Xavier Velasco
XV. Operativo Gillette.
Un motel no es lugar para estar solo. Hay demasiado tiempo para pensar. Se oyen ruidos extraños de personas extrañas, ni siquiera el espejo le devuelve al usuario un rostro familiar. Segismundo Andersón al fin se desprendió de la barba de nueve días que le daba una pinta especialmente patibularia, sólo para advertir que su aspecto no había mejorado gran cosa. Seguía dándose miedo, no se reconocía en esos ojos hondos de facineroso. No por nada, pensó, Fidel no se rasura.
No lo había hecho mal, aunque igual conservaba la esperanza de olvidarlo. Fue un trabajo mecánico, al final. Apenas consiguió deshacerse de la totalidad de los paquetes negros, había vuelto al motel Pirámides como a un claustro materno redentor. Se bañó, se metió en el jacuzzi y se quedó dormido. Poco menos de quince minutos después, despertó entre berridos de una pesadilla. Se había visto allí, dentro de ese jacuzzi, flotando junto a las cabezas de los escoltas. Llevaba ya tres días sin dormir, pero acababa de espantársele el sueño. Fue entonces que tomó la decisión de rasurarse.
-¿Quién es? -grita estúpidamente cuando ve que a la puerta del cuarto le da por abrirse. Está completamente indefenso, con la toalla del baño amarrada a la cintura.
-¿Me has extrañado, Tigre? -no es realmente una voz que lo tranquilice, pero entre tantas peores imaginables Segismundo la siente como un regalo de la Providencia.
-Tengo miedo. No estoy nada seguro de que sirva para esto.
-Todos decimos eso cuando venimos de enterrar al primer muertito. Dos, en tu caso, Tigre. Como quien dice, ya estás en el ajo -la Corleonetta viene vestida de piel negra, como empeñada en ser la que se cuenta que es.
-Dime, ¿tú sabes dónde están las cabezas?
-Voy a darte un consejo, mi amor: date de santos con saber que la tuya sigue en su lugar. ¿Ya captas la teoría o necesitas más ilustraciones?
-¿Sabes qué es lo único que me tranquiliza de este cuento? -ahora Segismundo se pone sarcástico, cual si haberse deshecho de dos fiambres lo hiciera ya acreedor de un distinto respeto -Que no puede ser cierto. No hay un plan, ni una fecha, ni un lugar. ¿Me tienen encerrado en un motel de la colonia del Valle por si se diera el caso de que Fidel Castro se apareciera en Plaza Universidad? ¿Qué quieren que haga, pues? Ya dije que no quería mis regalías, ni tampoco sus dólares. Quiero volver a ser el Mister Nobody que felizmente fui hasta…
-¿Hasta que te topaste conmigo, ingratote?
-Contigo no.
-Déjame que adivine. ¡Con mi papá!
-Tampoco he dicho eso.
-No lo has dicho porque eres una rata cobarde, pero bien que lo piensas -ahora enciende un puro, y enseguida hace un gesto de resignación-. Te entiendo, sin embargo. No creas que eres el primer subalterno que le teme al ascenso social. ¿Sabes por qué me gustan los hombres como tú? Por todo lo que no se atreven a ser. Según yo, tú no tienes las bolas suficientes para hacer lo que mi papá y sus socios esperan que hagas, pero ya va a ser hora de que nos enteremos.
-¿Va a ser hora de qué?
-Morazán va a llamarte, él sabe cómo está lo del operativo. Yo solamente soy una humilde cheerleader.
-¿O sea que sí hay plan?
-Yo diría que es más bien un libreto. Si fuera la guionista, las pasaría negras para salvarte. Afortunadamente estoy entre el público. Por eso no me creo que de aquí a quince días vas a seguir vivito. Lo que sí pienso es que a veces mi padre subestima sus dotes de guionista. Aunque quién sabe. Según él, no hay negocio más grande que apostarle a los imposibles. Que es lo que yo hago, claro, con gente como tú. ¿Sabes quién te creería que pasaste una noche conmigo en el motel Pirámides? Los mismos que podrían imaginarte detonando una bomba debajo de la cama de Fidel Castro. Nadie lo cree. Ni tú, que vas a hacerlo. Según mi padre, esa es la garantía de que una cosa así puede llegar a hacerse.
-Entonces tú no crees que podría hacerla yo…
-Lo que en realidad creo que puedes hacer, y deberías, es bajarle la falda a tu cheerleader. Antes que se convierta en plañidera.