Xavier Velasco
No falla: cada quince de abril se te olvida que es quince de abril. Sales como si nada, tuerces calzada abajo y de pronto ya estás embotellado. Imaginas algún árbol caído, un autobús volteado, unos cables de alta tensión chicoteando de lado a lado de la calzada. Te gustaría creer que el desperfecto está cien metros adelante y en un par de minutos la fila correrá a velocidad normal. Pero nada, ruedas a poco más de veinte minutos por kilómetro -caminando serían quince, cuando más- y no se ve por qué ni hasta dónde. Si por lo menos recordaras que es un quince de abril, lo tomarías con feliz pachorra. Te pararías a comprar una cerveza, reclinarías el asiento, subirías el volumen de la canción que hace días se te incrustó en el coco. En el peor de los casos, si todo ello fallara, mínimo ya sabrías por qué razón maldices tu suerte.
Muchos en tu lugar lo habrían sabido desde pequeños. Se supone que nadie en este país ignora un dato así -asumes que cualquiera en la ciudad de Kingston sabe dónde reposan los restos de Bob Marley- mas a ti te tomó todavía un par de años averiguar que en el camino que conduce a tu hogar está el sepulcro más popular de México. Año tras año, a lo largo del último medio siglo, en la mitad de abril acontece una multitudinaria procesión espontánea que desemboca en el Panteón Jardín, donde se alza la tumba de Pedro Infante. Muerto el 15 de abril del ’57.
Jamás tuviste un disco suyo entre tus manos, y si bien más de una entre sus películas te arrebató unas cuantas carcajadas, creciste rechazando a esa zona de la memoria nacional donde quienes cantaban lo hacían vestidos de charro y con pistola, dueños de una anticuada fanfarronería que por lo visto era muy graciosa. No podías entenderlo, tal vez porque negar aquel pasado ajeno en blanco y negro era una forma de afirmarte como heredero de un futuro en high definition, al cual ya venerabas sin alcanzar ni a oler. Cuando cayó en tus manos aquella juglaría futurista de Bowie -donde el protagonista, un astronauta, cortaba felizmente y para siempre el contacto con la Tierra- alguien dentro de ti tomó la decisión de escaparse a un planeta quizá repleto de arañas, pero vacío de charros, mariachis, pistolas y sombreros. Mal podía coquetear Lady Stardust con Pepe el Toro.
Mentirías si a estas alturas te diera por reivindicar a Pedro Infante, cuya memoria tan lejos está de requerir tu apoyo moral. A lo largo de toda la infancia esquivaste sus películas en la televisión, si bien conoces cuatro o cinco clásicas. Tenías que estar demasiado aburrido para soplarte una película del canal 4. Y ahora que buscas las escenas en YouTube, experimentas cierta nostalgia por lo nunca vivido, no bien vas descubriendo que las recuerdas, pero de verlas casi no las viste, y apenas las habrás escuchado, de seguro ocupado en materias que reclamaban más de tu atención. La tarea, los cochecitos, las historietas.
Vivías por entonces al otro lado del Periférico, a salvo de la entrada del camposanto y sus tumultos del quince de abril. Has vivido, haces cuentas, cuando menos dos décadas cerca de aquella tumba celebérrima. Y ahora que terminas con las últimas líneas de una parrafada que nunca habrías creído probable, certificas que tú tampoco te has librado del todo del fantasmón. Con suerte, el año entrante vas a recordarlo. Abril 15: día de guardar.