de Bulgaria, con ese sabor a gasolina con plomo que tienen las órdenes de los comisarios políticos. Imagino al alcalde de Barcelona, Hereu (nombre profético porque nadie lo ha elegido), célebre por su energía intelectual y honradez económica, prohibiendo las pantallas callejeras desde su despacho. Este candidato al premio Nobel sabe lo que de verdad necesita el necio pueblo catalán y no cedió ni una pantallita. Hombre de mármol, el alcalde socialista.
Las radios y televisiones del poder y los órganos de la barretina nuclear ni mencionaron la existencia de un campeonato de fútbol, de modo que podíamos seguir oyendo noticias sobre Hostalets de Pierola con toda serenidad. Hubo un momento de terror cuando uno del bando de la barretina de cloroformo creyó percibir que quizás había unos catalanes compitiendo por la copa inexistente. Ciertos locutores y periodistas (que ya han sido reeducados) mencionaron a un tal Xavi o Txavi o Chabi, como si hubiera huido al Estado Español para jugar en un campeonato de fútbol. El desconcierto no fue duradero. La férrea muñeca de los comisarios dio otra vuelta de tuerca y Cataluña volvió a ser lo que viene siendo desde hace años: la apacible siesta de una agrupación sardanista de sordos.
Artículo publicado en: El Periódico, 5 de julio de 2008.