
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Sólo a mí se me ocurre llevarme para las vacaciones una novela llamada Desgracia.
Nunca había leido nada de J. M. Coetzee, dos veces ganador del Booker (una de ellas por Disgrace, si ir más lejos) y premio Nobel 2003. La cuestión es que pasé por la librería del barrio en busca de un libro para mi hija, me crucé con Disgrace y la combinatoria adecuada (los mencionados laureles, la anécdota atractiva que glosaba la contratapa y unas primeras páginas promisorias, leidas de parado) terminó determinando la compra.
Fue una buena decisión. Aunque Disgrace arranca como esas novelas de Philip Roth que me interesan tan poco -hablo de aquellas con profesor universitario de libido inflamada que mete la pata más temprano que tarde-, enseguida da un viraje que la lleva a territorios más interesantes. Después de perder su trabajo en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, el profesor David Lurie elige tomar distancia del escarnio, instalándose en la finca que su hija Lucy lleva adelante en el interior del país. Lo que allí ocurrirá (que no revelaré, puesto que les estoy recomendando el libro) empuja el relato a las zonas inquietantes que tanto me gustaban de los primeros filmes de Peter Weir, como La última ola y Picnic at Hanging Rock. (¿Habrá influido en Coetzee la adopción de la ciudadanía australiana que Weir ostenta de nacimiento?) Quiero decir: relatos que, a partir de la oportunidad que presentan sociedades post-coloniales como las de Sudáfrica y Australia, dramatizan la precariedad del concepto de civilización.
Weir apuntaba a la debilidad en los cimientos de nuestro edificio racional, en un mundo que los socava cada vez más en los hechos (¿o no parece estar nuestro destino sometido a fuerzas más allá de todo control?) de modo que parece conectar mejor con las explicaciones míticas (de ahí la revitalización de tantas religiones y el surgimiento de tantos cultos) que con las pretensiones de Descartes. Coetzee suma a esos ecos los políticos y sociales, inevitables en un país que, como Sudáfrica, ha visto sacudido su statu quo desde la raíz en los últimos años.
Lo cierto es que Disgrace vale la pena. Está escrita con una prosa cortante, su relato seduce y es perturbadora. Ya estoy pensando cuál será la próxima novela de Coetzee que me voy a comprar…