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Escape de Nahualópolis / II

Por 13 de junio de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

II. Llámame Ruth. 

No es cuestión de pereza, sino de principios. Proponerse pelear contra el demonio del caos es asumir, primero, que está uno metido en sus dominios, y en consecuencia no sabe siquiera por dónde diablos debe principiar. Los fundamentalistas aconsejan levantarse temprano y bañarse de inmediato, pero la práctica me ha demostrado que a esas horas agrestes basta con el cobijo del agua caliente para darse a desear con desenfreno el retorno al edén del edredón, y en un par de minutos proceder en friolenta consecuencia. De modo que termina uno resucitando ya demasiado tarde para apelar a ideas constructivas, y en cambio muy a tiempo para mirarse a tono con el caos reinante y declararse siervo de su capricho. Nada de fanatismos, me dije, así que comencé estableciendo que al día siguiente pondría manos a la obra no temprano ni tarde, sino a buen despertar.

     Para los que llevamos una doble vida, dormir ocho horas diarias es puerto inalcanzable. Inmerso en dos proyectos que demandan las horas más intensas del día y la noche, abro y cierro los ojos en horarios lo bastante disímbolos para ser cualquier cosa menos horarios. Otro punto a favor del demonio del caos. Imposible enfrentármele sin el concurso de viejos enemigos, como sería el caso del fantasma de la rutina, que tantas veces uno despreció en el nombre de sus derechos humanos. ¿La rutina… conmigo?, reculé, como si un hada oscura me empujara hacia el lecho de la bruja Hermelinda.

     -Ya deberías saber a estas alturas que un pleito con Don Caos produce extraños compañeros de gang-bang -disparó, al tiempo que se materializaba, mi recién adquirida hada matrona. Para quienes se jactan de ser tan cool que ni siquiera lo conocen de vista, el de la rutina es (digo esto en descargo de presuntas memorias selectivas) un fantasma de esfínteres algo tensos. En contraste con la sonrisa de malandro carioca que hace de Dom Caosinho un seductor nato, la siempre señorita Rutina tiene por rostro un himen de talante inexpugnable y grave; lo cual no la hace mucho más fea, pero subraya su halo de valquiria inflexible, para pesar de tantos perezosos. En sus labios, incluso la gustada expresión gang-bang tenía los ecos de una orden terminante al pelotón. O en fin, al pelotudo, que en su esquema tenía que ser yo.

     -¿Vienes con prisa o con sueño? -le cambié el tema, con un vago sentido del sarcasmo.

     -Más prisa tienes tú cada vez que no encuentras las llaves del coche, y de seguro me ganaría el sueño si tuviera que esperar a que aparecieran en medio de tamaño tiradero -disparó a quemarropa, con el resentimiento que desde muy pequeños experimentan los oficiosos hacia los morosos. Pero un indigno instinto de conservación insistía en prevenirme contra la posibilidad de enfurecerla y verme, en plena guerra contra Mr. Chaos, privado de una aliada fundamental.

     -¿Qué quieres que te diga? ¿ "No puedo vivir sin ti"? -desafié a Miss Ruth, aunque ahora que lo pienso no estoy seguro de haber aplicado correctamente los signos de interrogación. Puede que haya afirmado, más que preguntar. Tampoco me afané mucho con las comillas. En una de estas lo entendió como una declaración de amor, y en otra de éstas era así como yo quería decirlo.

 

     ¿Será verdad que desde ciertos ángulos, inaccesibles a las desorbitadas córneas del libertino estándar, tiene la señorita Ruth sus encantos secretos?

     ¿Qué tan sano es seguir guardando en la alacena los principios podridos, habiendo tantos fines perfectamente frescos?

     ¿Qué hacer para evitar que un hada matrona despierte convertida en hada matriarca?

     Próximamente: III. Apuntes de alpinismo emocional.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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