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Parábola del tren y la 4×4

Por 28 de agosto de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Se me cruzaron en la cabeza dos historias que en apariencia nada tienen que ver entre sí.

En los últimos días me viene fastidiando el caso de Daniel Varizat, un ex funcionario de la provincia argentina de Santa Cruz enrolado en las filas del oficialismo. (O sea: kirchnerista.) Santa Cruz está en crisis desde hace meses, por una larga y compleja serie de motivos. La cuestión es que, desoyendo los consejos del gobierno para que funcionarios y ex se mantuviesen a prudente distancia de las protestas que sacuden las calles de la provincia, este Varizat fue a tomar un café en la confitería de un hotel que estaba a pasos del pandemónium. La gente lo reconoció cuando se subió a su 4×4. Fueron muchos los que rodearon el vehículo y le dijeron de todo menos bonito. Una situación desagradable para cualquiera, según imagino. El hecho es que Varizat puso primera y arrolló a los manifestantes, dejando muchos heridos, algunos de ellos de consideración. No mató a nadie por casualidad. La grabación del hecho, que los argentinos hemos visto por TV una y mil veces, no dejan mucha duda sobre la alevosía con que Varizat arroja varias toneladas de acero importada contra topes de carne y hueso.

Por más que trato de ponerme en su lugar, no logro imaginar qué pasa en la cabeza de un hombre que decide arremeter contra ciudadanos de pie al volante de un vehículo contundente. Trato de sentir su miedo, el desconcierto al verse rodeado de rostros desconocidos que lo increpan, el temor al linchamiento. Pero el hecho de tratarse de un ex funcionario, o sea de un servidor público, lo torna todo más inexplicable. ¿Cómo puede alguien que juró trabajar en servicio de la gente pensar que ha encontrado una razón válida para agredirla? El hecho de que Varizat presentase una denuncia ante la Justicia me parece descaro: si aquí existe un criminal, aunque más no sea fallido, no es la gente sino el dueño de la 4×4. En consecuencia, el silencio del gobierno me duele. Puede que Kirchner tenga motivos para estarle agradecido a Varizat, pero lo que Varizat hizo al volante de la 4×4 lo hace inmerecedor de cualquier defensa. Kirchner es el presidente electo de los argentinos: si a alguien le debe explicación es al pueblo que lo votó, muy por encima de sus ex funcionarios, por entrañables que le parezcan. El comportamiento de Varizat es inexcusable. Y por eso el Gobierno debería repudiarlo con todas las letras.

El domingo leí un artículo de Página 12 sobre Barbarita Flores, la niña tucumana cuya imagen se hizo omnipresente hace cinco años, cuando fue víctima de una desnutrición injustificable. A diferencia de otros veintiún niños que sucumbieron al hambre, Barbarita sobrevivió. Hoy está mejor, aunque su familia flota apenas por encima de la línea de la pobreza. Me conmovió leer el texto de Eduardo Tagliaferro, que cuenta entre otras cosas cómo Barbarita sigue escapando de las cámaras aun hoy. La semana pasada el gobernador tucumano llegó hasta su barrio y Barbarita se escondió de la TV, metiéndose en su cama debajo de una frazada. Me pareció un signo de dignidad: ella sabe que su carita se hizo conocida como símbolo de una carencia, pero Barbarita no es un símbolo ni una carencia, es una niña, un ser humano al que en todo caso le gustaría ser reconocido por otros motivos.

Pero lo que más me conmovió fue un dato que quedó perdido dentro de la crónica. Juan Samuel Flores, padre de Bárbara, recordó ante Tagliaferro que en lo peor de la crisis llegó hasta ellos un hombre que llevaba una bolsa de comida. “Venía de Buenos Aires y había viajado en tren”, dijo Flores. Un hombre cuyo nombre no figura. Un ser anónimo que al descubrir la dimensión de la crisis decidió hacer algo concreto, que al menos en ese momento marcó una diferencia.

Entre el hombre de la 4×4 que se cree con licencia para matar y el hombre de a pie que se sube a un tren para viajar mil kilómetros llevando comida, queda comprendida nuestra Argentina. Una es la parte que queremos enfrentada a la Justicia, respondiendo por sus crímenes. La otra es la parte solidaria, decidida a cambiar las cosas –empezando por la cultura del individualismo y de la impunidad- aquí y ahora: el ejemplo que ojalá cunda.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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