Xavier Velasco
El convenio que me une a Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels guarda una semejanza reveladora con los que Leopold Von Sacher-Masoch solía firmar con cada una de sus divas, obligadas contractualmente a maltratarlo. Según muy claramente estipulan los incisos D y G de la cláusula 182 del contrato con la Unión Nacional de Musas Novelistas, no me es dado siquiera conocer el origen, destino o situación actual de la profesional que atiende mi caso. Ella, en cambio, puede invadir, y eventualmente devastar, cada uno de los recovecos de mi vida presente, pasada o por venir.
—¿Puedo? Tengo la obligación, que es diferente. Sacrifico mi vida por venir a encerrarme en la suya que, créame, es mucho menos interesante. Vamos, no me lo tome a mal, pero su vida es sosa. ¿Quiere que la compare con, digamos, la de Sam Shepard de los años ochenta?
—Sam Shepard tenía una banda de rock en Nueva York, un rancho en Nuevo México, un colchón compartido con Jessica Lange y empleo seguro en Hollywood como actor y guionista.
—Guionista de Robert Altman, coestelar de Richard Gere, rival amoroso de King Kong… Ningún otro escritor ha salido vestido de vaquero en la portada de Quimera.
—Todavía puedo aprender a montar a caballo…
—Como quien dice, a usted le gusta el cine. ¿Recuerda en qué película Nicolas Cage sentencia: "Eres lo que amas, no lo que te ama"? Se llama Adaptación, que es lo que a usted le falta en esta vida, y más en este caso. ¿Recuerda en qué película Lily Tomlin se hace una con Dustin Hoffmann para hurgar en la vida privada de sus pacientes? Se llama Yo quiero a Huckabees y trata de profesionales afines a mí, sólo que ahí se presentan como detectives existenciales. Entienda de una vez: lo que yo sepa o piense no tiene importancia, tenemos que elevar su productividad y para eso es preciso ir a lo hondo de sus traumas.
—¿Y si mi trauma fueras tú, ahora mismo? —todos tenemos nuestros momentos ínfimos, algo en sus ojos de repente atónitos me hizo temer que estaba en uno de los míos.
—¡Ánimo, coleguita, no se detenga! Siga adelante con sus sentidas palabras, que no todos los días se tiene la oportunidad de verse tan barato. No me lo tome a mal, ni me vea así de feo, cualquiera sabe que el patetismo es de por sí un estado de alto rendimiento. No se olvide, además, de lo que dice en su primera línea la cláusula 72 de nuestro contrato: "La misión de la musa no es incubar certezas, sino entregar su vida a fumigarlas."
—¿Sabes qué día es mañana, a todo esto?
—¿Aniversario 218 de la Revolución Francesa?
—Julio 14. Sábado. "Día Mundial de la Autoestima".
—Ay, me va a hacer llorar, colega, ya me vio cara de terapeuta. Si mañana va a estar de oferta la autoestima, le aconsejo que compre de la importada y evite la tejana, aunque sea más barata.
—¿Qué te cuesta un día hacerme sentir bien?
—Me costaría el empleo, colega, nada más. Usted se va a sentir mucho mejor cuando entienda que su misión es venir tras de mí, y que la mía consiste en no dejarlo llegar. Nada habría en su vida tan funesto como un día alcanzarme y, lo peor, creer por ello que es repugnantemente feliz. Puede que sea deformación profesional, pero la sola idea del amor correspondido me provoca unas náuseas francamente escatológicas. No lo olvide, colega: usted es lo que ama. No basta la autoestima, es precisa la autoquirofricción espiritual. Y en esas cochinadas yo no voy a ayudarle.
Wanda Von Dunajew, se llamaba aquel personaje de Sacher-Masoch, inspirado en las múltiples musas de facto sin cuya participación entusiasta no habría servido su hoy ilustre apellido para dar nombre al más sufrido de los deportes de alcoba. Es posible que a todo aquél que caiga obsesionado por la presencia de alguien como Afrodita no le aguarde mejor consuelo que un día declararse masoquista orgulloso, pero he aquí que sus desdenes no hacen sino apagar el fuego con gasolina. Si me diera por escribir telenovelas, haría falta al menos una mujer buena. Alguien cuya dulzura acolchonada hiciera trizas mi productividad y me dejara para siempre dentro de un comercial de margarina en high definition.
—Ya, colega. Me va a hacer vomitar…