Xavier Velasco
XIX. Parrillada de riñón.
Suelen vivir más tiempo los crédulos que los escépticos. Ya quisiera Andersón ser uno de aquellos, dar por buena cuanta patraña escucha y dejar que los otros decidan su destino. En Las Vegas aún era posible, pero entre mentirosos como la Corleonetta, Morazán y Don Alex no hay para dónde hacerse. Vamos, que ni siquiera se molestan en ser verosímiles. Parecería que disfrutan asistiendo a su desazón, y en especial haciéndole crecer la paranoia. De pronto se pregunta si no estarán afuera de este cuarto poniéndose de acuerdo para hormar poco a poco su carácter hasta hacerlo tan duro como dúctil. Luego llega el doctor e insiste en que le están salvando la vida. ¿Doctor? De eso tampoco se siente muy seguro. Debería llamarlo el hombre de la bata. Un mentiroso más, probablemente. El infierno perfecto es aquél donde todo parece para siempre probable, y nada más.
Segismundo Andersón carece del olfato indispensable para leer en las mentiras ajenas. Nunca suelta la gente verdades tan profundas como cuando se entrega a pergeñar patrañas. Por lo pronto, está listo para dar lo que sea, excepto crédito. No tiene más defensa, pero en sus buenos ratos se entretiene pensando que con suerte podría llegar a bastarle. ¿Cómo iba ese problema de lógica donde había dos pueblos, uno de gente honesta y otro de mentirosos? De cualquier forma nunca lo entendió, pero ya ha decidido que sus captores son todos habitantes del segundo poblado. No tanto por lo cómodo que resulta descreer de las malas noticias, como por las ventajas de desconfiar aún más de las buenas. No hay que hacerse el idiota con sus promesas, se aconseja mientras se hace el dormido. Nadie va a darle ese millón de dólares, y aunque se lo entregaran, menos puede creer que está en sus planes dejarlo con vida. ¿Para qué, pues, si muerto vale más?
Habría que ser idiota para creerse que quieren sólo su riñón. Claro, siendo él un hijo del barbón contarán asimismo con su sangre perfectamente compatible, y quién sabe si no la ciencia médica recomiende el trasplante entre consanguíneos. Más allá de los órganos está el Fidelotto, estas gentes son ratas de Las Vegas. Si algo habrá de creerles, será lo peor. Su defensa consiste, a la hora buena, en creer desde el fondo del corazón que lo que venga será siempre peor. Ése es el optimismo que puede pagarse. En el renglón de los cobros pendientes, sólo hay uno que en realidad le preocupa: se considerará un ganador si consigue que paguen caro ese riñón.