Xavier Velasco
II. ¿Sueñan los ratones con usuarios binarios?
¿Quién no querría hablar con su computadora? Yo, por lo pronto. Dales un día voz y al siguiente van a exigir derecho a voto. Incluso me espeluzna la ñoñísima idea de hacerme buen amigo de alguna inteligencia artificial. Peor aún, encariñarme. Si ya las naturales me causan suficientes contratiempos, sólo falta encontrarme con una que presuma de perfecta. La veo en mis pesadillas, plena de chulería chilanga y algún porte porteño, menospreciándome en voz alta con acento californiano, autoridad soviética y autoestima en alta resolución.
A estas alturas no consigo entender cómo es que el mismo mundo que celebró el 2001 de Kubrick se atrevió a entronizar esa mamarrachada de Star Wars. Cambiaría una legión de R2D2 por un solo ejemplar de HAL, y de no conseguirlo trataría de venderlos como chatarra. Perdón por el exceso, pero según recuerdo fue después de la tercera PC con Windows -una Vaio arrogante y tontarrona- que contraje esta rabia de blade runner.
Hay quienes se preguntan qué será peor, la máquina que te obedece con celo militar o la que carga con más taras irreversibles que un neonazi abusado por estalinistas. Recuerdo todavía la discusión entre dos invitados en la cabina de una estación de radio: uno de ellos, empleado de Microsoft, achacaba cada uno de los problemas de Windows a los presuntos defectos del hardware, mientras el otro, empleado de Hewlett Packard, no tenía duda alguna sobre la baja calidad del software. No había que ser un experto en el tema para concluir que ambos tenían razón.
Por otra parte, detestaría convertirme en uno de esos evangelizadores fanatizados por el ambiente Mac. Hasta hoy me resisto a la idea de hacerme con un Ipod, si bien me quedan cada día menos pretextos razonables para seguir así. Soy un usuario que escapó del infierno de Stanley Kubrick, mas no por eso acepta instalarse por siempre en el cielo de George Lucas. Suéltenme, pues, cada quien su atavismo. Y ahora con su permiso, voy por mi pluma fuente.
Mañana: III. El estigma de Billy Windows.