Marcelo Figueras
Viviendo en un mundo con alma de Libro Guinness, no podíamos pasar una semana sin un nuevo récord mundial: el de Pirates of the Caribbean: Dead Man’s Chest, que se acaba de convertir en el estreno más taquillero de la historia de Hollywood, gracias a los 132 millones de dólares que ganó en su primer fin de semana en cartel. (Spider-Man, que ostentaba el récord hasta ahora, sólo recaudó 115 millones.) Esto significa distintas cosas para distinta gente. Para los responsables de los grandes estudios representa un alivio, porque sugiere que en pleno auge del fenómeno del DVD –y de la piratería digital, que permite que uno pueda ver Cars en su casa el mismo día en que se estrenó en las salas-, la gente todavía quiere salir de su agujero y aventurarse hasta el cine.
Esto también es una buena noticia para mí, cinéfilo. Por lo menos hasta el momento, toda la tecnología del mundo no ha conseguido reemplazar la experiencia que representa para mí ver cine en el cine, rodeado de gente que a pesar de ser desconocida, siente, vibra y se emociona a la par que yo. Puedo empatar en mi casa las condiciones físicas de la experiencia: la calidad y el tamaño de la imagen, el volumen y la fidelidad del sonido, pero no puedo reemplazar la sensación que experimento cuando río con otros y trago saliva con otros y rozo los codos con desconocidos que han pasado a ser hermanos instantáneos –a no ser que convierta cada exhibición casera en un evento lleno de amigos y de familiares, lo cual me daría más trabajo que ir al cine y ya. Para mí, qué se le va a hacer, el cine es una experiencia que se vive y se aprecia mejor cuando es comunitaria, como su misma factura. En sus buenos momentos la sala es un templo y la película un rito comunal: compartirlo constituye buena parte de su encanto.
Pero por supuesto, lo que los tipos de los estudios colegirán a partir del éxito de Pirates es más ramplón, incluso literal: hagamos más películas que se parezcan a un viaje en montaña rusa, hagamos más películas inspiradas en atracciones de parque de diversiones (como Pirates), ¡hagamos más películas de piratas! Lo cual supone hacer más de lo que ya vienen haciendo, películas en las que no importa la historia sino la sucesión de situaciones a cual más peligrosa, como el pasar de pantallas en un videogame; películas en las que no haya tiempo para construir personajes ni desarrollar situaciones dramáticas; películas seguras, que antes que emociones o pensamientos prefieren producir estímulos físicos mensurables, como la cantidad de carcajadas por proyección o la producción de adrenalina.
Lo gracioso es que ni siquiera parecen comprender que de esa forma se están disparando en sus pies. En algún sentido imitan el estúpido comportamiento que ya exhibieron en los años 50 y 60, cuando asustados por la popularidad de la TV creyeron que la gente regresaría al cine si hacían las películas todavía más grandotas, más coloridas y más ruidosas, e invirtieron miles de millones en films que salvo excepciones que confirman la regla (las películas de David Lean, sin ir más lejos), eran tan huecas como las predecesoras que habían decepcionado al público –sólo que en 70 mm, o en cinemascope, e infinitamente más caras de producir. Cualquiera que entienda de números debería analizar la curva que estos mega-estrenos trazan una vez que la gente transmite su comentario boca a boca: abren con todo, eso es cierto, pero a partir de allí se hunden como plomo. Superman, sin ir más lejos, también recaudó ciento y pico de millones en una fecha privilegiada y dos semanas después hizo 22 millones; eso, en mi mundo, se llama caída a pico.
Está bien que los productores entiendan, y puedan demostrarle a sus inversores, que la gente todavía ama acudir a los cines. Lo que deberían concluir, sin embargo, no es que el público busca exclusivamente experiencias adrenalínicas como la que ofrece Pirates, sino tan sólo lo obvio: buenas películas. Si hay buenas películas, la gente va al cine y además compra DVDs en cantidades dignas del Libro Guinness. Si no, no. Lo único que hay que comprender al respecto ya lo sugirió Phil Alden Robinson en Field of Dreams, cuando el personaje de Kevin Costner oía voces que susurraban: If you build it, they will come. Si lo construyes, ellos vendrán, le decían, refiriéndose a un campo de béisbol. Pero la frase se aplica al cine de modo inmejorable: si haces una buena película, ellos vendrán. Los productores deberían dedicar sus energías a elegir los mejores proyectos, y dejar que los encargados de marketing encuentren cómo venderlos. De esa forma celebraríamos todos, y quedaría claro que lo que está en decadencia no es el cine, sino tan sólo el cine malo que se he convertido en la especialidad de Hollywood.