
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Una de las cuestiones que el brote de fiebre porcina pone de relieve es la fragilidad del hielo sobre el que se desliza nuestra vida. Este mundo hiperconectado por los medios de transporte es ideal para el acarreo de virus, habilitados para viajar de un extremo a otro del planeta en menos de veinticuatro horas. Cuando las autoridades sanitarias estén finalmente en condiciones de detectarlo, muchos de sus portadores podrían haberlo diseminado ya de Ushuaia a Osaka y de Ciudad del Cabo a Copenhague.
¿Se acuerdan de la histeria producida por el ébola? No la recuerdo aquí para alimentar nociones paranoicas (en algún sentido no queda otro approach que uno zen: estamos hermanados en este planeta para lo bueno y para lo malo, y lo que deba ser será), sino porque somos tan peculiares como especie que necesitamos este tipo de sacudones para devolver perspectiva a la existencia. Vivimos como si fuésemos a ser eternos; como si nuestras circunstancias (país, clase social, grado de educación y de picardía) pudiesen protegernos de los males que asuelan a los habitantes de otros países y hasta de otros parajes de nuestras ciudades, menos privilegiados que nosotros, menos dotados –menos egoístas.
Asuntos como el de esta fiebre nos despabilan, trayendo al primer plano la igualdad raigal entre todos los miembros de esta especie. Hay males que no hacen distinciones de hemisferios, ni de fortunas, ni de clases sociales. Epidemias como ésta hieren a tirios y a troyanos, a justos y a pecadores. Lástima que tengamos una tendencia tan grande a olvidar que también hay bienes que se nos brindan por igual, empezando por el don de la vida al que relativizamos tan pronto podemos, al mejor estilo del Orwell de Animal Farm –¿o acaso no hay vidas, en este mundo, que son mucho más vidas que otras?
El miedo razonable y la conciencia de que existen fuerzas más grandes que la de la propia voluntad no deberían deprimirnos, sino por el contrario, llenar de sentido cada elección de cada día y también cada gesto.
Mi corazón está hoy con todos aquellos que han perdido a alguien, con todos aquellos que han caido enfermos, con todos aquellos que no pueden dormir pensando en el castillo de naipes de su existencia. Y muy en particular con Fernando Esteves y su familia, a quienes sé en México.
Este es uno de esos días en que no olvidaremos abrazar a los que amamos.