Marcelo Figueras
El cine no nació como procedimiento narrativo sino como curiosidad científica. Según el crítico y ensayista Angel Faretta, el salto que va del cinematógrafo (esto es, el soporte tecnológico) al cine en su categoría de arte lo dio David Wark Griffith, admirador de Charles Dickens y de los poetas victorianos. Pero además de inspirar con sus recursos la narrativa cinematográfica, los escritores no tardaron en sumarse en cuerpo y alma a su cadena de realización: el guión se convirtió, así, en el primer eslabón del proceso. Desde entonces las posibilidades comunicativas del cine crecieron de modo exponencial, con la capacidad expansiva del Big Bang.
Por su parte, aun cuando pretendiese fingir indiferencia, la literatura también acusó recibo de la llegada de este nuevo hermano. Con la irrupción del cine como fenómeno de masas, la novelística bifurcó sus senderos de manera clara: una corriente disputó al cine la narrativa popular (entrando en batalla desigual, a la vez, con los brillos accesibles de la televisión) y otra se concentró en los recovecos de la experiencia humana que consideraba vedados a la intrusión de las cámaras. Después de fracasar en el intento de convertirse en empresario cinematográfico en Dublin, ¿a quien le extraña que James Joyce le haya dado la espalda al cine, refugiándose en la mente de sus personajes vía monólogos interiores?
La escritura de una ficción no difiere, se trate de una novela o de un guión. Todo es idéntico en ambos procesos, empezando por el acto físico de la redacción. Durante el trance, escritor y guionista son las personas más solitarias del mundo. Su soledad es profundísima, en tanto no pueden conversar con nadie sobre ese mundo a medio cocer que existe tan sólo en sus cabezas. El resultado de sus requiebros también es común en ambos casos: un texto destinado a circular. Y aunque se suela minimizar el valor del guión en comparación a una novela (se habla de un texto condenado a ser apenas utilitario, un plan de batalla), su intención original no difiere. La novela pretende inspirar a un lector inasible, intuido antes que conocido. Pero el guión también busca inspirar, sólo que en este caso a un grupo de lectores específico: el productor, el director, los actores, el director de fotografía, el director de arte. Por eso mismo, si cumple con este cometido original, un buen guión redundará en una buena película incluso en manos de un director y de unos actores apenas competentes: porque los habrá inspirado, apelando a la mejor parte de su oficio.
En No Direction Home, el documental sobre Bob Dylan, Allen Ginsberg sostiene que artista de verdad es aquel que nos inspira, expresando verdades que hasta segundos antes todos intuíamos sin saber cómo decir. En este sentido el guionista es un artista de la invisibilidad, porque inspira al director la noción de que la película ya existe en su cabeza, cuando nada existe aún más allá de un manojo de páginas. El guión es y será siempre el alma de un film: igualmente indivisible, inseparable de su expresión corpórea.
¿Tenemos los novelistas algo que aportar al cine, más allá de libros adaptables? Yo creo que sí. El espesor de las ideas. La tridimensionalidad de lo real. Una complejidad del relato que se aproxime más a la naturaleza caleidoscópica de nuestra percepción. Vuelvo a Kundera: una novela que no descubre un matiz hasta entonces desconocido de la experiencia humana es, dice el autor de La broma, simplemente inmoral. "La única moralidad de la novela es el conocimiento", afirma. La literatura nunca tuvo problemas en prestarle este norte al cine: ¿o acaso no es evidente que Citizen Kane, Rocco y sus hermanos, Ultimo tango en París y Apocalypse Now -por mencionar tan sólo algunas joyas de la corona- buscan en cada fotograma la moralidad del conocimiento con la misma integridad de Moby Dick o de El corazón de las tinieblas?
Los novelistas tenemos mucho que aportar al cine, empezando por la naturaleza proteica de nuestro arte. No olvidemos que el cine es un quehacer moldeado por industrias. Habiéndonos refugiado en una isla menos dependiente de la tecnología y de los imperativos del capital, los novelistas seguimos siendo para los cineastas una fuente de perpetua inspiración. Toda innovación narrativa que la literatura pone a prueba encuentra un modo de experimentarse en el cine. ¿Cuántas películas se han hecho ya que transcurren en la mente de su protagonista, de modo que habría impactado al mismo Joyce?
(Continuará.)