
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Por culpa de Dan Simmons, que le agradece ‘la asombrosa lección’ al final de Drood, terminé anclando en las Lectures on Literature de Vladimir Nabokov. Como era inevitable, me fui de cabeza al capítulo sobre Bleak House, una de mis novelas favoritas de Charles Dickens. Más allá del placer que me dio comprobar que Nabokov veneraba al inglés (‘…me gustaría dedicar los cincuenta minutos de cada clase a la meditación muda, a concentrarnos en, y admirar a, Dickens’), me encantaron unas palabras del comienzo, en las que el autor de Lolita cifra su visión de la literatura.
Para empezar, Nabokov dice que hay que encarar la lectura con abandono. ‘Todo lo que hay que hacer cuando se lee Bleak House –dice- es relajarse y dejar que nuestra espina dorsal se haga cargo. A pesar de que leemos con nuestra mente, el deleite ante lo artístico se asienta entre nuestros omóplatos. Ese pequeño escalofrío posterior es por cierto la más alta forma de emoción que la humanidad ha alcanzado en la evolución del arte puro y de la ciencia pura. Adoremos a la espina dorsal y su cosquilleo… El cerebro es apenas la continuación de la espina dorsal: el pabilo atraviesa la vela de cabo a rabo. Si no somos capaces de disfrutar de ese estremecimiento, si no podemos disfrutar de la literatura, entonces abandonemos la cuestión por completo y concentrémonos en nuestros comics, nuestros videos, nuestros libros-de-la-semana. Pero yo creo que Dickens –y por extensión la literatura toda, sugiere Nabokov- probará ser más fuerte’.
No voy a discutir aquí el desprecio con que trata a comics y películas. A esta altura del partido está claro que la literatura no es el único registro narrativo que enciende nuestro pabilo. Lo que me importa es que Nabokov liga este arte con la emoción en su encarnación más alta.
Sin disfrute, dice a las claras, no hay literatura.
Eso es lo que yo creo, al menos, en mi modesta condición de acólito del culto a la espina dorsal.