
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
No hubo voto oculto de la izquierda. Esos votantes socialdemócrata de última horas, fiel infantería de la izquierda histórica que llenaron las urnas en 2005, desmintiendo los pronósticos más negros, esta vez no han aparecido por ningún lado. La izquierda ha quedado dividida y desmobilizada. La canción de cuna de la señora Merkel, que aparentemente adormecía a todo el electotarado, ha tenido unos efectos soporíferos terribles para los socialdemócratas. Ayer fue su peor noche en la historia de la República Federal de Alemania.
No hubo tampoco paradojas. Gana quien gana y pierde quien pierde. Ganan la canciller, ante todo. Porque gana incluso a quienes la han combatido sordamente desde su propia formación. Ganan Guido Westerwelle y sus liberales, que terminan los once años de travesía del desierto, con un resultado brillante. Gana la CDU-CSU porque sigue en el Gobierno, del que sólo ha estado ausente cuatro años en la época de la Alemania unificada. Ganan también los otros dos pequeños, con sus correspondientes resultados históricos: los Verdes, porque demuestran la solidez de su posición, a pesar de su mala campaña y su desgana electoral; La Izquierda porque consigue afirmar su posición hasta el punto de converirse en un agente imprescindible para una hipotética recuperación del poder para el SPD.
Aquí el único perdedor es el gran partido histórico de la clase obrera alemana, que pasa a la oposición con su tamaño jibarizado y la obligación de renovar su programa, sus alianzas y naturalmente sus desgastados dirigentes. La sorpresa de ayer noche es que no hubo sorpresa y que se impuso la lógica más elemental.
(Pinchando aquí se puede leer la crónica que escribi a cuatro manos con Juan Gómez desde Berlín).