
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
No eran doscientos sino 450 los periodistas que cubrieron el Foro Económico Mundial. La mayor parte se instalaron en Davos durante toda la cumbre, pero otra buena proporción llegó y se fue con los gobernantes que acudieron al Foro dentro de una gira oficial por Europa: 60 iban en el cortejo del primer ministro ruso Vladimir Putin, 60 en el del primer ministro japonés Taro Aso y 30 con el primer ministro chino Wen Jiabao. Con tal acompañamiento, cabe imaginar la resonancia de la reunión en sus respectivos países. Hoy quisiera decir algunas cosas sobre la cobertura informativa de esta reunión, los periodistas y el periodismo.
Los medios de comunicación han sido siempre cruciales en la celebración de este tipo de encuentros. Pero en Davos tienen un interés especial, como amplificadores de la reunión y como usuarios de las tecnologías de punta. Siempre hay experimentos en marcha, como ha sido el caso este año de la BBC con su corresponsal Philip Weber, que ha utilizado twitter para escribir nanocrónicas de 15 palabras. La prueba es bastante controvertida. La primera impresión que se desprende de las redes sociales en las que yo mismo he empezado a introducirme, Facebook y Twitter en concreto, es que sirven fundamentalmente para la exposición a veces impúdica de la vida privada y para hurgar sin reparo en la vida de los otros. Mark Zuckerberg, el joven empresario (25 años) de Facebook lo dijo claramente en Davos frente a quienes se preocupaban por la privacidad: el negocio es la privacidad. Me parece muy bien, pero a mí no me interesa. Lo que me interesa, en cambio, es el uso periodístico de estos instrumentos, si acaso es posible, para proporcionar información y análisis a los ciudadanos. Una cuestión para marcarla con un punto de recordatorio. Y sigo.
Si la cumbre está llena de amenidades para los participantes y sobre todo para los empresarios multimillonarios que acuden a exhibir sus éxitos y a observar o espiar los ajenos, para los periodistas es una reunión correosa y difícil, en la que se trabaja con gran intensidad, se necesitan reflejos muy vivos y una gran rapidez a la hora de escribir. En las dos ocasiones en que he acudido a estos encuentros he encontrado que una gran mayoría de los periodistas son personas tan preparadas como sacrificadas, con registro muy amplio de temas y puntos de vista, y por lo normal sin concesiones al vedetismo. Las instituciones internacionales y nacionales no suelen tratar muy bien a este tipo de reporteros y corresponsales, gente áspera y dispuesta a lanzar la pregunta más incómoda a la primera ocasión. Davos no iba a ser una excepción: la sala de prensa se instala al final de un remoto pasillo armado sobre una rampa de garaje que deja sin aliento a quien se acerca, adonde se llega después de atravesar un sótano aislado y blindado como un bunker nuclear.
La mitad de los periodistas llegan distinguidos por una acreditación especial, ‘media leaders’ se les llama, que da acceso a todas las reuniones del WEF: son los directivos de los periódicos, columnistas o estrellas de los medios audiovisuales, comprometidos a respetar una regla de discreción que impide recoger y citar por su autoría las frases pronunciadas en reuniones cerradas (regla de Chatham House se la denomina desde los años 20, por su invención en dicha mansión londinense, donde tiene su residencia el Royal Institute of Internacional Affaires); pero la otra mitad, el grueso de quienes van a transmitir sus crónicas diarias, los periodistas de a pie mandados por las redacciones para librar la batalla de la información, ven limitado el acceso a muchas reuniones y, lo que es más indelicado, a los actos sociales del foro, como es la fiesta final y el almuerzo al aire libre en una terraza de hotel en la nieve. Tiene su lógica: ¿cómo van a soportar Rupert Murdoch o George Soros que una nube de aguerridos corresponsales les asalte en un momento de relajamiento?
En mi caso me concedieron amablemente una acreditación que me daba acceso libre a todos los actos. Y hoy he querido contar estas cosas, que normalmente no se explican de estas reuniones, porque me parecen interesantes para el público y también como minúsculo homenaje a este oficio, en un momento en el que muchos ponen en duda incluso su futuro. Mi amigo y compañero Juan Cruz está publicando estos días unas muy interesantes entrevistas con periodistas veteranos, en las que se habla sobre el estado del oficio a veces en tono bastante sombrío. La mexicana Alma Guillermoprieto está entre quienes creen que "este oficio se está acabando". Enric González le respondió al día siguiente, lunes, por una vez optimista.
Ya adelanté hace poco que habrá que escribir con frecuencia de periodismo este año. Todo lo que está sucediendo me lo confirma y me conduce a avanzar por mi parte algunas ideas que intentaré desarrollar en días posteriores: éste es un oficio imprescindible; quizás desaparezcan los periódicos en papel, pero los periodistas no debemos rendirnos; el periodismo es más necesario que nunca en esta época de crisis y de cambio; y las nuevas tecnologías, lejos de constituir un obstáculo, deben convertirse en instrumentos eficaces en nuestras manos. No está en juego una cuestión gremial ni el mantenimiento de un viejo oficio que tiene mucho de artesanal; están en juego la democracia y la ciudadanía.