Xavier Velasco
XIII. Etiqueta rigurosa.
-Amiguito, estas cosas las tienes que mirar con frialdad estratégica. ¿Cuándo has visto que un muerto guarde luto? A ellos no les importa, están más fríos que una almeja nadando en jugo de tomate -Mauricio Morazán transpira buen humor, le ha hecho tanta gracia el semblante de alarma de su interlocutor que no puede evitar sentir ternura. Todos fuimos así, rememora, al tiempo que acomete a cucharadas su platillo-bebida predilecto: Cocktail de bloody mary con almejitas.
-Sólo quiero saber quién los mató. Quién me los puso ahí, por qué carajo -a lo largo de las dos horas y media que le tomó encontrar al facilitador, Segismundo Andersón ha pasado del desconcierto al horror, del horror a la culpa y de la culpa a la indignación, pero a su voz quebrada se asoma un sollozo.
-Lo único que tú necesitas saber es cómo resolver el problema objetivo: traes cargando unos fiambres y te urge deshacerte de ellos. No es mi bronca, amiguito, ¿qué esperas que haga yo, si son tus muertos?
-¡Mis muertos! Mierda, no sé ni cómo se llamaban, ni de dónde eran, ni por qué los mataron. Según la Corleonetta, eran sus escoltas. ¿De dónde sacas tú que son míos?
-Los cadáveres son de quien los esconde. ¿Tienes alguna prueba de que no fuiste tú quien se los echó? Mira, Andersón, yo sé lo que te digo: estás haciendo demasiadas preguntas y eso es muy peligroso para tu salud. Otros por menos que eso se despiertan con el cuerpo cortado.
-¿Qué harías tú en mi lugar, entonces?
-Los que más saben de estos menesteres aconsejan primero recobrar la paciencia. Ve el lado bueno, chico: tú estás vivo, ellos no. Andas de suerte, pícaro. Pero ahí está el problema y todavía tienes que resolverlo. ¿Qué haría un profesional, si fuera tú? Está en cientos de libros de autoayuda: si tu problema es grande, pártelo en pedacitos. Ahora mira otra vez el lado positivo. Alguien, que de seguro te tiene en buena estima, se ha tomado el trabajo de cortar los cadáveres por ti. Ya no es un gran problema, sino varios pequeños. Ninguno pesa mucho, además. ¿Te imaginas la bronca que te ahorraron con ese detallazo? ¿Cuántos pedazos tienes, en total?
-No sé. No me paré a contarlos -Segismundo se ha puesto taciturno, como si la tranquilidad del facilitador, que no pierde paciencia ni apetito, le robara la fuerza para repelar.
-Mi querido Andersón, es muy conmovedor todo este asunto, pero mi tiempo tiene su valor y su precio. Voy a decirte lo que yo creo, nomás por el aprecio que te tengo. Esos chicos sabían lo que tú vas a hacer. Sabían también por órdenes de quiénes y por cuánto dinero. Alguien te ha hecho el grandísimo favor de callarlos y partirlos en trozos como Dios manda, y tú encima te quejas, cerdo ingrato.
-¿Pero cómo, Mauricio? -se ha cubierto la cara con las manos, que todavía no dejan de temblarle.
-¿Cómo que cómo, pues? Entérate, Andersón: eres un asesino muy bien pagado. ¿No se te ocurre cómo? ¿Te parece difícil comprar una caja de bolsas de basura y veinte metros de cuerda? Si puedes hacer eso, ya tienes la mitad de la bronca resuelta. Echas cada pedazo de fiambre en una doble bolsa, lo acompañas con piedras bien pesadas y amarras los paquetes procurando que no se desaten de aquí a tres siglos. Después buscas un río, un lago, el mar, tú sabrás qué te deja más tranquilo. Y a gozar de la vida, que se acaba.
De regreso en el coche, ya sin Morazán, Segismundo comprende que el trabajo pendiente no podrá realizarlo más que en el motel, luego de haber comprado los debidos adminículos. Ya entrado en previsiones, supone que podría sustituir las piedras por cadenas y usar bolsas de plástico más grueso. Esto le tranquiliza. A la hora de la hora, filosofa, uno entiende que está en asuntos turbios cuando se topa con el primer cadáver, pero no bien descubre el segundo sabe también que está en un negocio serio. No puede darse el lujo de perder la cabeza.