Félix de Azúa
Había ya escrito mi columna cuando ayer el país se vio conmovido por una noticia inesperada. Esta mañana todas las radios (en el breve tiempo que les deja la publicidad), las televisiones (que no estaban ocupadas con anuncios para niños), las portadas de todos los diarios, eran unánimes: el regreso de Rodrigo Rato es un suceso histórico.
Primero pensé que lo más chocante y quizás lo que llamaba la atención de los profesionales era que, por retirarse antes de hora, Rato renunciaba a un sueldo monumental, una de esas facturas que pagamos los contribuyentes la mar de contentos para que los empleados de purpurina puedan vivir como potentados. A mi me alegra que vivan bien, la verdad, pero no niego que verles renunciar a sus privilegios me conmueve.
Sin embargo, tras leer las informaciones me percaté de que ese asunto no importaba a nadie. El nerviosismo universal obedecía a dos sospechas. La primera, que el buen hombre volvía para casarse, que estaba harto de que le pasearan como a un Santo Padre por el globo, y que más le apetecía jugar al parchís con sus hijos. Pronto entendí que esta hipótesis solo se respetaba porque la había adelantado el propio Rato, pero se descartaba de inmediato: ¿Quién puede creer que casarse a los sesenta años y pasar más tiempo con tus hijos sea comparable a ganar una pasta cósmica y viajar en primera con Iberia? Eso no podía ser.
No obstante, me desconcertó que la segunda hipótesis, la verdadera, fuera que Rato abandonaba el oro y el moro y volvía a España para incrustarse en las filas de la oposición. Me desconcertó porque, aunque yo sigo creyendo a Rato cuando dijo que volvía para casarse y estar con sus hijos y le admiro por haber renunciado a un espejismo bien pagado, a lo mejor mentía, a lo mejor tienen razón los profesionales y Rato nos engaña y lo que quiere es ser el segundo del PP, o candidato a las Cortes o cualquiera de esas trivialidades que a toda persona sensata le parecen un consuelo, un placebo, lo que se hace en esta vida cuando te ha fallado lo más importante. Pero anda que como sea verdad…
Artículo publicado en: El Periódico, 30 de junio de 2007.