Marcelo Figueras
Cayó en mis manos Factory Girl, la película de George Hickenlooper que se estrenó a fines del año pasado con tanta mala suerte como la de Edie Sedgwick, el personaje real cuya historia narra. Factory Girl fue víctima de uno de esos típicos estrenos de apuro para colar una semana en cartel, que se hacen para calificar a las nominaciones de los Oscar. (No obtuvo ni una.) A esa altura, si hay que creerle al artículo que publicó The New York Times el mes pasado, la película ya estaba condenada de antemano: el rodaje con demoras y múltiples retomas, más la presión que Harvey Manostijeras Weinstein, dueño de derechos de distribución, suele ejercer en la sala de edición, hicieron que todo el mundo empezase a bajarle el pulgar a Factory Girl aun antes de ver un solo fotograma.
Es verdad que la película que vi no vale gran cosa. Factory Girl habla de Edith Minturn “Edie’ Sedgwick, aquella chica rica de familia americana patricia que se convirtió en musa de Andy Warhol, la primera de sus superstars. Según parece –disto de ser un experto en este tema, todo el universo Warhol me deja frío a excepción de The Velvet Underground-, Edie le prestó al plebeyo Warhol la pátina de glamour que estaba necesitando para terminar de colar en el microuniverso de los fashionistas. Más allá de la actuación de Sienna Miller en el papel de Edie, la única forma en que vale la pena ‘leer’ el filme es como una historia de vampiros, con Warhol (Guy Pearce) en el papel de Drácula y la pobre Edie como una Mina sin Jonathan Harker que la rescate. En realidad sí aparece un Harker fallido, a quien la película llama ‘Bobby’. El nombre remite a Bobby Neuwirth, con quien Edie tuvo un romance, pero el hecho de que este ‘Bobby’ sea un músico famoso que canta folk y toca la armónica y anda en moto remite más bien a quien por entonces era el mejor amigo de Neuwirth, a saber Bob Dylan. ¿Y quién interpreta a este ‘Bobby” en el filme? Hayden Christensen. O sea el jovencito blando y carente de todo carisma que interpreta a Annakin Skywalker, también conocido como Darth Vader, en las últimas películas de George Lucas. Desde que Christensen entra en cuadro intentando hablar como Dylan, la única oportunidad de que alguien rescate a Edie de su muerte anunciada desaparece en el acto y la película se convierte en una autoparodia.
Lo cual no impide que el destino de esa pobre niña rica me conmueva de todas maneras. Había, imagino, una gran película latente en la vida de Edie Sedgwick, lo que va del rancho familiar en California y la prosapia que remite al Mayflower al Chelsea Hotel, las internaciones en neuropsiquiátricos y la muerte por sobredosis: una (otra) tragedia americana, parafraseando a Dreiser. Factory Girl no lo es, al menos en esta encarnación. (Parece que ahora saldrá a luz una versión más completa: habrá que darle otra oportunidad a Hickenlooper, que hasta hoy era un interesante autor de documentales.) Pero aun en su estado actual tiene momentos escalofriantes. Si Hickenlooper fue fiel a su ética de documentalista y la escena que recrea del filme de Warhol Beauty No. 2 es cierta (allí vemos a un viejo amigo de Edie que la azuza ante cámara para ver cómo reacciona ante la exposición de sus miserias), creo que mi broma sobre Warhol como Drácula debería empezar a ser tomada seriamente.