Xavier Velasco
XX. Lo matas y te callas.
-Yo diría que ya está listo el amiguito -el facilitador amaneció optimista. Luego de una semana de pasearlo por estados de ánimo variopintos y más o menos limítrofes, el paciente responde un poco a la terapia.
-Lo veo todavía muy respondón. Me mira feo, busca pelea cada que abre la boca, cree que le va a ayudar demostrarnos que según él es fuerte. Para mí que le falta un par de correctivos -la Corleonetta da un sorbo a su mezcal y un mordisco a su puro, con la seguridad de quien domina cada pequeño gesto de su personaje.
-El chiste de la pierna le hizo bien -tercia el doctor Suinaga, que recién ha llegado con la bata en la mano para él también meterse en su papel- pero no es conveniente estimular al paciente en exceso. Algunos desarrollan tolerancia, otros se hacen narcisos y se engallan. No podemos dejarlo que fabrique esa clase de anticuerpos.
-Mientras no se le ocurra fabricar antipuercas… -cada vez que hace un chiste a sus propias costillas, Apolonia echa el humo mientras habla, como advirtiendo que no es lícito reirse.
-¿Sientes que no lo estás controlando, Corleonettita? -cuando se dirige a ella, Mauricio Morazán abandona el sarcasmo en favor de un tonillo obsequioso que revuelve el respeto con el miedo, y de repente invita a maltratarlo.
-Lo que yo sienta no es asunto de los criados. Contrólate a ti mismo, Pelmazán. Usa el botón de pausa, si no quieres que yo te aplique el de stop.
-Para ya, Corleonetta, que ése lo oprimo yo -Don Alex lleva días quejándose por tanto retraso-, el tiempo vuela y ese mierda boludo de Andersón no está listo para entender el concepto. Si vos no podés, decímelo ya, nena.
-Puedo, pues, pero sola. Déjenme un par de días con él y yo me encargo de meterlo al quirófano. No ha nacido el idiota que me desobedezca luego de estar dos días a mi lado.
-Dos días es mucho tiempo, a como están las cosas. Tenés veinticuatro horas para hacerlo entender, Corleonetta. De otro modo, me voy a encargar yo.
-¿Cuándo llega Fidel, a todo esto? -Suinaga toma apuntes de todo cuanto escucha, se diría que es un hombre disciplinado.
-Del barbas no sabemos gran cosa. Nuestros socios cubanos están bien calladitos, ¿viste? Pero yo los conozco, cualquier día me llaman y salen con que va a llegar mañana. Ya sabés cómo son, tienen esta obsesión con la seguridad. Seguridad de Estado, claro. Tenemos que estar listos para cuando estén listos. De otro modo, nos vamos a quedar todos sin el pastel y va a haber unas cuantas desgracias por lamentar.
-¿Ya le dijeron cómo lo va a matar? -Suinaga, hombre de ciencia, desconoce las mieles de la diplomacia.
-Mi querido doctor, modere su lenguaje -Morazán se adelanta, servicial, a las preocupaciones de Don Alex-, aquí no estamos para matar a nadie. Son negocios, ¿entiende?
-Muy bien, entonces, ¿ya le dijeron al paciente cómo vamos a echar a andar el negocio?
-No se caliente tanto, doctorcito -Apolonia sonríe, algo sarcástica-. Ya sabré cuándo y cómo se lo digo. Todavía no logro convencerlo de que acepte el trasplante, y va a ser más difícil cuando sepa quién va a recibir su riñón. Pero lo va a aceptar, yo sé lo que les digo.
-Vos que sos tan mandona, ¿qué te cuesta ordenarle que lo mate y se calle? Le ponés la navaja en las pelotas y no va a rechistar.
-Tengo veinticuatro horas, ¿no? Déjenme sola, que yo sé lo que hago.
-Ándense, pues, señores. Dejemos que la niña haga lo suyo. ¿Lo tenés intrigado, por lo menos?
-Cagado, yo diría -interviene Suinaga, con talante sabihondo-, ningún hombre resiste toda esta sobredosis de incertidumbre. Además de las inyecciones, que igual tienen lo suyo. Preferirá morirse antes que soportarlo.
-Se morirá después, cuando lleguen la plata y el momento. Por ahora lo quiero más vivo que Raúl Castro, ¿cierto?
-Duerme tranquilo, papi -la Corleonetta apaga el puro en el brazo del sillón, como si aderezara sus palabras-. No va a ser el primero que se me escape…