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La peste

Por 19 de enero de 2015 Sin comentarios

Edmundo Paz Soldán

Es bueno volver a Albert Camus en tiempos de barbarie, pensé hace un par de días, y me refugié en La peste. No la había leído desde los años universitarios de Buenos Aires, cuando todavía cierta discusión oponía al autor nacido en Argelia con Jean Paul Sartre. No entendía la polémica. Camus, siempre Camus, decidí después de descubrir El hombre rebelde, y me puse a leer toda su obra, comenzando por las novelas y el teatro recopilados en un tomo de cubiertas marrones de Seix Barral que compré en un kiosco. Me leí hasta sus Carnets.

Dicen que es peligroso volver a los amores de la adolescencia. Camus se convirtió, con los años, en alguien muy familiar, el símbolo de una inquebrantable postura ética frente a un mundo absurdo. Para qué entonces volverlo a leer, si ya sabía con qué me iba a encontrar. Quizás por eso mismo: es mentira que los clasicos siempre nos dicen algo nuevo. A veces su valor consiste en decirnos algo que ya sabemos en un momento en que necesitamos recordarlo.

Lo primero que me llamó la atención en esta lectura fue la solemnidad de los diálogos. No están hechas para ellos las conversaciones mundanas de, digamos, un Balzac o un Simenon. "¿Cree usted en Dios, doctor?", es una típica pregunta para romper el hielo. El hielo se rompe, pero eso no relaja a los personajes, que siguen empeñados en reflexionar acerca de las grandes cuestiones como si eso fuera cosa de todos los días. Se nota aquí, quizás demasiado, al filosofo, al ensayista. A eso acompaña un gran sentido de la composición de lugar, una notable intuición para la descripción de atmósferas: "La misma ciudad, hay que confesarlo, es fea. De aspecto tranquilo, se necesita cierto tiempo para vislumbrar qué es lo que la hace diferente de las ciudades mercantiles de todas partes. ¿Cómo imaginar, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde ni hay ni batir de alas ni temblor de hojas, un lugar neutro ni más ni menos? El paso de las estaciones solo se lee en el cielo".

Camus comenzó a escribir la novela durante la segunda guerra mundial, y la publicó en 1947; cuando menciona la plaga, "esa epidemia biológica que ilustra los dilemas del contagio moral" -las palabras son del historiador Tony Judt–, tiene en mente el nazismo, pero su fuerza alegórica permite otras lecturas. Solo en los últimos meses he leído un par: la peste que asola la ciudad argelina de Orán es el hipercapitalismo rampante, o -y aquí uno se permite ser literal- el ébola. Más que concentrarme en el enemigo de afuera, yo prefiero privilegiar unas palabras de Camus que permiten entender que él sabía que para que ese enemigo triunfe la casa que lo recibe debe estar predispuesta. Como dice Tarrou, uno de los hombres empeñados en hacerle frente junto al doctor Rieux, "cada uno lleva en sí la peste, porque nadie, nadie en el mundo, está indemne. Y hay que vigilarse sin cesar para no ser llevado, en un minuto de distracción, a respirar en la cara de otro y pegarle la infección". El mal que proviene del exterior no es menos peligroso que el que nos hacemos nosotros mismos cuando dejamos que la peste nos domine: "hay en este tierra plagas y víctimas y… es preciso, dentro de lo posible, resistirse a estar con la plaga". Se necesita coraje para buscar la santidad moral en un mundo en el que no existe Dios.

 Se puede vencer a la peste; de hecho, eso es lo que ocurre en la novela. Pero se trata de un vano consuelo. El doctor Rieux, uno de los santos seculares que pueblan los libros de Camus, sabe que cualquier triunfo es frágil, pues el microbio de la peste "no muere ni desaparece nunca… puede permancer adormecido durante años en los muebles y la ropa… y quizás llegue un día en que, para desdicha y enseñanza de los hombres, la peste despierte sus ratas y las envíe a morir a una ciudad alegre". Ante su reaparición no queda más que volver a la lucha, porque el sufrimiento que trae la peste no permite que nos resignemos a vivir con ella. ¿O sí?

 

(La Tercera, 18 de enero 2015)

 

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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