Edmundo Paz Soldán
En América Latina y España, lo más cercano que tenemos a un Dios de la literatura se llama Paul Auster. En Estados Unidos, ese mismo Dios tiene su propio Paul Auster Day en Brooklyn, pero hay un límite para la veneración. Ni James Wood ni Harold Bloom, los críticos literarios más influyentes hoy, lo mencionan como un escritor importante. La gente lo lee, pero el respeto se reserva para Philip Roth, Updike, Toni Morrison, DeLillo y compañía. Quizás en el futuro se intente recuperar a Auster; hay obra para ello, sobre todo la trilogía de New York y Leviatán. Por lo pronto, sin embargo, Auster es apenas un asteroide en una galaxia de planetas inmensos.
Es curioso ver cómo la obra de un autor viaja tan bien a otros países que termina siendo más importante allí que en su propio país. Ahora, ¿por qué es tan grande Auster en América Latina y España? Si bien uno de los temas centrales de la narrativa de Auster es la importancia del azar en la vida cotidiana, lo que ha ocurrido con su obra en Hispanoamérica es cualquier cosa menos fruto del azar. De hecho, Auster funciona en nuestros países porque nos es muy familiar: para la fácil recepción de su obra, hemos sido entrenados por la lectura de Borges, Cortázar, Cervantes y Unamuno.
"No hay una realidad única", dice un personaje de su última novela, Hombre en la oscuridad (Anagrama), "Hay múltiples realidades… Hay muchos, mundos paralelos, mundos y antimundos… y cada uno de ellos lo sueña o imagina alguien en otros mundo. Cada mundo es la creación mental de un individuo". El narrador, el crítico literario August Brill, menciona que estas ideas son del filósofo italiano Giordano Bruno. Sin embargo, para nosotros, esto suena peligrosamente parecido al Borges de "El jardín de senderos que se bifurcan" y muchos otros cuentos.
Brill se evade del presente contándose historias en la noche. La más fascinante, tiene ecos de la paranoia de Philip Dick y del Cormac McCarthy apocalíptico de El camino: un mago, Brick, se encuentra en un Estados Unidos paralelo en el siglo XXI, un lugar asolado por una guerra civil y en el que no hubo guerra en Irak ni tampoco un 11 de septiembre. En esta historia, unos militares que lo rescatan le encomiendan la misión de matar a un hombre. Brick se pregunta por qué. La respuesta: "Porque él es dueño de la guerra. Él la inventó, y todo lo que ocurre o vaya a ocurrir está en su cabeza. Elimina la cabeza, y la guerra se detiene. Así de simple… No es un Dios, es sólo un hombre. Se sienta en su escritorio todo el día, escribiendo, y todo lo que escribe termina ocurriendo de verdad".
El hombre que debe ser asesinado, quizás sea obvio decirlo, es August Brill, creador de Brick. Se trata, claro, de meta-literatura, algo que ha producido la peor novela de Auster (Viajes por el Scriptorium) y algunas de sus mejores páginas (La ciudad de cristal). Y se trata también de algo muy familiar para los lectores de los cuentos de Cortázar. En Hombre en la oscuridad los caminos que parecen más productivos para Auster -Dick y McCarthy-son abandonados para elegir otros caminos -Borges y Cortázar–, al final también explorados a medias porque Auster ha elegido terminar con algo más doméstico, más prosaico.
La gran deidad que preside la obra de Auster es el Cervantes meta-literario que crea personajes que luego se leen a sí mismos en una novela (las deudas con el Quijote son explícitas en la Trilogía de New York). Cervantes está flanqueado por Borges y Cortázar, y tiene por ahí, de edecán, al Unamuno que reflexionaba sobre la relación entre el creador y sus personajes. El gran mérito de Auster es hecho suyos a algunos de nuestros escritores más importantes, para devolvernoslos como si fueran otra cosa. Lo leemos como si fuera literatura norteamericana de primer nivel, pero en el fondo nos gusta porque sus juegos extraños nos parecen muy conocidos. De hecho, lo son.
La Tercera, 8 de septiembre 2008