Marcelo Figueras
Perdonen que los castigue con una historia así, pero no puedo evitarlo. Ni siquiera yo sé bien por qué me persigue. Quizás porque ocurrió en Coronel Dorrego, una localidad de la provincia de Buenos Aires que suelo identificar con el Paraíso, en tanto pasé allí alguna de las horas más felices de mi infancia. (Allí viven los abuelos de Kamchatka, que tanto deben a los míos.) De comprobarse todos los hechos ante la Justicia, la cuestión sería así: este hombre de 27 años, Mauro Emilio Schechtel -la foto que difunden por TV muestra a un joven apuesto, de rasgos finos- atropelló con su Renault 12 anaranjado a una niña de 10 años, de nombre Rocío. Pero no se habría tratado de un accidente de tránsito, sino de un hecho deliberado. Schechtel habría embestido a Rocío con toda la intención de hacer lo que después hizo, a saber: violarla primero, y después prenderle fuego para que muriese -y así no lograse identificarlo.
Pero Rocío no murió. Con el 60 % de su cuerpo cubierto por quemaduras, se arrastró ochocientos metros hasta el sitio en que pudo pedir auxilio. Y con su resto de consciencia habló del auto tan llamativo que la había golpeado. Ahora está en terapia intensiva, peleando por su vida. Y Schechtel ha sido detenido.
Según parece este hombre tenía una causa judicial por un hecho similar. Resulta inquietante, en tanto da argumentos a la gente que defiende la difusión de listas de violadores o iniciativas por el estilo. Está claro que la Justicia humana es imperfecta, pero si el ocasional violador ha pagado su deuda con la sociedad y los médicos lo estiman en condiciones de reintegrarse a ella, el acoso de vigilantes civiles sólo puede ser receta para el desastre. (Hay un viejo cuento de Bukowski sobre el tema, cuyo título se me escapa ahora; y la película The Woodsman; y el episodio de Prime Suspect llamado The Stolen Child.) Lo escalofriante, en todo caso, es que Schechtel está esperando un hijo. Ignoro si se trata o no de una mujer. En cualquier caso, supera mi capacidad de comprensión la disociación que debe tener un hombre para lastimar tal como lo hizo a una criatura indefensa -casi tanto como la que su pareja lleva en el vientre.
La tentación es obsesionarse con la maldad insondable de que el hombre es capaz. Las circunstancias parecen aconsejarlo: ¿alguien que atropella deliberadamente, que experimenta placer sexual sometiendo a una niña herida, que la prende fuego cuando aún está viva? Quizás por lo que significa Coronel Dorrego, o por la criatura que mi mujer lleva en su vientre, prefiero pensar de otra manera. Que la existencia de este hombre tan terrible, de paso lamentable por la Tierra, ensalza por contraste la tarea tan diaria como silenciosa de los millones que son buena gente, que respetan al otro, que están pendientes del más necesitado y del más débil -aquellos que son lo único que explica que esta especie no se haya arrasado ya a sí misma.