
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Aquella guerra bien pudo terminar así: un misil teledirigido, lanzado desde un avión no tripulado y guiado desde el propio Pentágono, destruye el cuartel general en el que se hallan reunidos Osama Bin Laden, Ayman Al Zawahiri y toda la plana mayor de la organización terrorista. También valen alguna de las múltiples variantes: con la acción de un comando perfectamente entrenado, que consigue saltar y entrar directamente en el sancta sanctorum de Al Qaeda y liquidar a todos y cada uno de sus dirigentes. Muchos habrían sido los aplausos y escasas las críticas si George W. Bush hubiera obtenido la cabeza de Bin Laden tan limpiamente, en vez de lanzarse a la cabalgada del horror, con Guantánamo, la legalización de la tortura o las mentiras de las armas de destrucción masiva.
Pues bien, ahora empieza a saberse a ciencia cierta lo que hasta ahora no pasaba de sospecha escasamente documentada. Efectivamente, la CIA estuvo trabajando en un programa, lanzado después del 11-S, para liquidar a la cúpula de los terroristas que ordenaron la ejecución de los atentados de Washington y Nueva York. Es lo menos que se podía esperar de la fama de la organización y de la envergadura del ataque que sufrió Estados Unidos. Lo realmente extraño es que no se llegara a materializar, y lo que roza lo humorístico es que haya sido precisamente este programa que no llegó a ver la luz el hilo del que tirar para que la Administración Obama haga lo que le piden algunos, muchos temen y el propio presidente quiere evitar: pasar las facturas del desastre de Bush al cobro, en el Congreso y en los tribunales, visto ya que en el mostrador de la opinión pública han sido ya encajadas.
Lo que le van a reprochar a Bush, y sobre todo a su vicepresidente Dick Cheney, que es quien organizó y ordenó la operación, así como su ocultación, no es que intentaran cargarse a Bin Laden (nadie sensato puede negar que era su obligación), sino que intentaran hacerlo sin atenerse a ni una sola regla de juego y sobre todo sin informar debidamente a las comisiones reservadas del Congreso y del Senado, dedicadas y profesionalizadas en la discusión de este tipo de temas delicados. Todo esto se ha sabido porque el director de la CIA nombrado por Obama, Leon Panetta, se dirigió a finales de junio a ambas comisiones parlamentarias para informarles de que se había enterado de este plan secreto y de su ocultación ante los parlamentarios y que lo había suspendido.
Las revelaciones de Panetta están actuando como el catalizador para otras revelaciones. El New York Times reseñaba tres hilos más de los que tirar, que conducen todos ellos a una revisión a fondo de las ilegalidades de la anterior presidencia. Se ha sabido que Bush bloqueó la investigación sobre una matanza masiva de talibanes, quizás varios millares, a cargo de un caudillo aliado de Estados Unidos que todavía forma parte del gobierno Karzai. Hay nuevos informes sobre programas secretos de escuchas sin autorización parlamentaria ni judicial. Y el fiscal general está a punto de nombrar un fiscal especial para que investigue los casos de torturas a prisioneros de Estados Unidos en la guerra contra el terror.
Todo tiene muy mala pinta para Bush y los suyos. Como la ley de la gravedad, la exigencia de transparencia sobre sus ocho años de catástrofe política y jurídica va abriéndose paso inexorablemente. Aquel misil que no liquidó a Bin Laden puede ser en cambio el que fulmine a Bush y a los suyos, empezando por el inefable Dick Cheney.
(Enlaces: con un news analysis del New York Times. Recordatorio: irán saliendo en su momento las entregas que todavía faltan de mi artículo publicado en Claves, 'El blog de Mariano José de Larra').