Edmundo Paz Soldán
Hace cinco años, en un congreso de nueva narrativa latinoamericana en Sevilla, Iván Thays y Cristina Rivera Garza sorprendieron a los demás asistente hablando de bitácoras (hoy parece que se impuesto la palabra inglesa blog). ¿Y eso con que se comía? Hoy la cosa parece fácil, pero en ese momento, cuando los intelectuales latinoamericanos tendían a ver al internet como un enemigo más de la literatura, se requería una gran capacidad intuitiva para ver las posibilidades del blog como herramienta de comunicación cultural y nuevo género literario.
Hace un par de semanas, en un curso de verano en El Escorial, le dije a Iván que extrañaba una nueva novela suya, pues hacía rato que no lo leía. No había terminado la frase cuando me dí cuenta que estaba equivocado: probablemente, gracias a su blog Moleskine, Iván es el escritor latinoamericano que más he leído estos últimos años. Sé de sus gustos y disgustos, de su capacidad para esconder sus recomendaciones y sus críticas en lo que parece el tono neutral de una agencia de prensa. Gracias a Iván he descubierto a autores raros como el italiano Stuparich y a veces, también, he seguido la pista equivocada (¿cómo le puede gustar Modiano?). El Moleskine me ha permitido estar al tanto de lo que pasa en el mundo literario de América Latina, España, Francia, Inglaterra y, sí, del mismo país en que vivo (Estados Unidos). Iván es siempre generoso y se la pasa dando espacio a escritores jóvenes (en su blog se ha ocupado de los bolivianos Rodrigo Hasbún y Wilmer Urrelo). Varias veces, sobre todo cuando cuelga cinco o seis posts en un mismo día, me he preguntado de dónde saca tiempo.
Todas las mañanas, después del café y unos minutos de CNN, subo a mi escritorio a revisar mis sitios favoritos en internet. Leo varios periódicos de Bolivia, España y Estados Unidos, y leo también cuatro o cinco blogs imprescidibles. Uno de esos es el Moleskine. Los días, las semanas como estas en que Iván no ha estado actualizando su blog, siento que algo le falta a mi mañana. Fascinante cómo lo que hace Iván, solo frente a su computadora en algún lugar de Lima, me es tan o más importante que mi lectura diaria del New York Times o de El País.