
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
La izquierda se esfuma y la derecha se endurece. Aquel centro idealizado e inaprensible que tantos éxitos obtuvo, ha dejado simplemente de existir. A juzgar por la marcha de la campaña presidencial en Estados Unidos, las ideas políticas pertenecen todas al mismo campo y el único proyecto que entusiasma a sus partidarios es el de una derecha cada vez más extrema, que cabalga guiada por los más radicales, el Tea Party. La convención del Partido Republicano, espejo en el que cada cuatro años se miran los conservadores de todo el mundo, se inclina cada vez más a la derecha. Mientras que los demócratas y progresistas no se sabe muy bien hacia dónde se inclinan, qué quieren, salvo aguantar la embestida y mantener el poder donde lo tienen. Veremos la semana próxima si Obama sabe electrizarles y funciona también en su convención como un espejo global.
La mayor paradoja es que tiene enfrente a un candidato republicano como Mitt Romney, que no era en absoluto un radical, pero nominado por los radicales como el último recurso para evitar que Obama repita. Como gobernador de Massachusetts hizo todo lo que su partido ahora combate: en asistencia médica, en derecho al aborto o a los matrimonios homosexuales. Todos tenemos derecho a cambiar, dice. Y el suyo es un cambio drástico, a juzgar por la plataforma de su partido, la gente que le rodea, los gobernadores que le arropan en la convención y el vicepresidente que se ha buscado, Paul Ryan. Nada a su derecha. No ha empezado tan solo una cabalgada hacia la derecha sino también hacia el pasado. La última perla es el eventual regreso al patrón oro, que la plataforma del partido pretende estudiar y debatir.
Mitt Romney ahora mismo se sitúa en todo a la derecha de todos los presidentes republicanos desde la Segunda Guerra Mundial: Eisenhower por supuesto, pero también Nixon, Reagan, Bush padre e incluso Bush hijo. Fácilmente se moderará si gana. Bastará con que remolonee un poco en la aplicación de sus promesas. Sabe hacerlo: si antes se derechizó también se puede centrar. Pero está visto que cree que no ganará si se modera, hasta tal punto está radicalizado el electorado republicano. Lo que más teme es que los votantes más conservadores no acudan a las urnas, como le sucedió a McCain con 17 millones de evangelistas sureños que le fallaron.
De su inmediato antecesor republicano, Bush hijo, recupera lo peor de todo: a los neocons que le llevaron al desastre de Irak, a la guerra contra el terrorismo y la debilidad de Estados Unidos en la zona. Y no le imita, en cambio, en políticas inmigratorias más flexibles, sobre todo de cara a los hispanos. Otro Bush, el ex gobernador de Florida, Jeb, se lo reprochó hace unas semanas y le situó también a la derecha de la tradición presidencial republicana.
No es una discrepancia secundaria, sino que afecta directamente a las posibilidades que tiene Romney de ganar la elección presidencial.
Según las encuestas, Obama puede obtener un 60 por ciento del voto hispano, mientras el candidato republicano puede quedarse solo con un 23 por ciento. Para que gane el candidato republicano necesita duplicar las expectativas de voto de esta encuesta de julio pasado hasta el 38 por ciento, acercándose así al 40 por ciento obtenido por George W. Bush en las elecciones de 2004.
Los hispanos son un dolor de cabeza incomprensible para los republicanos. Aunque son conservadores se muestran históricamente poco receptivos a sus propuestas. Con el detalle de que crece su peso electoral en cada elección. Es probable que no tenga que ver tanto con los programas como con la evolución del partido republicano, cada vez más identificado como un partido de blancos anglosajones y de religión evangélica, frente a la capacidad de mestizaje del partido demócrata, donde los hispanos encuentran mejor acogida. El primero es el partido de los Estados Unidos tal como han sido hasta ahora y el otro de cómo serán a partir de ahora. Esta batalla, sin embargo, no se jugará en el futuro en el terreno de las ideas sino estrictamente donde se juegan las grandes batallas geopolíticas, que es el de la demografía.