Edmundo Paz Soldán
Hacia 1987, estudiaba Relaciones Internacionales en la universidad del Salvador, en Buenos Aires. Tenía un departamento en Paraguay al 2900 y me había vuelto hincha del Boca Junior gracias a que esos años jugaba allí un compatriota, Milton "Maravilla" Melgar. En los restaurantes, los mozos se alegraban cuando les decía que era boliviano; todos parecían ser hinchas de Boca y me decían, "qué grande es Melgar". También me decían, en un tono entre sorprendido y cómplice: "¿Boliviano? Si no parecés!" Me daba cuenta que lo decían como un elogio, que querían que les agradeciera el comentario.
El invierno de ese año, mi hermano Marcelo vino a visitarme. Daba la casualidad que el primer domingo de su estadía se jugaba el clásico Boca-River en la Bombonera. Conseguí entradas, le dije a Marcelo que sería un espectáculo inolvidable. Exageraba mi entusiasmo, pero al final tuve razón: más de veinte años después, todavía recuerdo esa tarde soleada de julio, pero por razones diferentes a las que hubiera querido.
Nos tocó sentarnos detrás de la "barra brava". Estábamos parados, disfrutando del colorido de las tribunas, de los cánticos insultantes con que las hinchadas de Boca y River se enfrentaban. Salieron los equipos a la cancha, ví a Melgar y me emocioné. Siguieron los cánticos. Parecía una competencia para ver cuál hinchada era más creativa en la ofensa; un estribillo ingenioso era respondido por otro estribillo aun más creativo.
De pronto, la hinchada de River comenzó a corear: "¡Bolivianos, bolivianos, bolivianos!" La reacción de los hinchas de Boca en torno nuestro me impactó; decían cosas del tipo: "Nos jodieron estos gallinas. Y ahora, ¿cómo les respondemos?" No, no había forma. Para los hinchas de Boca, el peor insulto que se les podía decir era "bolivianos". Por suerte, mi hermano no entendió lo que pasaba; cuando me preguntó por qué los gritos de "bolivianos", le dije, procurando disimular mi rabia, que era la forma en que la hinchada de River reconocía el talento de Melgar.
Pasan las décadas y compruebo que algunas cosas no cambian. El pasado domingo, en Jujuy, en un partido del fútbol argentino entre Argentinos Juniors y Gimnasia y Esgrima, el árbitro Saúl Leverni anuló mal un gol de los locales. Ante la protesta de los jugadores, el árbitro les dijo "dejen de molestar, bolivianos". El presidente de Gimnasia, Raúl Ulloa, dijo que renunciaría porque no aceptaba ser insultado así. Dijo estar cansado del racismo y la discriminación de los porteños.
Esta vez, sobran las palabras.