
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
Hace algunos años, una crisis personal hizo que mi médico de cabecera en los Estados Unidos me recetara Zoloft, un popular antidepresivo. La segunda noche que lo usé tuve tres impulsos suicidas muy fuertes. Para evitar una tragedia, mi ex-esposa debió esconder cuchillos y pastillas. Temprano a la mañana siguiente, llamé al doctor y le expliqué lo ocurrido. El doctor, sin inmutarse, me dijo que podía ser un efecto secundario, que debía usar Zoloft durante un par de semanas para que comenzara a funcionar en mi organismo, pero que, si estaba apurado, pasara por su consulta para que me cambiara de antidepresivo. "Cymbalta es como para ti", dijo, como si estuviera recomendándome una nueva marca de zapatos. Pero yo estaba tan asustado que decidí enfrentar mi crisis sin ayuda química.
Quizás los impulsos suicidas debidos al Zoloft no son muy comunes, pero lo que sí se ha vuelto normal es la forma en que los doctores prescriben antidepresivos, y la manera aun más fácil con que la gente deprimida o quizás no tanto acude a la consulta en busca de una pastilla mágica: Prozac, Paxil, Lexapro. Una amiga fue a ver a un médico y salió con cinco recetas diferentes (a las mujeres se les receta antidepresivos muchísimo más que a los hombres). Los doctores y farmaceúticos están orgullosos de estas pastillas: "lo que te estoy dando es el Rolls-Royce de los antidepresivos", fue lo que un amigo escuchó de un farmaceútico, mientras este le entregaba una receta para obtener Mirtazapina.
Hubo un tiempo en que tomar antidepresivos era un tema tabú. Todo cambió a partir de la llegada de Prozac al mercado, un cuarto de siglo atrás. Desde el 2005 que los antidepresivos son la clase de droga más usada en los Estados Unidos (hoy lo toman el 11% de los adultos). No hay duda de que ayudan, y mucho, en el caso de depresiones extremas, pero la publicidad ha banalizado su uso, y ahora es suficiente tener un bajón anímico, padecer de fobia social o que te digan que eres muy tímido para considerar la posibilidad de usarlos; en las universidades incluso hay estudiantes que los toman antes de la semana de exámenes, una forma de preparación tan importante como leer los libros asignados.
En su libro Coming of Age on Zoloft, Katherine Sharpe señala que hay una conexión directa entre los antidepresivos y la redefinición de nuestra identidad. Hoy ciertos problemas emocionales o de conducta se conciben simplemente como "desórdenes bioquímicos"; hay muchos adultos que han vivido tomando antidepresivos desde su infancia, por lo que no tienen muy claro quiénes son ellos verdaderamente, qué ha cambiado de su personalidad gracias al uso de estas pastillas.
Estamos lejos de la poética melancolía freudiana. El modelo biomédico actual de entender la depresión es más prosaico e indica que todo se debe a la deficiencia de serotonina en el cerebro; sin embargo, como sugiere Sharpe, estudios recientes muestran que solo el 25% de los pacientes diagnosticados con depresión tiene niveles de serotonina más bajos de lo normal. A la hora de diagnosticar problemas mentales, tampoco se tiene en cuenta el contexto en que estos ocurren, por lo que se suele confundir una reacción normal -tristeza o angustia ante situaciones dolorosas- con un desorden psiquiátrico. A una amiga de 60 años le recetaron Prozac para enfrentar la vejez; tiene razón Sharpe en señalar que la vida parece haber sido "patologizada" completamente; se está llevando a cabo una "guerra química" contra reacciones humanas normales.
Nos preocupamos de los antidepresivos, pero Coming of Age on Zoloft muestra que lo que se viene es aun más complejo: los antipsicóticos atípicos, medicamentos con nombres como Spiron, Zyprexa o Quetiapina. Son tan fuertes que pueden "curar" cualquier desorden de conducta casi de inmediato, aunque su uso es polémico por sus efectos secundarios (aumento de peso, síndrome de piernas inquietas, etc). Puede que su inevitable popularización haga que, en los próximos años, terminemos agradeciendo la existencia de cosas más "suaves" como el Prozac o Zoloft.
(La Tercera, 13 de agosto 2012)