
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Sin darnos cuenta estamos presenciando una nueva proliferación armamentística. A las armas químicas que empezaron a utilizarse en la Primera Guerra Mundial, las nucleares que clausuraron la Segunda y crearon el equilibrio del terror durante la guerra fría o las biológicas usadas en Vietnam se les solapan ahora unas nuevas armas que proliferan y penetran en nuestras propias vidas y hogares porque se confunden con multitud de aparatos, mecanismos y sistemas que sirven para que nuestras sociedades funcionen.
No se trata solo de los ejércitos de gusanos y virus informáticos que penetran los sistemas de comunicaciones y transportes del enemigo en las ciberguerras. La idea de unas armas que pertenecen al mundo digital en el mismo sentido que había otros que pertenecían al mundo de las bacterias, la fisión nuclear o las reacciones químicas se queda corta. Gracias a las revelaciones del exespía Edward Snowden acerca de la vigilancia masiva sabemos que todo tiene potencialmente un doble uso en nuestras vidas digitalizadas. El móvil es un mecanismo de identificación y localización geoestacionaria. Los mensajes digitales y la actividad en Internet y en las redes sociales son protocolos que registran comportamientos públicos e incluso privados.
Una cierta ingenuidad digital está tocando a su fin. Gracias a la revolución digital habían florecido de nuevo las utopías de una sociedad transparente y de sistemas políticos que superarían la representación por la participación directa. Pero junto a ellas han asomado las negras orejas del Gran Hermano que ejerce un control total sobre la sociedad. También ha surgido, naturalmente, una reacción democrática, todavía débil, que convierte en imprescindibles las intervenciones y supervisiones parlamentarias y judiciales para cerrar el paso a la pulsión totalitaria que facilita la tecnología digital. En caso contrario, nada nos va a diferenciar de regímenes como el de China o el de Rusia, donde se combina el desarrollo capitalista con la ausencia de Estado de derecho y de libertades individuales.
A falta de iniciativas de los Gobiernos, están surgiendo iniciativas de la sociedad civil, como la que ahora protagonizan un grupo de organizaciones no gubernamentales, centradas en la proliferación en concreto de los instrumentos de control y de vigilancia digital. Su preocupación es la transferencia de esas tecnologías a regímenes dictatoriales, que las usan para reprimir a la oposición, coartar la libertad de expresión y atentar contra los derechos individuales. Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Reporteros sin Fronteras, entre otras, han formado una Coalición Contra las Exportaciones Ilegales de Vigilancia (CAUSE), que es la que va lanzar una campaña para que Gobiernos y empresas terminen con el comercio que pone estas armas digitales en manos indeseables.