
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Los textos que McCarthy eligió como acápites de Blood Meridian colocan al lector en un marco inequívoco. Además de las citas de Paul Valery y el místico Jacob Boehme, preocupadas por la sangre, el tiempo y la pena (‘La pena no existe’, sugiere Boehme), un recorte periodístico de 1982 nos informa que “la reexaminación de un cráneo fósil de 300.000 años… muestra evidencia de que la cabellera le había sido arrancada”. Aquí juega su rol un verbo en inglés muy específico: to scalp, que no tiene equivalente en español y describe la forma en que los indígenas de América del Norte obtenían un souvenir de sus víctimas –produciendo un corte en la base del cuero cabelludo y después tirando para arrancarlo.
“Tus actos de piedad y de crueldad son absurdos, cometidos sin calma, como si fuesen irresistibles”, dice Valery subrayando la naturaleza compulsiva del hombre. El sentido de la cita periodística confluye, al arrancar un acto bárbaro de la mitología del Oeste americano y proyectarla sobre la historia entera de la humanidad: no son los Apache ni los Yuma los que arrancan las cabelleras –la novela se centra en lo que podríamos definir, con cierta ironía, como un episodio de transculturización- sino la especie humana desde sus mismos albores.
Blood Meridian recrea libremente un episodio histórico: la campaña que John Joel Glanton y su banda desarrollaron entre 1849 y 1850, masacrando indígenas y vendiendo sus cabelleras a funcionarios y potentados mexicanos.
La novela arranca entregando su protagonista a la mirada del lector: ‘See the child’, dice McCarthy, sugiriendo desde la primera frase que, más allá de la convención histórica, lo que se narra está ocurriendo ahora, ante nuestras narices –del mismo modo en que un rito, al ser oficiado, ‘actualiza’ el hecho original.
Este protagonista ni siquiera tendrá nombre propio. Para McCarthy es apenas ‘the kid’: el chico, el muchacho, siempre con minúsculas. Este chico que estuvo consagrado a la muerte desde su nacimiento, por cuanto vino al mundo –es el autor, y no yo, quien se toma el trabajo de ponerlo de este modo- asesinando a su madre en el proceso. Es así que crece salvaje, ignorado por su padre y “desarrollando ya el gusto por la violencia sin sentido”.
Blood Meridian narra cómo es que el chico sacia ese gusto hasta el hartazgo; y su intento de encontrar un camino de regreso, apostando a la piedad en vez de a la crueldad –y siendo traicionado por la moneda en su caida.
(Continuará.)