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Ratón de un solo agujero

Por 27 de julio de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

En la escuela aprendimos que un paso decisivo en la historia del progreso humano fue la transformación del nómada en sedentario. Nada más que, de entonces para acá, el progreso ha ganado un prestigio desmedido. Como suele pasar con los peores tiranos, al progreso no hay quien lo pare, y encima nadie sabe bien para dónde va. Es como ir en un taxi sin chofer del cual desconocemos la ruta y la tarifa. Basta con que nos digan que lo hacemos en el sagrado nombre de Mr. Progress para que recobremos la confianza y corramos contentos a abordar ese tren supersónico sin el cual el futuro parecería arcaico.

Apilo estas palabras en el más sedentario de los aparatos. Por más que sea portátil y me permita de cuando en cuando pagarme el lujo de una vida nomádica, lo cierto es que lo cargo como los caracoles arrastran con la concha. De visita en alguna ciudad seductora, me doy asco y vergüenza cada vez que descubro que me pasé la tarde entera en un cuarto de hotel por causa de esta caja fragilísima que, en tan desarraigadas circunstancias, es todo cuanto queda de mi casa. Me encantaría decir que tengo alma de nómada y mi vida es una interminable road movie, pero más de uno entre mis seres queridos lloraría de la risa en el acto.

  —Yo, sin duda, colega. Para empezar, confunde usted la terminología. Su existencia no es propiamente sedentaria, sino de hecho monástica; y cuando se le ve más allá de su dique infestado de cocodrilos, no es porque sea nómada sino fugitivo. De sí mismo, que es lo más preocupante —no sé de qué se espanta Afrodita del Carmen, si de algo tienen fama las musas es de ser sedentarias como un ciempiés con uñas encarnadas. Hacen creer que vienen y van, pero lo cierto es que apenas se mueven. No es nada más que a ratos ganen transparencia; también que uno las ve o las deja de ver de acuerdo a sus estrictos anhelos subyacentes.

Dos películas me han alebrestado contra la idea del progreso como una redención incontestable. Una fue 2001, la otra Hasta el fin del mundo. Seguramente disfrutaría más de cada nueva computadora si no estuviera viva la suspicacia despertada por Hal, el villano binario de Stanley Kubrick al cual se hace preciso desconectar para llegar con vida a morirse en Júpiter. En cuanto a la world movie de Wim Wenders, es todavía deleite inenarrable escaparse con Solveig Dommartin en el papel de Claire hacia afuera de todos los caminos trazados. Ciertas mañanas, cuando no sale el sol y la novela empieza a poblárseme de herrumbre, siento la tentación de huir con Afrodita y la MacBook adonde los protagonistas no puedan encontrarnos.

  —Negativo, colega. Ni usted ni yo somos capaces de eso. Y todavía menos si tomamos en cuenta esas mojigaterías suyas de escribir las novelas a mano. Además, como no viaja con pluma fuente y cuaderno, más tarda en estar lejos que en preguntarse cuándo va a volver. Mucho MacBook, pero al final es usted más atávico que los lugartenientes de Yukio Mishima.

  —No recuerdo hasta hoy haberte restregado las ventajas de la depilación con cera o rayo láser frente a esa costumbre premoderna de podarte del muslo hasta el tobillo con mi rasuradora.

  —Costumbre que, por cierto, a usted le alebresta la hormona. ¿Quiere que le recuerde la cajita donde atesora mis bellos vellos, o el modo en que le tiemblan las manitas cuando la abre? —ni siquiera las musas, siempre tan liberales, son inmunes al celo femenino que despierta un cuaderno con las hojas repletas de frases más o menos ilegibles, y cuyo contenido es en su mayoría un embuste que no se deja desentrañar.

El progreso pretende ser objetivo, pero es más subjetivo que traumas y complejos, y a menudo obedece directamente a ellos. Cualquier ultracínico vestido de supersónico se transforma en gurú no bien nos habla en nombre del progreso, apelando a esa incauta beatitud que inspira el mañana en quienes aceptamos desconocerlo. ¿Pero qué es progresar, sino avanzar en dirección al fin? Cada vez, sin embargo, que mis ojos avanzan muslo arriba de Afrodita, intuyo que me acerco no al final, sino al mero principio de lo visible y lo invisible.

  —Como quien dice, al centro de lo intocable. Le digo, coleguita, no progresa usted —qué más quisiera uno, finalmente.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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