Edmundo Paz Soldán
En el principio, literalmente, está Salinger. El guardián en el centeno fue el primer libro que leí en inglés. Yo tenía veintiún años y me preparaba para ir a estudiar a los Estados Unidos. Digamos que no era el adolescente que podía ser lector ideal de la novela de Salinger. Mi profesor de inglés me recomendó que no recurriera al diccionario, de modo que pasé buena parte de mi lectura tratando de entender qué podía significar phony, esa palabra tan recurrente en el vocabulario de Holden Caulfield (goddamn, que aparece más de doscientas cincuenta veces, era fácil). La novela no se armó hasta que comprendí que se trataba de una diatriba virulenta contra la sociedad norteamericana de la postguerra, materialista, deshonesta, aburrida, convencional. Para Holden, todos esos adjetivos podían, en la traducción, ser sinónimos de phony. Quienes los encarnaban eran los adultos, esos seres en los que Holden no quería convertirse.
Pero una novela no sólo se mide por la fuerza de sus ideas, sino por el impacto de sus imágenes. Ahí está el cínico de Holden, deambulando por Manhattan, enjuiciando sin cesar a todos los que lo rodean. Un leiv-motif me quedó para siempre: el deseo de Holden de saber qué les ocurre a los patos de la laguna de Central Park cuando llega el invierno. Los ecos todavía reberveran en la cultura norteamericana: en la escena con que se inicia Los Soprano, cuando Tony Soprano se fija en los patos salvajes que han llegado a su jardín, imposible no pensar en un guiño a Salinger. En Lowboy, una de las novelas más aclamadas del año pasado, John Wray hace que su adolescente autista vaya de aquí para allá por los pasadizos subterráneos del metro de Manhattan como si se tratara de un Holden de última generación.
La influencia de Salinger ha calado hondo en América Latina. En mi generación, quizás Alberto Fuguet haya sido el más explícito a la hora de reconocer las deudas. Su novela Mala onda puede leerse como una versión conosurista de El guardián en el centeno. El adolescente Matías Vicuña no sólo ha leído la novela; él mismo encarna el espíritu rebelde de Holden. Sin embargo, el rechazo de Matías a su entorno tiene una salida positiva que el radical Salinger le negó a su personaje (Holden termina en un sanatorio). En las nuevas generaciones, de la mano del cine de Wes Anderson, que en películas como Los Tenembaum ha creado su propia versión de la salingeriana familia Glass, Franny y Zooey parece haber influido tanto El guardián en el centeno. Y los cuentos, siempre los cuentos: buena parte de los cuentistas de hoy está en diálogo permanente con textos como "Un día perfecto para el pez plátano", "Justo antes de la guerra con los esquimales, "El tío Wiggily en Connecticut" y "Para Esmé, con amor y sordidez".
Familias disfuncionales, gente que no se resigna a ser adulta: los temas de Salinger están hoy más vigentes que nunca. Resulta irónico que un autor tan inconforme y desesperanzado le haya dado tantas esperanzas a tantos lectores. El recluso de Cornish podía controlar todo, excepto la forma en que sería leído.
(La Tercera, 29 de enero 2010)